Para estos días de octubre, primeros del otoño, la compañía de Perros de noviembre.
Con este título, Olga Bernad (Zaragoza, 1969) publica su cuarto libro
de poemas en la editorial La Isla de Siltolá. Una obra que se suma a los
poemarios Caricias perplejas (2009), Nostalgia armada (2011), El mar del otro lado (2012), a la narrativa de sus dos novelas, Andábata (2010) y El buen amor (2013), y a una recopilación de textos en prosas: Algunos cisnes negros (2013).
En esta entrega que nos ocupa, Olga Bernad mantiene un estilo uniforme
en todo el conjunto, sin ruptura en el tono y el propósito de los
poemas, aunque estos se lean de manera independiente, sin ninguna
conexión temática entre ellos. De estilo, en cambio, sí, que no es poco.
Ahora que tan de moda están los libros de poemas unitarios,
casi con presentación, exposición de hechos, nudo, trama y desenlace,
Bernad logra un paso más, algo original, o al menos poco usual, y
meritorio: mantener, desde la total corrección formal en la ejecución
del poema, una única impresión, pero sin renunciar a la dispersión de
cada unidad, de cada poema en el discurso de la obra. Una
dispersión que, lejos de provocar distracciones y despistes, ayuda a
comprender la finalidad y la esencia en el estilo de la autora.
Las palabras y las imágenes, muchas de ellas espléndidas, se
sostienen sobre un significante que ni es previsible ni se corresponde,
en ocasiones, con su significado, pero que alcanza paisajes y caminos
propios y ricos, aportando una pieza nada accesoria al engranaje de la
poesía: “La rosa blanca sobre fondo adverso, / la rosa blanca de los
hospitales. / Tú, la gota de sangre sobre el suelo / -la llevas dentro y
se ha caído al suelo-, / la lágrima de ti, la mensajera”. El rasgo general de Perros de noviembre es
el de un hermetismo que convive y respira con la cercanía del lector,
que no aísla el lenguaje del poema para producir una introspección tan
oscura como vacía, que no vacila en el prosaísmo y la nadería, como leemos en su poema No fear:
“Me asusta / prostituir palabras para evitar verdades / que no se
marcharán. / Y me asusta el silencio y las palabras / que arrojo hacia
el silencio cuando la vida calla, / pues cicatrizan mal / las heridas
abiertas con un cuchillo sucio”. La dicción, solemne y llena de
musicalidad, comparte espacio con una cierta tendencia al aforismo, como
en estos versos de Las maravillas huérfanas: “Los amores a
solas son ciudades urgentes / que nuestro corazón levanta mientras dobla
/ las rodillas en el rincón más cierto / de la verdad extraña que lo
habita”. O estos otros de Toda la historia: “y la memoria es / vestido y piel privada, / libro que fue y espera / y páginas en blanco para todos”.
La poesía de Olga Bernad concibe el modo de Horacio: dulce y útil.
En todo el libro se conjugan estas dos categorías, estas dos etiquetas.
Y resumidas en una cohesión estética que se prolonga por todo el
conjunto. Las combinaciones en poesía son peligrosas, un equilibrio del
que es complicado salir bien parado. Aunque la poeta nos diga que
“escribo para amar”, con Perros de noviembre nos demuestra que hay mucho más en la voluntad de esta nueva publicación.
Gonzalo Gragera
Enlace a la revista: http://www.oculta.es/poesia/olga-bernad-perros-noviembre/