Cuando sea muy vieja y esté triste
recordaré veranos de mi infancia.
El mar era el milagro repetido,
lejana imagen del azul paciente
sobre agosto, que siempre volvería,
aparición tras largas carreteras,
deseo entre la niebla del invierno.
Más alto que esa niebla y aún más lejos
que el frío y las aceras destrozadas
donde duermen por siempre mis amigos,
flotaba agosto y el olor a brisa.
Yo flotaba en el agua cada agosto
y soñaba que el agua me llevaba
hasta el final del mar, hasta las calles
de todos los inútilmente ahogados
sin fuerza ni palabras, sin excusas.
Y me alejaba hasta el final del agua,
aquella línea al límite del cielo
donde empiezan los monstruos o se acaban,
aquel otro lugar que estaba al fondo.
Siempre supe que no me dejaría
(y era dulce y profundo abandonarse).
Ya sabía que el aire nos retiene
y es nuestra esclavitud la que respira,
respira al Sur, tan quieta sobre el agua,
jugando a ser un muerto que suspira
y flota y nada y llora contra el agua
y se deja llevar, pero es mentira.
El corazón explota más al fondo
y dócilmente elevas la cabeza,
fieramente respiras y respiras,
respiras obediencia y mediodía:
el salitre de agosto en las heridas,
el ruido de la playa en la memoria,
la vida que te llama y que te nombra.
Me nombra a mí, arena en la mirada
y seguir y salir y hablar con gente
y soportar el peso de mi alma.
Cada agosto marcaba una frontera.
La trinchera del mar se hizo pequeña.
Ahora sólo recorro las mareas
de la danza del mar sobre la tierra.
Y cada agosto acaba en la tristeza,
en el adiós al mar que siempre espera.
recordaré veranos de mi infancia.
El mar era el milagro repetido,
lejana imagen del azul paciente
sobre agosto, que siempre volvería,
aparición tras largas carreteras,
deseo entre la niebla del invierno.
Más alto que esa niebla y aún más lejos
que el frío y las aceras destrozadas
donde duermen por siempre mis amigos,
flotaba agosto y el olor a brisa.
Yo flotaba en el agua cada agosto
y soñaba que el agua me llevaba
hasta el final del mar, hasta las calles
de todos los inútilmente ahogados
sin fuerza ni palabras, sin excusas.
Y me alejaba hasta el final del agua,
aquella línea al límite del cielo
donde empiezan los monstruos o se acaban,
aquel otro lugar que estaba al fondo.
Siempre supe que no me dejaría
(y era dulce y profundo abandonarse).
Ya sabía que el aire nos retiene
y es nuestra esclavitud la que respira,
respira al Sur, tan quieta sobre el agua,
jugando a ser un muerto que suspira
y flota y nada y llora contra el agua
y se deja llevar, pero es mentira.
El corazón explota más al fondo
y dócilmente elevas la cabeza,
fieramente respiras y respiras,
respiras obediencia y mediodía:
el salitre de agosto en las heridas,
el ruido de la playa en la memoria,
la vida que te llama y que te nombra.
Me nombra a mí, arena en la mirada
y seguir y salir y hablar con gente
y soportar el peso de mi alma.
Cada agosto marcaba una frontera.
La trinchera del mar se hizo pequeña.
Ahora sólo recorro las mareas
de la danza del mar sobre la tierra.
Y cada agosto acaba en la tristeza,
en el adiós al mar que siempre espera.
Olga Bernad