Adrián está en el tiempo de los secretos, quiere tener secretos a toda costa y venir a contármelos con esa voz misteriosa y esa carita seria de no me traiciones. Y viene y cuchichea palabras importantes que sólo yo puedo saber, que yo le guardo con mi corazón hechizado por su inocencia, por cada piedra redonda y perfecta, por la mentira dicha o las pesetas rubias que mi padre le dio y él mira con reverencia, como miraríamos un tesoro antiguo. Buscamos escondites que son nuevos secretos y me canta en secreto la canción del soldado, llevamos un considerable embrollo de secretos y ya no sé qué se puede decir y qué no, e intento que la lista sea más corta, pero él está estrenando todos los misterios y no quiero ser yo quien le demuestre que no es inagotable ese encanto cotidiano, insólito y sencillo, y que a veces me aburro o estoy muy cansada de palabras.
Olga Bernad
14 comentarios:
Un texto precioso. Muchas gracias. Yo creo que todos somos un poco Adrián, ¿no? Al menos las cosas más importantes de la vida se aprenden a esas edades, cuando uno descubre el don de las palabras y que las palabras tienen su encantamiento, al margen del significante y el significado y la imagen acústica y la estructura profunda y todo lo demás. Sé que no soy muy original diciendo estas cosas, pero cada vez estoy más convencido de que es verdad, por mucha lingüística que un servidor haya estudiado (creo que demasiada, para mi gusto). Y por eso disfruto como un niño las páginas de un diccionario etimológico, donde cada palabra parece una historia, o es algo vivo... Además, un secreto siempre parece más emocionante cuanto más pequeño. Saludos.
Todos deberíamos ser un poco Adrián incluso ahora, y ser pequeños para dejarnos seducir por lo que nos vamos encontrando y enormes para intentar atrapar todo eso en palabras nuevas y conseguir la complicidad de los otros. Eso nos haría muy amables en el sentido etimológico. Es imposible, se pueden tener momentos gloriosos, pero ese estado de permanente estreno que es la infancia… Y cuando se trata de tu hijo quisieras conservar ese encanto para siempre. Y también es imposible.
En fin, Juan Manuel, no te preocupes por la lingüística que hayas estudiado, no parece haber estropeado nada irremediablemente. Yo me alegro mucho de que vengas.
Cariño, que me uno a tu repertorio loco de canciones. Que yo también quiero seguír cantando sin que me juzguen, porque tú y yo sabemosque ciertas óperas sólo se cantan en familia, y seguír teniendo poderes extraordinarios. No sé lo que durará, pero ya sabes "todo pasa y todo queda".
"Qué bonico"
Ay, sí, para mágicas, nuestras óperas. Y es cierto, esas cosas vividas en la infancia imprimen carácter (o traumatizan, no sé). Lo que está claro es que permanecen aunque pasen. Procuraré que Adrián sienta que tengo poderes extraordinarios todo el tiempo posible, lo disfrutaré ahora y lo recordaré luego. No se puede hacer más. Mil besos, hermana. Te echo muchísimo de menos.
Así es como empezamos: creyendo tener secretos que envolvemos en las primeras palabras. Más adelante nos damos cuenta de que lo que tenemos es alma, sentimiento, mundo y soledad, alegría y su ausencia… Entonces nos acordamos de que una vez tuvimos un interlocutor irrepetible, un depositario único de aquella originaria intimidad, un primer tú que hasta nos entendía lo que para nosotros era indecible…
Bellísima entrada. Enhorabuena por ella y, sobre todo, por poder ser cofre de las confidencias de un alma que se está descubriendo con tu cómplice maravilla.
Y qué responsabilidad más enorme ser ese primer tú para una persona nueva, sobre todo cuando crees que todo lo haces a medias y, por tanto, mal: trabajo, casa, deberes de madre, vida familiar, ¿vida social? (para mí, desde hace un tiempo, eso significa "ir al pediatra"). Menos mal que cuando se duermen te puedes ir al blog para hablar con gente que dice estas cosas.
Muchas gracias, Antonio, yo creo que si no os escuchase me costaría dormirme.
Ay Betty, que Dios te bendiga.
Tu sensibilidad me resulta casi dolorosa porque atraviesa esta coraza mía con la que pretendo, ingenua de mí, ir tirando.
Un abrazo (hoy,para dos).
Fa.
A mí me vas a hablar de corazas, Fa, que me las quito para siempre unas cuantas veces a la semana y siempre me las vuelvo a poner. Y es que, así es, tenemos que ir tirando hasta de nuestra ingenuidad.
Gracias y Besos.
Inevitablemente el tiempo pasa. Y debe de ser así, aun cuando haya momentos o etapas que desearíamos fuesen inmortales. Debemos hacer lo posible por disfrutar del momento. Yo siempre tengo la sensación de que no lo hago, mientras me entretengo mirando al pasado y al futuro. Pensando qué he hecho mal y qué puedo hacer para remediarlo. Y así se me escapa el presente. En cuanto a los “poderes extraordinarios”, ahora creo que mis padres aún los tienen (hay cosas de las que no te das cuenta hasta que eres madre.
Es que eso de disfrutar del momento es un clásico que no hay manera de acabar de cumplir. Y si lo cumples, aún peor, el tiempo se escapa de todas maneras y se acabó. Viva la melancolía, oye, que nos pone los ojos tristes y a lo mejor a alguien con extraordinarios poderes de consuelo le da por consolarnos. Por si no es así, ánimo con la semana que comienza, Iseo. Lunes otra vez. “Tal vez tengan razón los días laborables…”
Me encanta tu último comentario. Además, ya tenía yo ganas de encontrar a alguien para refutar a coro el dichoso carpe diem . El poema de Horacio es precioso, como casi todos los suyos, pero la cantinela del carpe diem no se la cree nadie, aun con el juego tan literario que ha dado. Yo estoy contigo. La melancolía es el estado más humano, y el mayor logro de la civilización.
Hay mucho inconsciente que se agarra a lo que sea con tal de tener tema para una poesía. Yo también me canso un poco de tanto carpe diem y tanto tempus fugit (y de mí misma); si ya lo sabemos: lo mejor es ponerse triste de antemano y disfrutar ese estado de alguna manera. El mejor homenaje al tiempo que se va es la conciencia de que se irá hagas lo que hagas, lo cojas o lo dejes pasar. Las locuras a las que lleva el carpe diem no son siempre de mi gusto y cada día me dan más pereza (aunque reconozco que a veces…).
Juan Manuel, me has descolocado con el horario, siento verdaderamente mi tardanza en contestar. No es esa la política de cortesía del blog. Saludos y encantada, como siempre.
Lo siento pero tengo que salir en defensa de mi querido carpe diem. Todavía hay alguien que se lo cree. A mí no me gusta nada ese estado de melancolía del que habláis, por muy humano que sea. Que de vez en cuando no está mal, pero la dejo para vosotros, que yo prefiero disfrutar de los momentos (aunque no es fácil). No me resigno. Betty, tú tampoco deberías. ¿Qué es eso de ponerse triste de antemano? De eso nada. Tú, que eres la alegría de la casa (o de la oficina). Besos
Pues para ser la alegría de la oficina sí que hace falta gracia, hija mía, qué te voy a contar que tú no sepas. No te nos enfades, ánimo con tu carpe diem y con lo que tú quieras. Simplemente, yo creo más en la melancolía que en otras esperanzas. La felicidad del momento puede ser inigualable, pero no es lo único que hay, ese empeño acaba teniendo algo de superstición y, a veces, de simple engañabobos. Pero que sí, que yo también quiero, claro…
Más besos.
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