Hace justo una semana estaba en Madrid para formar parte del jurado del premio Nicanor Parra
de Siltolá. Poesía, trenes, estaciones, viajes. Y Madrid. Eso
significa también reencuentro con amigos y con calles. Me gustan esos
momentos, me gusta cambiar de aires, me gusta ir. Y me gusta mucho
pensar en ello. Había pensado mucho en este viaje, en los libros, en las
ilusiones de tanta gente. También en las personas a las que iba a ver y en las que ya no vería. En fin: Madrid.
Y sí, fueron cuatro días estupendos. Un
amigo me dice que tengo luz y yo evito decirle que también tengo
oscuridad porque no hay que darle nunca motivos a lo evidente. Lo bueno
es absorber la luz de las cosas, incluso del día lluvioso
que me recibió en Atocha. Por unanimidad, resultó vencedor Que viene el lobo de Itziar
Mínguez Arnaiz. No sólo ella salió ganando de la Casa de América, a mí
me encantó el reencuentro con Javier Sánchez Menéndez y también conocer a
los otros miembros del jurado: Elena Medel, Carmen Camacho, Herme G.
Donis, Juan Cobos Wilkins y Diego Doncel. La noche se cerró con copas y
picoteo y con una larguísima conversación con Javier, de esas que
avanzan hasta la madrugada.
Por la mañana me reencontré con Marta, una
amiga del colegio que ha abierto un maravilloso café muy cerca de la
Puerta de Alcalá, en una bocacalle de Serrano (se llama Il tavolo
verde y está en Villalar, 6, perdón por el paréntesis publicitario). Me
encanta que les vaya bien a los amigos, aunque Serrano se nos siga
saliendo de presupuesto. Pelillos a la mar: miramos los escaparates, no
somos insaciables. Por la tarde, en La Central de Callao, se presentaba
el último libro de Ernesto Fratarola -Uno- publicado precisamente en
Siltolá. No nos veíamos desde 2011 en Barcelona, así que fue una
coincidencia feliz. Le acompañaba Ana Gorría, a la que por fin saludé,
aunque ya nos conocíamos por estos mundos virtuales. Ella me presentó a
Miriam Reyes mientras tomábamos el vino que se ofrecía después. Ernesto
estaba muy contento y yo me alegro muchísimo por él. Me quedé con las ganas de visitar a Francisco José Martínez Morán, que leía a la misma
hora en Alcalá de Henares, pero esa noche llegaba Antuán para
acompañarme en mi periplo madrileño.
Al día siguiente quedamos con
Jesús M. y Enrique Ortega, viejos amigos virtuales y reales. Partiendo
de la Biblioteca Nacional nos hicieron, como suelen, un buen recorrido
por rincones que se nos habían quedado pendientes de otros
viajes. Afortunadamente Madrid es inagotable como su amabilidad: del
velador de “El espejo” acabamos en un sitio no lejos de Atocha donde
servían unos martinis buenísimos. Por la tarde-noche nada de turismo,
sólo insistimos en el placer.
El domingo vimos a Antonio Azuaga y
Charo, que vinieron desde Coslada para quedar con nosotros en la plaza
de Oriente, a los pies de la estatua de Felipe IV. La Almudena estaba
cerrada pero el Oriente no, así que bien. Ya había dejado para otra vez
tomar algo bajo la cúpula de cristal del Palace y mi capacidad de
sufrimiento tiene un límite (y los cafés son cultura, además). Comimos
por la Plaza Mayor y ahí no tomamos ningún café con leche porque nadie
necesita relajarse cuando está agotado y feliz. Después, a Gran Vía a
recoger las maletas. Desde arriba, el reloj del edificio de Telefónica
se empeñaba en recordar que se había acabado el tiempo. Aún me compré
un anillo en los tenderetes de Atocha, un anillo precioso de cuero y
plata. Me dormí tocándolo en cuanto subimos al tren.
En la plaza de La Cibeles, con el Ayuntamiento y la Casa de América detrás. Allí tuvo lugar la reunión del jurado. |
En la Central de Callao. Ana Gorría presentando "Uno", la última publicación en Siltolá de Ernesto Fratarola. |
Con Enrique y Jesús M. en la puerta de Santa Bárbara. |
Con Antonio Azuaga y Charo en la Plaza de Oriente. |
Con Antuán y Enrique a los pies de la estatua de Goya. La luz se puso imposible. |
En Sol, la última tarde. |
Descansando en un café cerca de la Plaza Mayor, en la calle Felipe III. |
El reloj del edificio de telefónica desde la terraza del hotel. |