sábado, 29 de noviembre de 2014

La vida mancha (II)

Una fuerte tormenta nocturna ha hecho que esta mañana el suelo amaneciese sembrado de hojas amarillas. Este otoño caliente las retenía en los árboles pero ya estaban muertas. Sic transit gloria mundi. Mi gata medio mía, la que me ha ido adoptando, jugaba esta noche con los restos resecos y enlodados. Ella está libre de vulgares melancolías poéticas porque jamás un animal siente pena de sí mismo, de las hojas, de lo que se va. Olía la tierra húmeda y me miraba a mí, que la miraba a ella; y ella brillaba, jugadora, sucia, triunfante y clara entre las sombras del pequeño jardín que hay ante mi puerta. Nada echaba de menos, le bastaban la luna, el barro y mi llegada. Y si mañana no llego y no ha llovido, le bastará la luna. Mi gata es un ser puro: no tiene corazón.