A Marta y Álvaro, que me hicieron pasar un buen rato.
Quedo con dos amigos y me animan a explotar mi vena irónica. Ya otros lectores me han animado a lo mismo alguna vez y yo sé que no sé explicar bien los sentimientos enfrentados que me produce el concepto. Para resumir, les digo: “En general, estoy en contra de la ironía”.Y no me gusta que las venas exploten, prefiero que sigan siendo cauce, curso y contención.Acabamos riéndonos muchísimo (menos mal que también estoy en contra de la coherencia total y así se lo demostré a mis amigos).
No son más que frases, un pobre recurso para poner de manifiesto un hartazgo: tengo el paladar estragado de tanto saborear ese tono suelto, poco exigente, presuntamente gracioso, estudiadamente superficial y no sé hasta qué punto calculadamente descuidado o descuidado a secas, que lo mismo sirve para analizar una novela que para tornarse puñetero y poner verde a alguien (o incluso para ambas cosas a la vez), eso sí, sin asumir las consecuencias, pues hablamos en broma y hay que tener sentido del humor y respetar y todo eso.
Entendámonos, no es que pretenda hacer una apología de la brusquedad para parecer más auténticos, esa es también la excusa a la que se agarran los sinceros profesionales para soltar sus hieles sin parar y quedarse tan anchos. Por supuesto estoy también en contra, como cualquier persona un poco civilizada, de todo exceso de sinceridad innecesaria, esa actitud adolescente y cuadriculada que no acierta ni a intuir que la realidad es un mapa con muchas carreteras y que a lo mejor aún no las hemos recorrido todas. Pero, si finalmente uno decide ponerse estupendo, estoy en contra de que lo haga en broma para evitar que el otro pueda, al menos, mandarlo un poco a la mierda seriamente. Vaya, que estoy en contra de un montón de cosas: ¿Qué me dicen de la gente que te cuenta “su” verdad como si el posesivo fuese una patente de corso y la verdad un mar de plastilina? Yendo más allá, también me cabrean bastante los que “no tienen prejuicios” y, encima, no quieren que los tengas tú. ¿Pero dónde has vivido?, ¿en el limbo?, ¿nunca has sacado conclusiones de la experiencia? Pues entonces tienes prejuicios y, si no los tienes, vete a buscarlos porque son útiles como pocas cosas en la vida. O vuelve a juzgar cada día, con la mente en blanco que ya nunca poseerás, cada hecho al que te enfrentes.
¿Qué busco entonces en una conversación, en un libro, en una persona, en mí misma? Algo muy normal:.bastaría con un poco de comunicación sin aspavientos (y sin tono constantemente “poético” o "buenista", a poder ser), un mínimo de conocimiento, un grado de autoexigencia mayor del que exigimos a los otros, una simple falta de mala fe, un cierto control de cosas tan humanas como la cobardía o la envidia. Un no necesitar herir o cumplimentar gratuitamente al de enfrente. Dejar eso para cuando debamos hacerlo muy en serio, y que entonces no nos dé vergüenza ser generosos. Bastaría con tener alguna gracia, supongo.