Acordarme de ella es algo que hago con frecuencia y, durante mucho tiempo después de su muerte, lo hice con dedicación, pero a veces pensar es abrir el frasco del perfume más potente hecho de tiempo. El recuerdo te llega al alma con la rapidez y la fuerza de un puñetazo a traición. Y el alma no sabe qué hacer, como ante la noticia de su repentina muerte, cuando todo se paró por un momento y seguramente hasta los insectos fingían morir para librarse de aquello oscuro que flotaba, que emergía del impacto brutalmente absurdo y de la acera manchada y trivial en la que se quedó. En mi corazón había una resta, la primera de mi existencia, y un latido perdido se fue corriendo al país de Nunca Jamás.
No se acaba del todo la tristeza, pero tampoco las ganas de hablar, y aún busco la amistad y la complicidad por la sencilla razón de que es lo que más me gusta, con la blancura de entonces y los dudosos rincones que el afecto esconde en la confusa mujer que soy ahora, con su mezcla de salvación y peligro, me sigue pareciendo lo mejor que me puede suceder. Cada vez es más complicado. Pero en esas ganas está el reflejo de aquella luz y su recuerdo y espero que no me abandonen nunca.
Olga Bernad