Una vez dejé de fumar durante seis meses. Nadie que no haya tenido una adicción de verdad podrá entenderlo. Fue toda una experiencia. A mí me costó lágrimas, hubo tardes en las que lloré de auténtica pena porque nada tenía sentido ya: ni salir de trabajar, ni tomar un café con los amigos, ni leer, ni escribir ni -sin entrar en más detalles- ninguna otra actividad antes tan grata. No merecía la pena porque después, después, después quería fumarme un cigarrillo y resistirse era tan duro que resultaba preferible no hacer nada, solamente aguantar entre cosas banales con un no entre las cejas. Dormía horas y horas. Cosía botones. Me iba al cine. Pero un buen día me levanté y, a mitad de mañana, me di cuenta de que no había pensado en el tabaco, de que había vivido normalmente y sin sufrir. Y me hizo gracia. Una noche salí a cenar. Y no fumé. Y no pasó nada. Y luego salí otra noche, y otra. Pensé que yo había vivido mi adicción como se vive un amor cuando se es muy joven. Tu sangre te lo pide, tu pensamiento lo llama, estás verdaderamente enferma sin él. Pero sabes que él no te hace feliz ni te hace mejor y, de repente, una tarde, ves que has pasado cinco horas sin echarlo de menos. Y al día siguiente son diez, y al mes ya casi no te acuerdas. Y eso te libera. Pero, en el caso del amor, también te deja un poco huérfana. Ya no se enciende la noche por una sonrisa o por una frase que tal vez significa algo, ni una mirada te traspasa como una espada ni una palabra suya bastará para sanarte. A cambio de no sentir una ansiedad constante pierdes toda esa extraña luz con la que antes mirabas las cosas. De dónde saldrá esa luz, por qué vendrá, a dónde se va luego.
Nota: Desde la semana pasada está en el aire el número 3 de la revista CUADERNO ÁTICO. La sobriedad y la elegancia que Juan Manuel Macías imprime a sus textos se deja sentir también en su forma de editar. Junto a una interesantísima compañia, en la sección LA BIBLIOTECA (pp.92-94) aparece un texto de Algunos cisnes negros, mi último libro, que recopiló algunas prosas de este blog: La pesadora de perlas. Toda la revista, AQUÍ.
6 comentarios:
A mí me funcionó como pude cambiar el chip de "me estoy perdiendo algo bueno" por el de "no tengo nada que perder". Y ya llevo ocho años.
Salu2 cisnerosos, Olga.
Esa luz con la que miras las cosas no depende del tabaco ni de ningún mal amor sino de tus ojos. Se derrama espléndida por el texto, no se va.
Más que interesante Cuaderno ático. Mis felicitaciones.
Yo volví a caer, Diego, pero me sirvió para aprender. La próxima vez, si decido dejarlo y lo consigo, no volveré a tocarlo. No creeré que puedo controlarlo y que puedo fumarme un par de cigarrillos al día. No puedo. Soy adicta. En fin, saludos y buen sábado, que está lleno de luz por aquí:)
Gracias, Durrell, es bonito verlo así (y desde luego es bonito que te lo digan:) Muy amable, como siempre. Pero la luz va y viene de unos ojos a otros, me temo. La cuestión es aprovecharla cuando está, eso sí.
Saludos.
Yo solo te puedo decir que disfruté muchísimo fumando y ahora disfruto muchísimo no haciéndolo.
Sí decides volver a intentarlo y lo consigues comprobarás que esa 'luz' te seguirá siempre porque está en ti.
Ya sabes que cada uno ve la vida "según el color del cristal con que la miras"
Un beso y ¡ánimo!
Esa es la postura más inteligente: disfrutar las cosas mientras has haces y dejar de hacerlas exactamente cuando lo decides. Te felicito, de verdad. No creo que el tabaco aporte ninguna luz; el amor, aunque no sea bueno, quizá sí.
Un beso y muchas gracias, doña A. Procuraré conseguirlo a la próxima.
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