Cuando era más joven tenía mucha prisa por viajar, yo quería ver el mundo y el mundo me parecía grande y hermoso y todas las ciudades me recibían bien. Así que durante unos años viajé todo lo que pude, me dormí en muchos autobuses que cruzaban Europa lentamente mientras yo veía cambiar el paisaje y el idioma de las señales de tráfico, me leí muchos libros en trenes cochambrosos y me sentí en las nubes cuando mi presupuesto me permitió volar. Todas las lenguas me sonaban a gloria y en todas partes había chicos guapos. Entonces no me despedía con tristeza de los lugares ni de las personas porque pensaba que volver sería natural. Luego, el tiempo y la vida se embarullan y, de repente, un día te das cuenta de que hay lugares a los que ya no regresarás. Sé también que hay muchos otros a los que nunca iré y algunas personas a las que posiblemente jamás volveré a ver. Eso te deja una extraña serenidad para no mentirte ni a ti misma en cuanto a lo que prefieres, cuidar los frágiles lazos que te unen a lo que amas y también una decidida intención a aceptar que estos se rompan sin demasiados reproches. Responder solamente con un dolor en el corazón, un asunto tuyo. Y confiar en que aún habrá tiempo de conocer Venecia.
6 comentarios:
Simplemente bella, dama valiente.
No diría yo tanto. Simplemente procuro llevar los momentos de cobardía con dignidad :) Y guardarle un pequeño hueco en el pensamiento a todo lo que prefiero. Pero muchas gracias, Durrell (como siempre).
Venezia tiene una belleza rara; hay algo húmedo y roto, frágil, que se mezcla con la luz, los canales y lo majestuoso. Una hermosura triste. Casi como el dolor de corazón.
Muy bonito, Olga.
Gracias, Ada. Húmedo, roto, frágil, luz... sí a todo.
¡Qué bonito es viajar, Olga!
Sabina dice que no hay que volver al lugar donde se fue feliz... pero, no estaría de más comprobarlo.
Siempre queda la esperanza de poder partir, volar, soñar...
Salu2 viajeros.
Es bonito, Diego. A veces me despierto con muchas, muchas ganas de carretera...
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