Dice que es muy valiente y, no, no le asusta la oscuridad, sólo la mata el desconcierto. Pero cuando ella imagina, parece que yo miento y que yo invento. A veces no disimulo nada: lo que pasa es que no sé cómo explicarme. Y eso es un problema cuando ya no quieres leer ni que te hablen, lo que quieres es escribir.
Todos conocemos gente con la cabeza llena de ideas, pero un cuento siempre se ha escrito con palabras puestas una detrás de otra y tienes que elegir, tienes que decidir entre unas u otras, jugando todo el rato al juego desquiciado del sí o el no para que quepa Roma, que quepa el peregrino, todas las intenciones, la luz, la lluvia y mayo, todos los lirios torcidos y todo en líneas rectas. Es imposible.
Olga Bernad
14 comentarios:
... Hasta que las palabras van encontrando, de repente, una con otra, su propia música y, entonces, no tenga sentido distinguir entre forma y fondo. Que las palabras sean lo que dicen, y entonces Roma no significará "Roma", sino que será Roma.
Me encantan estos textos. Saludos.
Pues a éste le acabas de salvar la vida. Estaba a punto de tirar la entrada a la basura. Dada la hora, no creía que nadie fuera a notarlo. Con lo claro que tengo lo que me gusta y no me gusta cuando escriben los demás... Por cierto, a ver si tú te animas.
Muchas gracias, Juan Manuel, de verdad.
Saludos.
Vaya. Como suelo trabajar de madrugada me meto en las bitácoras como un murciélago... Me gusta el texto, y su tono "mitológico" (como en los otros dos textos) para hablar de algo tan misterioso como es escribir. Me alegro de haberlo "salvado" :-)
El tono y la hora apropiados, ojalá las apropiadas palabras. Yo también aprovecho las madrugadas, por el silencio. Buenas noches y que cunda.
Pues tendremos que agradecer todos a Juan Manuel Macías su intervención como andante caballero para rescatar entradas desvalidas.
Yo pienso, Betty, que no “es imposible”. Menos aún, para la palabra. Me acuerdo ahora de Borges y “El jardín de senderos que se bifurcan”, me acuerdo de los infinitos mundos posibles de Leibniz, me acuerdo de esa interpretación heterodoxa de Everett –universos paralelos– para resolver la paradoja de Schrödinger… Yo creo que lo inconcebible cabe en lo concebible; y lo no posible, en lo posible. Sobre todo para las palabras, que, cuando quieren ser, son. Al escribir, muchas veces ni siquiera piden permiso al alma. Por eso a veces se arrepiente uno de ellas, aunque, afortunadamente, siempre aparecerá un caballero andante que les salve la vida.
Un saludo.
¿Sí?, ¿siempre? Mejor por si acaso que no estén desvalidas.
Tal vez no es imposible pero sí muy difícil: escribir (palabras elegidas) y leer o que te lean (deudas) son dos placeres complicados.
Te acuerdas de todo, estás en todo y yo lo procuro también. Es verdad que las palabras, “cuando quieren, son”, y por eso a veces todo parece tan sencillo y otras veces sólo queda arrepentirse.
Muchísima gracias, leal caballero.
Espero que estés mejor y verte pronto de imaginaria.
El problema no es sólo que quepa todo ello, sino también que todo ello se mantenga inalterable andando el tiempo. Porque, al menos para mí, la Roma de hoy no tendrá el mismo aire mañana. ¿Caducan las palabras que habíamos elegido?. Es posible.
Me gusta tu blog. Te pongo un enlace para venir a menudo.
Saludos.
Por eso el tiempo pone a cada uno en su sitio, pasa por encima de todo, también de las palabras, y hace que algunas conserven su significado junto a un sabor antiguo que aún las hace más hermosas. A veces nos suena ridículo un texto de hace sólo treinta años, mientras que otro del siglo XVII significa lo mismo que en su tiempo y mucho más. Casi nada. ¿Cómo lo consiguen? ¿Cuántos de los escritores actuales lo conseguirán? ¿Cuántos, de cierta fama hoy, están predestinados al olvido? Es interesante pensarlo y, seguramente, equivocarse.
Encantada de que te gusten estas caricias (totalmente perplejas), yo me lo estoy pasando bien. Eres muy amable.
Lo del enlace me ha hecho muchísima gracia.
Si me permites intervenir de nuevo, yo no creo que las palabras tengan fecha de caducidad, como no la tienen ni los colores ni las notas musicales. La poesía, tal y como yo la entiendo (ya sea en verso o en prosa, es decir, la poesía en su sentido más amplio) es independiente de una realidad concreta. Y el "tema" de un poema es el propio poema, el conjunto de sus propias palabras, como algo físico, palpable y evidente. Por seguir con Quevedo, me viene de perlas ese "y su epitafio la sangrienta luna" que tanto le gustaba citar a Borges, al hablar del poder de hechizarnos que hay en ese verso más allá (o a pesar de) la referencia histórica a la media luna de los musulmanes. Una referencia histórica, desde luego, irrelevante. Discúlpame la extensión del comentario. Un saludo.
Te permito intervenir todas las veces que quieras, para eso está el blog (y de nuevo a una hora tan sensata). Las palabras en sí mismas no tienen fecha de caducidad pero nuestra forma de elegirlas, sí, ya lo creo. Digamos que hay que conseguir una “cadencia” especial. El poder de hechizar es una mezcla de talento y gracia, no sé, algo que algunos escritores consiguen con palabras no muy distintas de las que usamos todos, pero colocadas en el sitio oportuno en el momento oportuno y con la intención oportuna, tienen su significado y lo multiplican de una manera tan natural que parece cosa de magia. Entonces la fecha de caducidad desaparece.
Gracias por venir y saludos (muy) nocturnos.
Completamente de acuerdo. Pero ahí está el misterio. Y la magia, como tú dices. Hoy en día se habla poco de "magia", y se escriben demasiadas poéticas y poca poesía. Saludos y buenas noches o madrugadas.
Buenas noches, yo también me rindo (estoy sin tabaco).
Hay que agradecer al azar (y a Juan Manuel, a lo Brod) la conservación de tu texto. La elección de las palabras justas es una quimera. Siempre queda lo inefable, como un mirón molesto, al otro lado de las decisiones.
Y además, el tiempo que pudre los impulsos...
Aunque elegir las palabras justas sea una quimera, es también una obligación que nunca parece cumplirse del todo. Y sí, además está el tiempo que pudre los impulsos.
En fin, ahí ha quedado… Juan Manuel es el “culpable”, tan noctámbulo como yo, (pero no a lo Brod, que yo estoy muy viva). Lo que le agradezco es que venga, como a ti. Muchísimo. Un abrazo.
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