Creo que las cosas más increíbles
pasan sin que uno haya pensado en ellas.
Hace unos meses, Raúl Guíu, un joven director de cortos, me mandó un
correo sorprendente: me contaba que había leído por internet una antigua entrada de este blog, mi poema “Los ojos de los muertos” (poema que luego formó
parte del libro Nostalgia armada, publicado en Siltolá en 2011) y que le parecía
perfecto para banda sonora del proyecto en el que estaba entonces
trabajando. Quedamos, me pasó el guión y
me contó su idea. Ahora es más que una idea. Cuti Vericad ha puesto música y
voz a esta especie de blues que acompaña a los títulos de crédito de una
pequeña comedia negra. La producción es de José María Guíu y Francisco Javier
Millán; la fotografía y edición, de Roberto Torrado; los protagonistas: la guapísima
María Díez de Rada y Alfonso Palomares, de mis admirados de Oregón Televisión.
El miércoles pasado asistimos al
pase privado en la productora y el próximo viernes 13 de septiembre se proyecta por primera vez en la
Muestra de Delicias, para la que ha sido seleccionado. La presentación oficial, el sábado 28 de
septiembre en el Centro de Historia. Os
esperamos a todos y, de momento, aquí queda cartel promocional, canción y
poema.
Esos ojos abiertos de los muertos
cuando nadie ha mirado su desvelo
ni su ausencia del sueño de los vivos;
cuando nadie ha hecho el gesto de entenderlos
cerrando sus inútiles ventanas
hacia un mundo perdido para siempre.
Aún atados por la fiel memoria
a la costumbre de mirar las cosas,
qué verdad suspendida de sus párpados,
qué terrible pureza ensimismada,
definitivo asombro de los ojos
inmóviles y ciertos de los muertos.
Y la vacía voz de su mirada
y la imposible luz que acaso intuyen
los nuevos ojos ciegos de los muertos.
cuando nadie ha mirado su desvelo
ni su ausencia del sueño de los vivos;
cuando nadie ha hecho el gesto de entenderlos
cerrando sus inútiles ventanas
hacia un mundo perdido para siempre.
Aún atados por la fiel memoria
a la costumbre de mirar las cosas,
qué verdad suspendida de sus párpados,
qué terrible pureza ensimismada,
definitivo asombro de los ojos
inmóviles y ciertos de los muertos.
Y la vacía voz de su mirada
y la imposible luz que acaso intuyen
los nuevos ojos ciegos de los muertos.