Eva y yo hemos decidido cuidarnos y lo único que se nos ha ocurrido es apuntarnos a un gimnasio. Desde luego, a mí me va a venir muy bien quemar todas esas toxinas últimamente acumuladas en mi organismo y, además, el cansancio físico es el tranquilizante más antiguo del mundo (junto con la comida y el whisky, pero en eso no hay que pensar). Sólo podemos ir al mediodía, porque ella no puede cerrar su negocio para atender el cuerpo y porque yo estudio después de mi horario laboral para triunfar en la vida y ser funcionaria de verdad cuando sea mayor.
Bueno, ayer nos lo pasamos bomba comprándonos mayas de colores y camisetas muy anchas con la esperanza de tener un aspecto más o menos deportivo y, a la vez, disimular en lo posible esos michelines asquerosos que yo no considero de mi cuerpo y que no quiero ver bajo ningún concepto. Formalizamos la matrícula muy contentas y hoy hemos hecho nuestro debut.
Tengo que reconocer que yo estaba bastante ilusionada y decidida a machacarme hasta la extenuación. Ha pasado mucho tiempo desde que entrenábamos a baloncesto y comenzábamos con un calentamiento que consistía en trotar veinte minutos. Veinte minutos, y no lo notábamos. Ahora no sé qué me pasa pero no puedo correr ni treinta segundos, me duele mucho el corazón o algo así. Tal vez sea psicológico. Ninguno de mis músculos se acuerda de que estuve seis años en un equipo de baloncesto, te lo puedo asegurar.
En fin, nos hemos puesto esa especie de disfraz rumboso, mezcla de deportistas y cubanas desacomplejadas habituadas al colorido, nos hemos hecho una coleta alta y hemos salido a la palestra. Esta es la hora de las ejecutivas agresivas que trabajan todo el día y vienen aquí a quemar calorías en su rato de la comida, en vez de ingerirlas. Qué tipazos, qué cantidad de músculos tiene la gente, yo no tengo ni la mitad, o los tengo bajo una espesa manta de grasa y ya han perdido la esperanza de volver a asomar al mundo. Qué culos más redondos pero más estrechos. Los anuncios de la tele no son mentira: hay personas así y vienen todas a este gimnasio. Claro que, con esa cantidad de máquinas tan bien inventadas y que yo nunca he usado, seguro que es cosa de coser y cantar, ya verás, y yo tengo una buena estructura ósea y soy muy alta, que es lo importante; bueno, no tan alta, la verdad es que no llego al metro setenta (pero paso mucho del uno con sesenta y ocho) sin embargo, con unos tacones parezco una reina, ya verás, tengo remedio y estoy dispuesta a sufrir lo que haga falta.
Pensando así de positivamente nos hemos acercado a una de las máquinas para empezar, una en cuyo letrero explicativo ponía que era muy buena para las tetas, y yo le he dicho a Eva que la iba a hacer con todos sus ladrillos o como se llamen, sin sandeces, hay que aprovechar el tiempo que este gimnasio es carísimo, oye. Entonces un chico muy guapo, muy musculado y bastante más joven que nosotras, se nos ha acercado con mucha seriedad, nos ha dicho que es el preparador físico (¡guau, tengo de eso, yo creo que este gimnasio es incluso barato!) y que sería conveniente que nos dejásemos guiar por sus consejos, sobre todo al principio, simplemente hasta que consigamos una mejora en nuestra forma física y conozcamos bien cada uno de los aparatos. Hemos estado de acuerdo en todo.
Entonces, el muy traidor, nos ha echado un vistazo rápido, sobre todo a mí, lo sé, nos ha sacado de la zona moderna de las máquinas de película y de la gente guapa, nos ha llevado a un rincón con un espejo como para que nadie nos viese demasiado, como si no fuésemos una buena publicidad para su asqueroso antro, y nos ha traído, aún no me lo puedo creer, una especie de palo de escoba, y nos ha dicho que nos lo pongamos detrás de la cabeza y hagamos unos giros de lo más tonto. Sólo nos ha dejado hacer eso y un poco de bicicleta estática.
Qué estafa más total, qué ridículo más espantoso, allí, frente al espejo (un espejo que hace mucho más gorda, por cierto) con el palo de escoba, con las piernas un poco abiertas (que hace mucho más baja), con aquellas mayas tan crueles en esa postura, sin tacones, sin pintar, con la coleta que hace cuatro días me quedaba tan bien y ahora me hace una cara redonda que no es normal, con ese aspecto de avergonzadas de nosotras mismas… Vaya, que me he dado cuenta de que soy horrorosa, pero horrorosa. Y Eva mucho más.
Pues yo para esto no necesito gastarme tanta pasta, que en el trastero de mi casa tengo una bicicleta estática del año catapún y un montón de escobas, no te fastidia, y no tengo que hacer el ridículo delante de ningún espejo que engorda ni delante de ninguna ejecutiva agresiva, sí, de ésas que nos miran de reojo, como vaya se van a enterar de lo que es una gorda empedernida con un montón de frustraciones y un palo de escoba en la mano.
- Cállate de una vez y haz los giros como Dios manda, Olga.
- Los hago como mi pobre cintura me permite, oye.
- Ánimo, aguantaremos y les demostraremos en poco tiempo que en alguna parte de nuestros deformes cuerpos tenemos unos culos y unos abdominales parecidos a los suyos, después de todo somos de la misma raza, ¿no?
- Pues no lo sé, Eva, ellas tienen pinta de replicantes o algo así, como en Blade Runner. Tal vez formen parte de un ejército secreto creado por ordenador para incitar al suicidio a las gordas del mundo. Una suerte de guerra psicológica, no sé, algo perverso y auténticamente efectivo.
- Dios no lo permitirá, Olga, Dios nos ama, recuérdalo y mueve el culo, hija mía; es verdad, mira que estás gorda, mucho más que yo, las cosas como son.
- Pero yo no tengo pistoleras, Eva, no es por desanimarte pero parece que vas a rodar una película del oeste, maja.
- Vete a la mierda.
Y nos hemos picado de tal manera que parecía que nuestros respectivos palos de escoba nos estuvieran hipnotizando con sus reflejos en el espejo que engorda, y venga a hacer giros con cara de obesas obsesas y cabreadas. Luego, el pretencioso que se llama a sí mismo preparador físico nos ha obligado a hacer unos estiramientos (también frente al espejo, cómo no) que sólo tenían por objeto desarrollar unas posturas que evidenciaban aún más, si cabe, nuestros monstruosos michelines y acabar de hundirnos en la miseria más absoluta.
Finalmente nos ha felicitado y animado a seguir y nos ha mandado a la ducha. Otra vergüenza propia de un campo de concentración, el hecho de tener que vestirte delante de esas flacas asquerosas, tan deportivas y tan simpáticas. Me he dado cuenta que llevo unas bragas feísimas (tipo algodón, es que son muy cómodas) y que ellas, sin embargo, se ponen una lencería como para rodar una película porno de un momento a otro. Yo no estoy a la altura de la vida, no. Una guarra de ésas me ha mirado (¡qué braga más fea llevo, madre de Dios, qué tripa más gorda tengo!) me ha sonreído y me ha dicho condescendientemente (ella fingía amabilidad y comprensión, pero a mí no me la da) que con unas braguitas tanga iguales a las que llevaba ella no se me marcaría la antiestética goma en medio del glúteo (¡glúteo!, ¡hipócrita!) ni con los vaqueros ni con ningún pantalón justo, que lo probase. Yo también he sonreído y me he puesto a pensar en el aspecto que tendría mi trasero con una de esas monerías y le he dicho que gracias, pero el algodón y la holgura me perece lo más sano para la piel y la circulación, sobre todo ahora que apenas hace veinte días que he dado a luz y que sólo pretendo comodidad y hacer un poco de ejercicio ligero, que me preocupan las cosas importantes y nada más.
- Oye, pues estás estupenda para acabar de dar a luz, en cuanto te quites esos quilos de más te vas a poder presentar a un concurso de Miss Mamá. Mi hermana también se quedó muy ancha de caderas, pero en un año a dieta se recuperó del todo y, oye, al fin y al cabo esas caderas te habrán facilitado mucho el parto, qué suerte. Yo, en cambio, no sé cómo voy a dar a luz cuando me llegue el momento, hija, qué desgracia, pero así es la genética y hay que aceptarlo. Oye, y qué suerte también, casi no tienes estrías para lo estirada que tienes la piel; y qué curioso, las tienes en las caderas y en… lo que te digo, misterios de la genética.
Eva ha salido disparada del rinconcito en el que intentaba pasar desapercibida, ha recogido las bolsas a toda prisa con un brazo, me ha arrastrado a mí del otro y se ha despedido con un montón de sonrisas. Yo también he sonreído mucho, creo, o más bien he puesto una mueca sonriente y, en cuanto hemos salido de aquel horror, Eva me ha aconsejado que dejase de poner cara de loca y de tener ganas de matar gente y de inventarme bebés recién paridos, que la gente nos miraba.
A pesar de que el musculitos no nos ha dejado usar ningún aparato moderno, tengo unas agujetas increíbles. Me duele todo, todo mi cuerpo. Dado el volumen visto en aquel espejo, eso es demasiado dolor. Y pensar que el tal musculitos decía que los estiramientos eran beneficiosos para evitar las agujetas... qué sabrá ése, ay, qué dolor. Así no se puede estudiar en paz. Pero no me voy a tomar ni un sorbo de whisky para consolarme, ni un solo mordisco de chocolate con licor, menuda soy yo si me pongo, esa Irene de los cojones se va a enterar de lo que es una recién parida emocional y de lo que es esa genética que tanto le gustar nombrar y de lo buena que puedo estar yo, sí, yo, que aunque tenga las caderas un poco generosas por lo menos soy guapa de cara y tengo dos ojazos de gitana más grandes que sus bragas tanga, ay, no me hagas reír que me duele todo mucho más. Esperemos que no le dé por hacerse la simpática y preguntarme por mi bebé constantemente; va, qué mas da, no pienso concederle confianza a nadie en ese gimnasio de mis tormentos, ni mantendré ningún diálogo con esos seres no-humanos. Además, como creo que voy a estar exiliada en la zona del espejo que engorda por un largo tiempo, pues eso, que no podré hacer amigos y no me importa, yo tengo aguante para ese exilio y para muchos otros, yo soy muy yo, ay.
Olga Bernad