jueves, 21 de enero de 2016

¡Viva Madrid!


Hace justo una semana estaba en Madrid para formar parte del jurado del premio Nicanor Parra de Siltolá.  Poesía, trenes, estaciones, viajes. Y Madrid. Eso significa también reencuentro con amigos y con calles. Me gustan esos momentos, me gusta cambiar de aires, me gusta ir. Y me gusta mucho pensar en ello. Había pensado mucho en este viaje, en los libros, en las ilusiones de tanta gente. También en las personas a las que iba a ver y en las que ya no vería. En fin: Madrid.

Y sí, fueron cuatro días estupendos. Un amigo me dice que tengo luz y yo evito decirle que también tengo oscuridad porque no hay que darle nunca motivos a lo evidente. Lo bueno es absorber la luz de las cosas, incluso del día lluvioso que me recibió en Atocha.  Por unanimidad, resultó vencedor Que viene el lobo de Itziar Mínguez Arnaiz. No sólo ella salió ganando de la Casa de América, a mí me encantó el reencuentro con Javier Sánchez Menéndez y también conocer a los otros miembros del jurado: Elena Medel, Carmen Camacho, Herme G. Donis, Juan Cobos Wilkins y Diego Doncel.  La noche se cerró con copas y picoteo y con una larguísima conversación con Javier, de esas que avanzan hasta la madrugada. 

Por la mañana me reencontré con Marta, una amiga del colegio que ha abierto un maravilloso café muy cerca de la Puerta de Alcalá, en una bocacalle de Serrano (se llama Il tavolo verde y está en Villalar, 6, perdón por el paréntesis publicitario). Me encanta que les vaya bien a los amigos, aunque Serrano se nos siga saliendo de presupuesto. Pelillos a la mar: miramos los escaparates, no somos insaciables. Por la tarde, en La Central de Callao, se presentaba el último libro de Ernesto Fratarola -Uno- publicado precisamente en Siltolá. No nos veíamos desde 2011 en Barcelona, así que fue una coincidencia feliz. Le acompañaba Ana Gorría, a la que por fin saludé, aunque ya nos conocíamos por estos mundos virtuales. Ella me presentó a Miriam Reyes mientras tomábamos el vino que se ofrecía después. Ernesto estaba muy contento y yo me alegro muchísimo por él. Me quedé con las ganas de visitar a Francisco José Martínez Morán, que leía a la misma hora en Alcalá de Henares, pero esa noche llegaba Antuán para acompañarme en mi periplo madrileño. 

Al día siguiente quedamos con Jesús M. y Enrique Ortega, viejos amigos virtuales y reales. Partiendo de la Biblioteca Nacional nos hicieron, como suelen, un buen recorrido por rincones que se nos habían quedado pendientes de otros viajes. Afortunadamente Madrid es inagotable como su amabilidad: del velador de “El espejo” acabamos en un sitio no lejos de Atocha donde servían unos martinis buenísimos. Por la tarde-noche nada de turismo, sólo insistimos en el placer. 

El domingo vimos a Antonio Azuaga y Charo, que vinieron desde Coslada para quedar con nosotros en la plaza de Oriente, a los pies de la estatua de Felipe IV. La Almudena estaba cerrada pero el Oriente no, así que bien. Ya había dejado para otra vez tomar algo bajo la cúpula de cristal del Palace y mi capacidad de sufrimiento tiene un límite (y los cafés son cultura, además). Comimos por la Plaza Mayor y ahí no tomamos ningún café con leche porque nadie necesita relajarse cuando está agotado y feliz. Después, a Gran Vía a recoger las maletas. Desde arriba, el reloj del edificio de Telefónica se empeñaba en recordar que se había acabado el tiempo. Aún me compré un anillo en los tenderetes de Atocha, un anillo precioso de cuero y plata. Me dormí tocándolo en cuanto subimos al tren.

En la plaza de La Cibeles, con el Ayuntamiento y la Casa de América detrás. Allí tuvo lugar la reunión del jurado.
En la sala Octavio Paz de la Casa de América. Muy concentrados deliberando.
En la Central de Callao. Ana Gorría presentando "Uno", la última publicación en Siltolá de Ernesto Fratarola.

Con Enrique y Jesús M. en la puerta de Santa Bárbara.
Con Antonio Azuaga y Charo en la Plaza de Oriente.

Con Antuán y Enrique a los pies de la estatua de Goya. La luz se puso imposible.

En Sol, la última tarde.

Descansando en un café cerca de la Plaza Mayor, en la calle Felipe III.

El reloj del edificio de telefónica desde la terraza del hotel.