lunes, 25 de mayo de 2009

Noche oscura

Ya casi se va mayo y el primer saludo del calor deja de estremecernos, le sentimos ahora en nuestra vida como oímos los pasos de un viejo conocido que vuelve a visitarnos tras un viaje. El verde de los trigos querrá amarillear dentro de poco y las espigas estiran (tan vivas, tan audaces) su cuello al son del tiempo y bambolean coronas doradas e inconscientes, sementeras que pronto pesarán demasiado.

Si mayo era el cortejo, junio será la boda y lo llenará todo de cerezas oscuras; boda de sangre roja, confusa ceremonia de la vida, pues la puesta en escena de cualquier primavera tiene como final la indiferente decapitación de todas las espigas, la recolección de esas cerezas, el mordisco sobre el fruto que apenas hace semanas nos sorprendió con una débil flor que venía del frío. Y nosotros quisimos leer en ella el despertar de un rumor que durmió todo el invierno. Pero junio es el sexo puro y duro tras el poético pálpito del corazón y el vientre.

No tengo nada en contra de la vida y sus costumbres; sin embargo, la vida sigue un orden brutal: nos envuelve en hambre, nos llena de deseo y con esa cadena nos amarra, nos marca a fuego y nos hace esclavos. El placer y el verano se convierten en una desesperada semilla que anticipa la muerte en lo más profundo de su orgasmo terrestre.

Junio es una hermosa, terrible, larga y oscura noche de San Juan.

Olga Bernad
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Hace un año:

Cuando llegue
Visita a la ciudad fantasma
Secretos provisionales
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martes, 19 de mayo de 2009

Los ojos de los muertos

Esos ojos abiertos de los muertos
cuando nadie ha mirado su desvelo
ni su ausencia del sueño de los vivos;
cuando nadie ha hecho el gesto de entenderlos
cerrando sus inútiles ventanas
hacia un mundo perdido para siempre.

Aún atados por la fiel costumbre
a la manía de mirar las cosas,
qué verdad suspendida de sus párpados,
qué terrible pureza ensimismada,
definitivo asombro de los ojos
inmóviles y ciertos de los muertos.

Y la vacía voz de su mirada
y la imposible luz que acaso intuyen
los nuevos ojos ciegos de los muertos.

Olga Bernad
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Hace un año:
Deudas
Palabras elegidas
Todo

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lunes, 18 de mayo de 2009

Un año de blog

Hoy hace un año que comencé el blog. Recuerdo que apenas había visitado tres o cuatro bitácoras y no sabía prácticamente nada del asunto: ni poner enlaces, ni colgar fotos ni vídeos, ni comprendía muy bien la mitad de las opciones de la página principal. Nada de eso me importaba demasiado. Empezó siendo una emocionante manera de compartir prosas y versos, tal vez de preguntar, porque en mi entorno no hay ningún interés hacia la literatura. Han pasado 365 días, 74 entradas y más de cien comentaristas distintos. Ignoro el número total de las visitas, puesto que tampoco sabía incorporar un contador. Sé que desde el 28 de julio han sido unas 15.300 y que en los últimos meses están pasando las dos mil por mes. Es mucho más de lo que esperaba aquella tarde.

Antonio Azuaga me animó a empezar (no es que quiera echarle la culpa;-) Sólo se lo dije a mi hermana y a un par de amigos; vinieron pronto ellos: Juan Manuel Macías, Antonio Serrano, Samsa, Fa Mayor. Todos se hicieron habituales -para mi sorpresa- y algunos se han convertido en amigos insustituibles y compañeros de pupitre. Luego fueron llegando muchos más y yo fui aprendiendo y conociendo otras bitácoras. Todavía me tiembla el dedo para darle a la tecla de publicar; a mí esto me importa, me importa cada entrada y cada conversación. No sé si alguna vez habré decepcionado u ofendido a alguien, pero la preocupación de cada entrada fue dejar algo que mereciese la pena y hablar un rato con esas otras personas que estaban por ahí buscando lo mismo.

Simplemente quiero dar las gracias por la atención que me habéis prestado y por el cuidado con el que habéis participado. Creo sinceramente que algunos comentarios podían haber sido entradas perfectas para bitácoras mucho mejores que ésta, y es un lujo guardarlos.

La apuesta sigue ahí, sin más reglas que las que el sentido común dicta cuando llamas voluntariamente en una casa que va a abrirte la puerta, si lo que quieres es pasar a charlar.

Muchísimas gracias a todos.

Olga Bernad
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Hace un año: Ella y yo
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martes, 12 de mayo de 2009

Seis leones hambrientos ocultos en el bosque

Me he dado cuenta de que voy a cumplir un año de blog y he publicado treinta poemas, muchas prosas, cinco capítulos de una desordenada novelita llamada Andábata y, sin embargo, ningún relato. Es precisamente lo único que he escrito durante toda mi vida con una cierta constancia, lo que ha quedado olvidado aquí. Tal vez dos folios sean una extensión excesiva para este formato que se quiere ágil, pero como –afortunadamente no hay más reglas que las que nosotros vayamos inventando, me he decidido a soltar aquí estos leones, fruto de un sueño que tuve cuando acababa el invierno del año pasado.

Debería dejarlos morir. No tengo por qué aceptar esta pesada carga. Hoy apenas imaginaba de dónde sacar comida y sólo Dios sabe lo que me cuesta disimular. Una funcionaria hurgando en la basura, merodeando por los restaurantes, deseando que lleguen las fechas de comunión. Ahora mismo tropezando por estos andurriales, estos bosques que desconozco, sufriendo por si alguien los ha encontrado mientras yo dormía, mientras estaba trabajando, mientras no podía venir. Imagínate que los han matado o que han llamado a la Guardia Civil y ahora están presos sin remedio en alguna institución para animales, rodeados de veterinarios, saliendo en la parte final de las noticias, con sus marcas de grilletes, con sus ganas de zamparse a un notario, con su mirada atroz, con su humillada manera de demostrar la furia.
Ayer fue casi imposible, tras salir de trabajar, después de ir a buscar a los críos al colegio, sólo pude colocar a Víctor y tuve que llevarme a Adrián conmigo. Es muy pequeño y no entiende pero no quiero que los vea, no quiero que los huela, incluso a mí podrían hacerme daño aunque es verdad que yo sé que les tengo extrañamente domesticados, que soy su dueña de una manera ilógica y segura, sin embargo temo por Adrián cuando me acompaña. Mis hijos son mi vida pero yo no puedo abandonar a los leones y dejarlos morir. Siento su hambre y su corazón latiendo y tengo que ir, no queda más remedio. Si tocan a Adrián los mataré, lo saben (lo creo) pero que me sienta capaz de defenderlo no me evita el sufrimiento de pensar en ello.
No es sólo la comida o el temor, es sobre todo el tiempo. Una vez cada día, una vez cada noche, venir hasta aquí, generalmente sola (peor si acompañada) resolviendo por pocas horas este absurdo y salvaje asunto mío.
Al principio eran menos y simplemente no quise abandonarlos, pensé que encontraría un final concertado, que envejecerían pronto, que tal vez otros pudieran ocuparse, que no sabrían vivir atados y morirían de muerte natural. Qué sé yo lo que pensé. Pero son resistentes, agradecidos y fértiles, me llenan de cansancio y de una insólita clase de amor, tan nueva y desconocida, tan lentamente. Los reconozco míos. Quién va a comprender esto, quién va a ocuparse de ellos, quién más va a mantenerlos vivos si incluso yo (que creo entenderlos) sueño con que no están y siento una especie de descanso. Pero tan triste.
Seis leones hambrientos ocultos en el bosque, disparándome con su mirada famélica cuando los recuerdo, presentes tantas veces en mi vida cotidiana, extraviada su rabia de lobo en libertad ladrándole a la luna, de águila cazando, de león dominando, claro, de león.
A las dos semanas pensé seriamente en soltarlos. Que se coman a quien quieran, que utilicen su dignidad aunque luego los acaben, que los entierren hondo, que los conviertan en pienso para ovejas (¡madre de Dios!), que hagan lo que sepan con ellos. Yo no podía más. Ahora tampoco puedo más pero me voy como acostumbrando a esta desgracia, a cargar con mi cruz, a hacer los deberes.
Todo se vuelve confusamente habitual desde que empieza el día: suena el despertador, levántate, arréglate, viste a los niños, quiérelos, llévalos al colegio, ve a trabajar, busca comida (mi mochila ya llama la atención, lo sé, el verano pasado fue terrible porque el olor es otra cosa que hay que esconder y así hasta infinitas complicaciones que no pienso exponer) busca tiempo e ingenio para excusas, vete al bosque en algún momento de ese día febril, vuelve al colegio, haz la compra, la casa, explica matemáticas, piensa en la ropa del día siguiente, prepara algo de cena, espera a tu marido, cena con él, cuéntale que estás triste, que no se lo merece, que le quieres pero te vas, aprovechando que los niños se han dormido, porque los leones están cada día más delgados y hambrientos, no encuentras suficiente alimento para ellos, ya no sabes a dónde vas a ir a buscar... No te puede entender. Te dice que les dejes morir y es ya imposible. Calcula otra vez los caminos en la oscuridad, discurre nuevos escondrijos que pronto te parecerán inseguros (¿será este bosque suficientemente espeso para nosotros?, ¿por cuánto tiempo?), tropieza con las piedras, óyeles respirar, siente cómo te reconocen, imagina la sangre acelerada en sus venas, mira cómo te observan acercarte, cómo devoran todo en un momento, con qué sincera bestialidad comen lo que les das y siempre, siempre, esa mirada de hambre, esos grilletes haciéndoles daño, esas ganas de pedirles perdón.
Y por debajo de la tristeza y las preguntas, por encima de la degradación, mucho más allá de las heridas de los cepos y del ruido roñoso de las cadenas, nada hay tan auténtico y hermoso como su mirada viva, donde admiro un orgullo que nada ha destruido, una chispa de pura luz sin esperanza, un poco de agua fresca saliendo de un pozo oscuro, una fuerza tan huérfana y tan cierta, una inmensa aceptación de la soledad y las cosas, un inquietante pedazo de verdad y de misterio, un no te descuides conmigo, un soplo de obstinada libertad de ser lo que se es que puede con todo, que sobrevive como hacen esos hierbajos cuando rompen el cemento brutal y el mármol pretencioso. No sé cómo, pero ahí está, la vida dando por el culo y riéndose de todos nosotros, zombis medio asfixiados en una comodidad tóxica más mortal que sus mordiscos, pelagatos organizadores de horarios, delimitadores de espacios, soñadores de seguridades mucho más imposibles que el hecho de que existan leones en el bosque, contadores de monedas, pagadores de nichos por si nos morimos, previsores de todo, perdedores de tiempo sin causas gloriosas, inventadores de pactos con un diablo al que ya no nos queda pureza que venderle, seres, en fin, más subyugados que ellos y completamente dejados de la mano de Dios.
Yo también me alimento de su vida, aunque complique la mía, ensancho mis pulmones al verlos, aprendo de su paciencia exigente, bebo de su brutal dignidad cuando pienso en ellos. Si les abandono se secará esa fuente, se acabará nuestro pequeño mundo; si puedo olvidarles, gusanos asquerosos se cebarán en sus músculos vencidos. Será como si nunca hubieran sido ciertos. Nadie recordará los escondites, las prisas, las miradas, ni podrá imaginarlos perplejos ante el hambre cuando tardo en llegar. Nadie comprenderá qué es lo que añoro. La única verdad que quedará de ellos será mi íntima traición a su existencia, una culpa (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa) no por secreta y disimulable menos definitiva. La parte más valiente y generosa de mi alma se morirá juiciosamente de pena y todo, todo seguirá igual. Tranquilo y cómodo, de muchas maneras falso (ni siquiera inventado), rutinario hasta llegar a ser pecado. Y mezquino, estrecho, cicatero, cobarde, flotando para siempre en una suerte de elegida promiscuidad con lo imperfecto. Yo sé que si me rindo estaré perdida. Lo que me angustia es no saber hasta cuándo, lo que me apena es no poder ser más que su entristecida carcelera, lo que no permitiré es que se me escapen.
Ya está, ya está por hoy. Volveré a casa limpia de restos de comida, libre por un tiempo (pero pobres, no han quedado satisfechos), tranquila por el deber cumplido (pero mañana les llevaré más cosas), absolutamente dispuesta a descansar (¿pero estarán ahí cuando regrese?).
Seis horas preocupantes como seis leones desatados y empezaré de nuevo. Dios mío, Dios mío, toda una vida de sensatez para esto. Al final qué tengo: siete leones hambrientos en mi corazón.
Olga Bernad
Nota: Marta M. López ha colgado el relato en el desván de los libros. Yo se lo agradezco infinitamente, pero ustedes aprovechen para curiosear por allí: merece la pena.

Actualización del 15 de mayo: este sueño, uno más en la memoria de Gemma Pellicer. Danke schön.

martes, 5 de mayo de 2009

Dos poemas en La nave de los locos (1ª parte)


Hoy me dan la entrada hecha: no podía dejar de enlazar La nave de los locos de Fernando Valls, donde -bajo la etiqueta “poesía española actual”- aparecen dos de mis poemas, que espero les gusten. Fue un honor y una alegría que se interesase por mí, igual que lo es navegar en esa nave. Muchísimas gracias.

Otra alegría es formar parte, desde ayer, de la programación de mayo y junio de Els dilluns de la Cigale, junto a autores de la talla de Efi Cubero, Arturo Bolaños y Eduardo Moga. Gracias a Álex Chico y Juan S.-Vico, los organizadores y responsables, por su interés y su paciencia con mis problemas de calendario.

Olga Bernad

Nota: Quiero dedicarle esta entrada y estos poemas a mi hijo Víctor, de 10 años, ya que tenía una “deuda” con él desde que publiqué los Secretos provisionales para su hermano Adrián.
Ayer recibimos, a través del colegio, una carta del Gobierno de Aragón y del Consejo de Redacción de la Revista ÁGORA, informándole de que había sido premiado en un concurso de poesía realizado en nuestra Comunidad Autónoma. Su trabajo ha sido publicado en la citada revista y mañana serán entregados los premios por el escritor Manuel Vilas en el Centro Cívico de Ejea de los Caballeros.
Muchas felicidades, Víctor.

Actualización del 07/05/2009: Ayer me encontré en los Silenos un poema con dedicatoria. Mil gracias, Antonio Serrano. Sin palabras.