Ahora que las inminentes vacaciones de Semana Santa quieren darnos un respiro a todos y la blogosfera tiene las calles un poco más vacías, igual que Zaragoza, es quizá buen momento para pensar en salir de casa. Esta primavera ha coincidido con la salida de "Nostalgia armada" a las librerías, e intentaré hacer desde aquí, desde su casa, un mapa de ruta de los lugares que va visitando. Este lunes me la he encontrado, de la mano de
Eduardo Moga, en la
revista 330 ml. que comienza también hoy su andadura. Y en el periódico
Heraldo de Aragón, de la mano de
Antón Castro, en la recomendación diaria del
Heraldo.es. Gracias a ambos por estos excelentes textos y por la generosidad de las lecturas. Aquí las guardo:
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Eduardo Moga |
MELANCOLÍA ENCRESPADA
Este segundo poemario de Olga Bernad (Zaragoza, 1969), tras Caricias perplejas, cultiva un neorromanticismo sin estrépito, meditativo, de acentos clásicos. Embarcada en una inquisitiva reflexión sobre los sentimientos propios, Bernad reivindica el amor —y sus transportes eróticos—, pero da cuenta también de la pasión incumplida o imposible, del deseo corroído por el tiempo, del cariño desvencijado. Es este un libro impregnado de melancolía, pero de una melancolía encrespada, que atiende tanto a lo pasado, y perdido sin remedio, como a lo inexistente. Nostalgia armada narra un camino de derrota, cuyos jalones son la pérdida de la inocencia, el hundimiento de la alegría y el ingreso en una soledad deletérea, que encuentra las metáforas del invierno, el desierto y la ausencia. La poeta consigna en sus páginas un ímpetu juvenil todavía palpitante —y que quiere preservar mediante la escritura—, pero ya anegado por la desilusión y la tristeza. El vértigo de la caída se expresa mediante alusiones crecientemente ominosas a las heridas y el dolor, a lo destruido —como en «Belchite 2002»—, a los muertos, al suicidio —que da título a la última sección— y a la nada: «Mirar, pensar, callar: nada me salva», escribe en «Extra viam».
Pero Nostalgia armada, pese a sus filos sombríos, no es un libro angustiado, sino estoico, secretamente alegre y también pugnaz. Algunos ecos religiosos sugieren una sombra de consuelo, y el reiterado motivo del mar comunica una sensación de amplitud libérrima, de esperanza sin límites. El sosiego que preside los versos de Bernad se desprende, en parte, de los metros impares —sobre todo, endecasílabos—, que fluyen con impertérrita elegancia, aunque a veces se arremolinen en pasajes trepidantes, que crujen de poliptotos y aliteraciones —«Nieva mentiras el abecedario,/ nieva miel lenta mientras miente el mundo,/ y rompe sal y nieve con sucia voz de mieles...»—, pero más aún de una mirada desollada, que taladra la penumbra y que sabe que aceptar el fracaso es la única manera de triunfar.
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Antón Castro |
OLGA BERNAD O LA POESÍA ALUCINADA
Nunca se sabe de dónde vienen los poetas. Esos seres de carne y hueso que van a la oficina, al supermercado, que llevan los niños al colegio, que fuman un Pall Mall en las terrazas, o un Ducados (si se trata de Ángel Guinda), esos seres tan cotidianos y a la vez extraños que tiene un rara relación con las palabras. Las tratan como a seres vivos o como si fueran la imprescindible herramienta de un sortilegio. O el secreto de la tribu. Olga Bernad (Zaragoza, 1969) tiene algo de fenómeno de internet: era una poeta sigilosa y noctámbula, alguien que escribía sus cosas en cuadernos casi clandestinos, más allá de la medianoche. Un día decidió asomarse a internet y publicar los fragmentos de una novela, y y ahí se fraguó la narración ‘Andábata’ (Paréntesis), pero antes también publicó sus poemas, y así nacería, con gran impacto, ‘Caricias perplejas’ (Fundación ECOEM, 2009), uno de esos poemas que están tocados por el embeleso y el dolor, por la lucidez y el deslumbramiento.
Olga Bernad, con ese libro, y no hay exageración en ello, constituyó un pequeño acontecimiento literario en la lírica de Aragón. Hace pocas semanas, aparecía ‘Nostalgia armada’, uno de esos libros sorprendentes que exaltan la escritura poética y que muestran cómo se construye una voz propia. Sorprendente porque está hecho de muchas cosas: de nostalgia, de dolor, de alucinación, de ternura, de libertad creativa. Sorprendente porque propone continuos viajes a la memoria: a la adolescencia, al territorio de los amores soñados, al núcleo de amistades inolvidables, a la elegía, al interior de una clase donde se libra la batalla del poema, de la pasión y de la melancolía. Sorprendente porque está escrito con esa elegancia personal de la autora: desconcertante, libérrima, la elegancia y el pulso de alguien que tiene una complicidad muy particular con las palabras. Esta poeta, Olga Bernad, tiene otro don: la capacidad para crear imágenes vigorosas, imaginativas, inesperadas.
‘Nostalgia armada’ (La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011. 94 páginas) es un libro de una belleza dolorosa, desesperado y sereno a la vez, de un amor tan pletórico como dramático quizá porque tiene el eco de los amores imposibles. Dice: «Armada hasta los dientes te esperaba,/ inútilmente armada hasta los dientes. (…) / Algo tiró de mi hacia tu infinito,/ no sé si náusea o fuente, no he sabido/ reconstruir el curso de su fuerza./ Hasta el final llegué arrastrando el alma;/ al final me he perdido: ya soy nada». La edición, conviene recordarlo, es realmente bonita. Da gusto leer en ella versos como estos: «El día que me marche me iré lejos./ Ya no me quedará ni el mar al frente». O «En tardes de violencia me ha mirado / con ojos de animal de compañía».
Antón Castro (publicado en Heraldo de Aragón- Heraldo.es- 18/04/11)