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viernes, 6 de febrero de 2015

No te caigas

Fotografía: Brooke Shaden

Decía Rafael Barret, con su elegancia inglesa un poco anarquistoide, que desprenderse de una realidad no es nada; lo heroico es desprenderse de un sueño. De hecho, jamás retornamos del todo de los sueños que tuvimos, si fueron de verdad (si es que un verdadero sueño puede ser mentira). Con el paso del tiempo quedan vacíos donde hubo castillos, y tus paseos por las nubes pueden convertirse en una travesía sobre campos minados. Si caes por una de esas ausencias, no irás al País de las Maravillas y al fondo no habrá nadie. Así que no te caigas.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Dejar de amar a alguien

Dejar de amar a alguien se parece
tanto a perder la fe.
La misma libertad vacía de hambre;
el mismo tiempo tiembla (tiembla y arde
en los mismos relojes aturdidos),
el de antes de amar, cuando había tiempo
para algo más que amar.
La estéril paz de antes de la guerra.
No hay nada más. El reino de la lluvia.
La hoguera de la antigua ansiedad rinde
un territorio negro
donde nievan estrellas apagadas.
Dejar de amar a alguien se parece
mucho a perder la fe.


 

  
Nota 27 septiembre: Esta tarde tendré el placer de presentar, junto a Luis Pérez Collados, la última novela de Santiago Gascón, Una familia normal, recientemente publicada en Xordica.  Será a las 20 h. en  el Salón de Actos del Edificio de Sindicatos, Plaza de la Catedral, en Teruel. Os esperamos.


lunes, 11 de octubre de 2010

Pequeña para siempre

Hace pocos días hubiese cumplido años mi mejor amiga, a la que perdí en la adolescencia.  Los lectores más antiguos de esta bitácora recordarán que hablé de ella hace tiempo, en un texto que procuraba atrapar otros cielos en la mano.   En Caricias perplejas incluí un poema en su memoria, pero nunca lo colgué en el blog.  Lo hago hoy, para recordarla y para recordarme que a veces es verdad, los amigos se van para siempre.

A Nieves Molera (in memoriam)

He soñado esta noche una plaza rendida,
y un viento de dolor en medio de la plaza.
Tú no estabas y ya nunca vendrías
y yo miraba un charco lleno de luz y lodo.
Todo era extraño y húmedo.
Aún golpean el aire los sonidos
de la fragua y los lobos y los hombres,
herreros que trabajan en la noche de candiles y músculos,
de golpes y de golpes y de golpes
y de radiantes soles apagados.
Noches desamparadas
con umbrías mañanas esperando,
desamparadas olas vacías de pescadores,
desamparadas viejas en las puertas:
así era el pueblo en el que te buscaba.
Llegan rumores cada vez más vivos
que hablan de cuatro dioses a caballo.
Vendrían de repente a terminar el mundo
pero vienen cantando desde lejos,
borrachos y temibles.
Se oyen sortilegios y oraciones,
cansados coroneles y noticias
y mujeres hermosas que suspiran,
mujeres que hubiéramos sido un día
en otra vida nuestra.
No tendremos noticia de tu muerte
pero no volverás.
Tú que siempre contabas con nosotros,
tú que tanto añorabas
sentir el primer beso y su dulzura.
Tú siempre sonreías.
Dios te amaba, Dios te pertenecía
y te ha olvidado,
te ha soltado la mano en una esquina.
Al doblarla empezaba un descampado.
Dios se aburre del llanto de sus siervos,
se aburre de quererlos, se termina
su humana compostura.
Los dioses siempre vuelven a ser dioses.
Juegan muy poco rato,
nunca acaban el juego cuando pierden
pero callan sin límite,
se llevan a los cielos estrellados
almas como la tuya.
Pequeña diosecita perdida entre las calles,
hermosa para siempre, pequeña para siempre,
buscadora de ángeles y dueño.
Tampoco en este sueño he vuelto a verte.

Hace un año:  Sevilla desde el Pilar    Hace dos años:  En un Simca 1.200

Nota:  Pensando en amigos presentes, me encuentro hoy con una reseña de Andábata en el desván de los libros de Marta María López.  Gracias, Marta; aun sin conocerte, es un placer haberte encontrado.  También me encuentro una entrevista al tímido y admirado Fernando González Seral.  Tus fotos son hechos, no palabras, actos de amor hacia la tierra que enfocas. Me alegro de que "ocurran" también por la tele.  Felicidades, maestro (en cielos;-).   Y , al final de la mañana, me llega Fuera pijamas, el libro de relatos de Antonio Serrano Cueto, recién salido de la imprenta.  Enhorabuena y gracias por el detalle, Antonio, el día del Pilar se vestirá con los pijamas que ta has quitado;-)       

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Fanáticos y radicales (Sic transit gloria mundi)


Videos tu.tv

Aunque el templo y la liturgia sean hermosos, el gesto no arma la doctrina.  Es al revés. Antes fue el corazón, luego el recuerdo, finalmente las formas. Cuando vacíes éstas de todo calor humano, sólo te quedará el ademán de inquisidor, la fría boca, lavando tu conciencia en miedo ajeno si tienes poder para ello, maldiciendo el mundo y sus modernidades si sólo eres uno más –aunque para mí siempre fuiste otras cosas: aquellos caballeros, San Luis muriendo sin parar en un poema; Chateaubriand al final, acorralado por la vulgaridad, el mar de la Bretaña, el tiempo nuevo.

No es extraño que seduzcas así, pues de una manera oscura estás iluminado (por eso arrasas casi cíclicamente conciencias y paisajes).  No es difícil tampoco que el poder te sostenga algunas veces con sus manos de hierro. Pero intentar quererte es como alimentar a un perro peligroso. Morderás al final porque es tu sino. Nosotros lo sabíamos, por eso hicimos cada revolución sobre precisas máquinas que limpiaban las gargantas de toda culpa. Hubiese querido compartir contigo la noche y el momento y, sin embargo, sólo puedo contarte cómo embriaga la sangre y la esperanza, dando a cada cuchilla un brillo de inocencia.

La nueva crueldad te superaba, y el mundo y el poder te traicionaron. Son amantes volubles, nunca serán nosotros.

Hace un año:  Lejos del cielo     Hace dos años:  No volver

Nota: Comenzamos el curso poniendo en pie una vieja idea que aún no sé muy bien cómo se irá desarrollando.   Click aquí.
4 de septiembre: Me entero de que, a principios de junio, un poema mío viajó hasta muy lejos.  Gracias, Miroslav, por incluírme entre tus autores.    

lunes, 26 de julio de 2010

Spira mirabillis

 Eadem mutata resurgo

He gastado gran parte de mi vida
buscando sellar círculos perfectos,
territorios seguros y felices
preñados de promesas y de anillos,
esa sencilla forma de ponerme
el amor como insignia entre los dedos.
Si algún día viví en el paraíso,
no me expulsó el mordisco y la manzana:
fue el sueño y la soberbia imperdonable
de poseer entero el horizonte.

Dios no me quiere en círculos perfectos,
me quiere derramada en espirales.
Cada vez que he intentado cerrar uno
-amor, poema, verso o territorio-
el diablo se distrajo,
y el silencioso ángel que me guarda
movió un poco su mano victoriosa
para tocar apenas
la curva que cerraba mi esperanza.

Y yo empecé a dar vueltas torpemente
queriendo atar mi terca cinta blanca
a otro extremo que nunca encontraría.
Así aprendí a bailar y a escribir versos,
así llore y así distraje lágrimas,
así rodé hacia el centro del espejo.

De tanto ir hacia dentro, las espirales rompen
el fondo inabarcable de nuestra complacencia,
se inventan el espacio y lo comprenden.
Difícil distinguir si lo penetran
lo violan o lo salvan; intuimos
que ese punto final es la promesa,
la verdad esperando en algún sitio,
la prueba de la fe,
la mirada de Dios sobre las cosas.
Pero es también la soledad ardiente,
la incógnita de un salto
a lomos de una yegua triste y mágica.

Las espirales viven en los libros,
en la oreja cortada de Van Gogh
y en todas las estrellas de sus cielos
(el cielo de los locos brilla tanto
alguna noche oscura),
en la danza del agua que se escapa
del grifo del lavabo de los cuerdos
hacia la tubería subterránea.
Cada hoja caída de los árboles
guía esa misma danza matemática,
la de las mariposas en el vientre
de mi primera vez.

El tablero del juego de la oca;
Tlaloc, dios de la lluvia, y el principesco vals;
Hermes y las serpientes que pelean
sobre su antigua rama de avellano.
Ha rodeado el ojo de un caballo
en los mitos germanos; ha domado
dragones orientales e infinitos;
levantó zigurats, hizo pirámides,
dibujó el remolino de mi pecho
cuando tú me llamaste por mi nombre.

Los cuatro brazos de la Vía Láctea,
los enfados del mar, que arrastran galeones
hacia el mundo profundo y misterioso.
El oro hundido. Caracolas blancas
para llenar mi cofre de tatuajes,
la arena salpicada de espirales.
Una borrasca sobre Islandia entera,
unos versos leídos casualmente
cercando mi memoria y arrastrando
mi conciencia hacia un centro incomprensible.

Lo que buscó mi lengua entre tus labios
lo encontré en el ombligo de mis hijos.
Entonces supe que la vida escapa
a golpe de espirales y de símbolos
de los planos recursos de la muerte.


Hace dos años:  Jazmines sobre el mar, Agosto espera, Mil gracias, Las reglas del desierto

Nota:  La noche en que este poema se publicó, Javier me escribió para decirme que, tras leerlo, me había dedicado una entrada indirecta (aquí).  Él sabe que no siempre le entiendo pero que siempre le entiendo lo suficiente, lo cual no es mala forma de entenderse.  Gracias, Javier. 

miércoles, 7 de abril de 2010

Noches de abril


Las noches de abril son apropiadas para leer libros de alguna filosofía estricta que entretenga el rumor de las venas con el consuelo de vislumbrar esquemas bajo las letras serias y formales de la edición más sobria. Pero no lo soportaré, lo sé; sé que tiraré el libro otra vez por la ventana y, cuando todos estén dormidos, iré a mirar la luna con la misma impaciencia de otros años.

No tengo mal de amores, tengo algo parecido al hambre y no sirvo para ninguna filosofía; sirvo para las noches, noches para el descuido en las que el hambre se convierte en sed, la dueña tenaz que te secuestra y no sabes si sí -considerémoslo una cuestión natural- o si no, ésta es mi sed: nada poético, una querencia de voz animal que me obliga a gastar el tiempo haciendo algo parecido a saciarla. No lo sé.

Pero sed de qué, si nunca nada ha sido suficiente.

No sé si esto es glorioso. Sé que estoy viva. No sé lo que espero; sin embargo, en abril, siempre tengo la sensación de que se acerca.

Olga Bernad 


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Hace un añoEl fuego que nos mira, Andábata: la luz y yo
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NOTICIAS VARIASLas vacaciones y la extensión de la entrada anterior dejaron el noticiario vacío.  Han pasado muchas cosas:

Sergio Berrocal,  amigo y antiguo comentarista de esta bitácora, publica su primer libro, "Pequeña oración"; también Aurora Pimentel tiene a punto su libro (¡qué ganas tenía ya de verlo, duquesa!); la revista Artes y Letras recibió un más que merecido premio al mejor espacio de promoción del arte aragonés contemporáneo; nuestro fotógrafo de los Monegros, Fernando González Seral, fue entrevistado por Miguel Mena en la radio.  Ahora mismo vuelvo de la presentación en el Teatro Principal de Zaragoza del estupendo libro de Antón Castro, "Vivir del aire", que tuve el honor de conocer antes de publicarse... y el sábado, en la Campana de los perdidos, nos leen sus poemas Marta Navarro y Luisa Miñana (olvídense del Barça- Madrid, no hay color;-)

Recibo esta mañana "A la vendimia en Portugal", el nuevo poemario de Agustín Calvo Galán, artífice -entre otras muchas cosas- de Las afinidades electivas.  De sus racimos se ha ocupado la última firma invitada de DVD Ediciones. ¡Gracias, Agustín!  
Enhorabuena a todos.  Da gusto contar estas cosas.

9 de abril:  En la presentación del libro de Antón Castro, coincidí con Manuel Arribas, con su cámara al hombro, fotografiando el evento.  A la luz de la cafetería del Teatro Principal me hizo una foto (no lo pueden evitar, los fotógrafos son así;-).  Hoy cuelga una bonita entrada, un retrato exterior que completa otro interior hecho hace tiempo.  Muchas gracias, Manuel.

lunes, 22 de marzo de 2010

Hacia el infierno

(Imagen tomada de aquí)

Hace más o menos un año, por estas fechas,  me pidieron unos poemas para lo que iba a ser mi primera publicación, una plaquette que es para mí un recuerdo precioso de la velada poética que luego pasaríamos en La Cigale. En ese cuaderno, el número dos de la serie, junto a tres poemas de Caricias perplejas, aparecierton otros inéditos, entre ellos este Infierno que ni siquiera había visto la luz aquí.  Hoy le llegó su hora.
 

Mi lengua se ha enredado con la hiedra,
la dulce y dolorosa está amarrada
a una pequeña muerte sin palabras.
Debiera estar jugando con la tuya
en bares y postales, o en mis sueños.
Al menos en mis sueños removía
silenciosas mareas en tu sangre,
esa resaca abandonaba a veces
caracolas azules en la arena
y yo las acercaba a mis oídos
y bebía despacio de tu ausencia.
Mi sed, que multiplica los desiertos,
calcinaba una playa cada noche.
Palabras sucias de algas y de brea,
-la podrida distancia de las olas-
se han llevado el rumor del mar tan lejos
como si nunca más fuera posible.
Ingeniería frágil de mi vida,
peligroso sustento de las cosas.
Ahora que el mar no existe, ya estoy sola.
Cuando el amor convierta mi garganta
en cueva y en gemido,
no me quedará sueño al que agarrarme
ni muro al que trepar.
Nada tiembla en el aire cuando tiembla
mi sangre por las noches.
Ojalá el viento limpie de ruido la ciudad.
Quisiera distinguir lo que sostiene
mi alma en equilibrio,
reconocer los nervios de la cúpula,
esas venas de piedra que bombean
aliento al corazón, y mi silencio
hacia un cielo tal vez menos estricto
donde existes y escuchas, donde todo
es sencillo y sin fuerza,
como mirar un río.
Me da miedo quedarme del lado de la noche
y no encontrar la puerta hacia el infierno
que al menos luce lejos como la luz de un faro
sobre su torre oscura de finales.

Mientras, la luna arrastra brillos de sal al suelo.
Cualquier cosa se vuelve un pensamiento triste.

 (Imagen tomada de aquí)

Olga Bernad
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Hace un año: Sedeisken
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25 de marzoHace unas semanas, por pura casualidad, conocí a una mujer muy interesante, una mujer creciente a la que tal vez os guste visitar.  Me dio la dirección de su blog y hoy, por fin, he podido acercarme con más detenimiento.  Me he encontrado allí la agradable sorpresa que siempre supone la mención de un lector.  Porque lo que me importa es eso: el diálogo con el lector.  Y Mariano Ibeas ha terminado la serie de poemas que escribió a partir de mi "Puro azar".  Veré la forma de enlazarlos con su origen.  Gracias a ambos por establecer esa conversación con mis textos.
26 de marzo:  Más lecturas de Andábata en sendos blogs cuyos autores tienen la amabilidad de compartirlas.  Diego Morales  y  Belén Serrano.  Mil gracias.
Leo en Europa press una interesante entrevista con Javier Sánchez Menéndez a propósito de la reciente salida al mercado del primer número de la Revista Siltolá, en el cual aparecen dos poemas míos. 

viernes, 29 de enero de 2010

Invierno del escriba


Que sean verdad las luces,
que promulguen
al viento sur su abierto acantilado.
Que los hombres no callen cuando digan
y que no digan nada
cuando sus ojos mienten.
Que el temblor de algún cielo nos perdone,
y, después de juzgarnos, nos devuelva
con limpia crueldad al mar inexplicable.

(La nieve se caía de mi alma
y tú seguiste andando. Yo sabía
que en cada soledad hay un destierro,
una genuflexión frente a la lámpara,
un amor al papel sobre el que escribes.
Nieva mentiras el abecedario,
nieva miel lenta mientras miente el mundo,
y rompe sal y nieve con sucia voz de mieles,
y nieva tanta sal
con indecente y dulce voz de azúcar
quien mendiga el salario del amor y la pena…
que yo agradezco al cielo tu existencia,
tu misterio blanquísimo:
frente a la falsa, estúpida belleza
del predecible encanto de un culto repetido,
de la impaciente urgencia
de sus canciones huérfanas
de valor y de fe, de alma, de todo,
yo elegiré acabarme sobre un poema tuyo).

Que algo más sea cierto,
no sólo la plegaria de esta caligrafía
con la que olvido apenas
el mar de los veranos y las copas
colmadas del espíritu del vino.
Ya son insectos muertos
las dolientes, inútiles luciérnagas.
No me calentará cualquier hoguera
que secuestre ojos ciegos.
Pero estoy atrapada a ras de frío.
Mírame, luz de otoño,
en Europa es invierno para siempre.

Olga Bernad

jueves, 14 de enero de 2010

Puro azar

Enredado en azar llegó tu nombre.
Nunca quise curarme esas heridas.
El dolor ciego calma la sed de mi memoria
o hace que no me importe: yo la olvido.

Tu nombre sacia la ansiedad que muerde
y el dolor es un río de agua limpia
sobre el sucio salitre que ha dejado
sus marcas en mi piel.

Allí donde latió el orgullo late
una serena lágrima despierta,
se escurrió entre los dedos la antigua vida mía
y no habrá vuelta atrás.

Yo me descubro
lavada por la sangre que ha perdido
mi nuevo corazón . Tal vez por eso
no me quedaré a ver esta victoria.

Olga Bernad
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Hace un año: Andábata XVII: Mariposas a sus órdenes
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lunes, 21 de diciembre de 2009

Ars amandi


Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo…

César Vallejo


ARS AMANDI

Bajo la oscura piel de la armadura
llevo mi piel gastada de contiendas
donde el dolor, un pájaro dormido,
despierta de su siesta y me reclama
y sube hasta la voz de mi garganta.

Mi grito no es de odio ni de miedo:
es la conversación de las heridas
lo que queda flotando en la mañana.

Dentro de la batalla no hay silencio.
Los muertos aún parecen estar vivos,
su sangre se calienta en nuestras venas.
Hay momentos tan ciegamente cuerdos
que hasta en el corazón del enemigo
vivimos otra vida. Y otros sueños
cabalgan por el aire, otras miradas
levantan nuestros ojos hacia el cielo.
Pero ¿somos nosotros los del ruido?,
¿son ellos los que mueren y se matan?
Difícil distinguir entre la niebla
si los perros que ladran son los tuyos.

Sólo hay jinetes en la madrugada
-no veo lo demás o no me importa-
sobre cada caballo se sostiene
el nombre verdadero de un herido.

Olga Bernad

Para estos días que vienen, en los cuales tan fácil nos resulta querer a los que queremos, refugiarnos en los nuestros y añorar a los que nos faltan, tal vez el reto sería intentar comprender a los que nunca pensamos amar y todavía están aquí.
Feliz Navidad a todos.

martes, 17 de noviembre de 2009

Amigos invisibles

A Josep Alfred P. C., que ya no recordará quién soy.

Cuando era muy joven, un amigo me dijo que me había empachado de lucidez. Él era perspicaz, así que yo dediqué unos cuantos años de mi vida a demostrarle al mundo que podía ser tan inconsciente como cualquiera. Uno puede apagar la pequeña vela que la vida le ha puesto en la mano y seguir a tientas, porque la oscuridad es más acogedora que la intemperie.

Si un día volvemos a encenderla, en un extraño gesto de curiosidad y nostalgia, descubriremos que no podemos ver con luz. Avanzar a tientas es ya una costumbre, una manera de vivir; y el mundo abierto, una nueva noche de hirientes claridades que duelen y encandilan. Volver a ver el mundo iluminado, mirar las cosas serenamente, sin que las suavice la confusa e implacable borrachera de las excusas cotidianas, sin que las desdibuje un poco la irreflexión, ocupando toda la sensibilidad, con el alma lavada de la intoxicadora bruma de la experiencia, duele en los ojos y en el corazón.

Avanzo a tientas y sigue haciendo frío. Carpeta en la mano, tabaco en los bolsillos, sonrisas que calientan y entretienen. Y la misma estepa desplegada hacia el horizonte, inmensa, plana, inquebrantable. Sólo el tiempo se ha ido. Al fondo, alguna ermita guardará su virgen como las murallas protegen a los pueblos que siempre, siempre, hubieran preferido crecer junto a algún río. Aquí, la asfixiante vulnerabilidad del llano, el agua remansada, la incertidumbre del pozo, bendito manantial o trampa líquida; tal vez veneno agarrándose a la sangre lentamente, metal pesado acumulándose sin prisa en cada corazón. Uno nunca sabe, pero hay que beber.

Tal vez a ese amigo, en aquel tiempo, hubiera podido contarle que pienso en ti a menudo como pensaría en un amado muerto que me protege desde el cielo (si tú fueses mi amado, si tú estuvieses muerto, si el cielo existiese, si tu lugar fuera aquél).

Algo parecido a un hombre se me aparece cada vez que encuentro agua y abro bien los ojos. Señala líneas con el dedo; escribo. En mitad del llano, una huella puede ser también una senda. Alrededor, el mismo abismo horizontal e indiferente. Adentro, esas ganas de ir hacia delante; y de no ir completamente sola.

Olga Bernad
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NOTICIERO
19 de noviembre: Si el martes la web de la casa del libro nos mantenía por segunda semana entre los autores aragoneses más vendidos, hoy, la lista del Heraldo de Aragón, configurada con los datos de varias librerías aragonesas, muestra que las Caricias siguen adquiriéndose. Un libro de poesía entre novelas. Es bonito mientras dura. Gracias por vuestro interés.
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Hace un año:
Los lobos del jardín
Ver para creer
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martes, 15 de septiembre de 2009

Nostalgia armada

Ahora, Señor, acuérdate de mí, vuelve tus ojos hacia mí.
Tobías 3,3

Te miro caminar serenamente
por una calle en la que nunca estuve.
Háblame de las cosas que no veo,
vuelve tus ojos hacia mí, y perdona.
Mi corazón no tuvo más remedio:
te inventé porque el mundo me sabe a hambre atrasada,
y porque el tiempo es poco
y hubiese sido absurdo
medirlo con simpleza de usurero,
encerrarlo en relojes,
dilapidar mi esfuerzo y tu cordura
o el dulce remolino que baila con mi espíritu
si alguna vez te pienso y te presiento.
Quiero que algún pequeño
espacio del misterio que nos lleva
dirija el calendario hacia lo incomprensible.
Un día de abril por ti,
el tiempo de la espera en la mirada
y un vals oscuro y lento
(sus violentos cuchillos de ternura
volando en cada vuelta
y mi nostalgia armada hasta los dientes
recostada en la almena de tu alma)
deslizándose a ciegas por mi sueño,
como si muy despacio me fuese desangrando
y la vida escapase entre mis dedos
diciendo adiós, adiós;
diciendo ya me he ido,
diciendo nunca estuve,
nunca estuve contigo en esas calles.

Olga Bernad
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Hace un año: Apuesta, Ejercicio literario nº 29
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domingo, 12 de julio de 2009

Extra viam

El muro de mis dudas frente al rostro
de la virgen más triste de la ermita.
Respiro en el silencio suspendido
y pienso en el dolor que ella sentía.

No hay nada que me acerque a su dulzura:
ni soledad, ni amor, ni la tristeza
ni la locura de este largo viaje
de inagotable sed y de miseria.

Y yo no sé de dónde sacar agua,
ni el sol sabe olvidarse de mi alma
ni encuentro esa piedad que me encendía.

Mirar, pensar, callar: nada me salva.
Quisiera acurrucarme en el camino
y que volver no duela demasiado.

Olga Bernad
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Hace un año
En julio: De profundis, No me dejes caer, Jazmines sobre el mar, Agosto espera.
En Agosto: Mil gracias, Las reglas del desierto.
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martes, 19 de mayo de 2009

Los ojos de los muertos

Esos ojos abiertos de los muertos
cuando nadie ha mirado su desvelo
ni su ausencia del sueño de los vivos;
cuando nadie ha hecho el gesto de entenderlos
cerrando sus inútiles ventanas
hacia un mundo perdido para siempre.

Aún atados por la fiel costumbre
a la manía de mirar las cosas,
qué verdad suspendida de sus párpados,
qué terrible pureza ensimismada,
definitivo asombro de los ojos
inmóviles y ciertos de los muertos.

Y la vacía voz de su mirada
y la imposible luz que acaso intuyen
los nuevos ojos ciegos de los muertos.

Olga Bernad
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Hace un año:
Deudas
Palabras elegidas
Todo

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martes, 23 de diciembre de 2008

Manos de barro

Ay, el amor a la Humanidad, qué pocos problemas trae. A mí no me cuesta nada querer a todos esos seres que no conozco y que nunca me molestarán, están ahí, con sus sonrisas y sus lágrimas, con su niebla y su imprecisión, con su manera de ser como yo pero bien lejos. La sensación es tan gratificante y cuesta tan poco esfuerzo que tiene algo de trampa y tentación. Os quiero a todos, tenedlo por seguro. Os quiero y es verdad. No miento y, sin embargo, si deseo pensar en el amor seriamente, no tardarán en llegar fogonazos de odio. El problema es que quienes nos mienten, quienes nos traicionan, quienes nos hacen la vida imposible en el trabajo o quienes, simplemente, nos desagradan, son también Humanidad. Que te digan que los respetes, vaya y pase; pero que, encima, los tengas que querer… Eso es para valientes o para mentirosos (y hablábamos del amor seriamente, hemos quedado).

Pero ese esfuerzo casi inhumano es el único que mejora un poco el mundo, esa es la verdad, lo pone un poco en orden, lo suaviza. Pone a prueba la inmensa carga de nuestra voluntad, la convierte en la joya que brilla sobre el pecho o en el collar de hierro de una esclavitud profunda. Cuando no puedo amar a quien me hace daño, pero no quiero odiarlo (porque el odio es muy impertinente de sentir, como enamorarse pero sin parte bonita) intento comprender. Es lo único que me salva, entender su dolor, meterme un poco en su piel, sentir su frío, compararlo con mi propio corazón helado cuando he devuelto mezquindad por mezquindad, tasada con ojo de amo. Y todos esos pequeños sufrimientos envenenando la vida cotidiana en cada historia de amor y en cada reunión de vecinos de la comunidad. Qué pérdida de tiempo y, en la mayor parte de los casos, qué gran tontería.

A veces, muy adentro, quisiera disculparme por ser tan débil, por haberme sentido herida, por no entender a los demás o no intentarlo. Casi nunca lo hago. Pero, mientras pienso en ello, hago algo parecido a rezar, imploro una compasión por mí y por todos que sólo ante Dios dejaría de resultar absurda, si es cierto que nos mira y nos escucha. Y el auténtico compromiso – y en muchos casos auténtica penitencia, seamos sinceros- es dejar de hacer lo que no debemos y punto. Sin excusas y sin autocomplacencias. Yo no sé qué pensará Dios de nosotros. A mí me cuesta creer que existe, pero me resulta casi imposible creer que no existe. En cualquier caso, si no volviese a nacer cada invierno, se aburriría de mirar y mirar con ojos viejos los gestos repetidos de los hombres, siempre intentando lavarse esas manos de barro sobre las que sopló la gracia.

En fin, pido un poco de belleza y compasión en estas fechas y les deseo a todos una feliz Navidad.

Olga Bernad

Actualización del 24 de diciembre:
Para completar esta entrada, pasen y vean la web de DVD Ediciones, donde encontrarán felicitaciones de muy diversa índole (incluida la de una servidora) durante estos días navideños junto a sus otras habituales e interesantes secciones. No se las pierdan. Gracias al coordinador de la página, el simpar Juan Manuel Macías, por su amable invitación.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Ver para creer

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

Luis Cernuda , He venido para ver (Los placeres prohibidos)


Yo también vine para ver, vine por esos besos solamente y, como tú has visto, me quedé más de lo esperado entre caricias (ah, las hambrientas y aladas) que sólo se transmiten por la fe. No soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Alguna vez he querido entender lo que sentía; otras, despedazarlo contra tu rostro cierto de miserable amante, el que está al mando de todo lo visible y lo invisible; otras, salir corriendo y, sin embargo, me quedaré a esperar una vez más porque esperarte es permanecer quieta entre tus brazos, los más imaginados, los únicos que tengo cuando escribo, los que abrazan de esa forma invisible las diez letras de un nombre como el mío.

Olga Bernad

domingo, 21 de septiembre de 2008

Belleza y compasión

Aunque la compasión goce de mala prensa, esté reñida con la altivez y todos los parapetos que ponemos ante el mundo y aunque siempre digamos “no quiero que me compadezcas”, yo creo que cada vez que hablamos pedimos compasión. Está en nuestras plegarias y en todos los deseos.

Hacemos mil cosas para sobrevivir y proteger nuestra débil presencia entre los otros, algunas muy raras. Pensamos mentiras, cuentos, dioses, ciudades y normas, historias de amor. Muchos dioses inventados son crueles y hermosos, indiferentes, tal vez porque fuera del sentimiento puede comprenderse mejor la pureza, algo sin mancha que se mantiene a salvo de la vulgaridad, algo más alto que nuestra miseria, ajeno a nosotros y, sin embargo, algo que llena ese frío espacio de nuestra imaginación en el que parece resguardarse una cierta belleza, altiva y solemne, inaprensible pero viva.

También el Dios que nos alumbra fue imaginado a veces como un dios terrible y solamente perfecto, desdibujado por el tiempo en su mandorla, el pantocrátor lejano e inaccesible que señalaba la justicia con su dedo vengador y misterioso. La bendición del poder. Necesitamos la justicia tanto como la belleza, pero el miedo de los hombres tiene límites hechos de tedio e inconstancia y, sólo vestido de justicia y castigo, sólo lejanamente bello y terrible, sólo poderoso, le hubiéramos olvidado o convertido en literatura.

Creo que Dios sobrevive porque está cerca y se compadece, y porque en todo momento puede haber alguien que lo sienta así, tan cerca que se mete en el corazón.

Olga Bernad

lunes, 15 de septiembre de 2008

Ejercicio literario nº 29

Cuando alguien me cuenta una tontería y no sé qué decirle, acabo sugiriéndole que la escriba. Es una de las muchas vilezas que cometo. No he encontrado persona que no crea que la actividad continuada e insignificante de su memoria atribulada, o de su corazón, o de su metafórica conciencia, merece la verdadera pena de ser puesta por escrito. Me incluyo en la fiesta de la confusión con el agravante de que a mí no hace falta que me lo sugiera nadie. Con el tiempo he intentado que en el ejercicio de la escritura haya un entendimiento más o menos cordial entre el vómito y la belleza. Es lo único que puedo decir en mi favor, aunque no sé si es mucho.

Pero a veces hay sucesos (o incluso textos) con los que nos topamos y nos obligan a ir más allá, o tal vez a pararnos. Pararse a pensar sobre la palabra, como haríamos en una iglesia silenciosa y vacía, a solas con la luz, apoyados en la sombra de los muros, es un acto de honestidad y valentía. Mantener el valor es otra cosa. Apenas salimos al ruido y al frío, los mismos vicios amables nos circundan. Siempre vuelvo a fumar, siempre quiero dejarlo. Y siempre vuelvo a escribir. Pero no he conseguido ir más allá de lo evidente, me da mucho miedo que no haya final ni caminos de vuelta ni entendimientos cordiales con los que consolarse.

Me da pánico andar por la llanura helada de la estepa que tengo en la cabeza, totalmente visible y expuesta, sin abrigo, sin carpeta a la que agarrarme, sin amores que sonrían, sin tabaco.

Olga Bernad

jueves, 17 de julio de 2008

No me dejes caer


Soy presa fácil de las tentaciones
y no sé si soy totalmente mala
o el placer me sostiene y me condena
al país triste de los arrepentidos.
Dentro de eso, soy de claros límites,
piadosa cumplidora de algunos mandamientos,
devota y mendicante de muy pocos deseos:
ni traicionar la gracia por un poco de amor
ni tan siquiera
traicionar el amor por cobardía.

No caer en la conspiración de la prudencia
ni aceptar nunca el calor de la vergüenza,
polvo heredado de miradas de otros,
que me llene de arena los bolsillos
y me empuje hacia abajo,
hacia la nada,
que ensucie de ceniza mi casa, mis vestidos,
las sábanas que guardo y acaricio,
como si fueran prendas de ellos,
los que saben decir una y mil veces
“estaba escrito, todo es así y tú eres como todos”.
“Y él también, también es como todos”,
nadie es mucho mejor y no me importa,
no me importa ahora mismo no me importa,
ayúdame a quedarme levantada
leyendo oscuros mapas, levantada,
mirando tercamente las murallas,
porque la verdad es que ya sé
que tienen la razón y que si alguien
me viera con cuidado no podría
seguir disimulando el desencanto
que acabará con lo que siento mío,
ni las ganas de darles su razón
con el gesto preciso del que entrega
las llaves tras rendir la ciudadela
inexistente y sola, hermosa y sola,
y, tenebrosa y sola, se encamina
hacia la plaza gris llena de gente
para sentarse en el bordillo
y charlar otra vez de cualquier cosa
como si le importara
(no me importa ahora mismo no me importa)
y nunca me importó, eso es lo cierto.
Pero he ido y he vuelto varias veces,
vacía de alegría y de entusiasmo,
también vacía de rencor u odio
pues de nadie es la culpa de que nunca
estuvieras entre ellos.

Y he vuelto sola, sola, sola,
y sola aguantaré si tengo fuerzas,
sola llorando o sola imaginando,
sola rezando, sola resistiendo,
pensando que tal vez te complacía,
suplicándole a Dios que se moleste,
que sea verdad que existe y cuando muera
no esté sola otra vez
y para siempre.

Olga Bernad

domingo, 13 de julio de 2008

De Profundis

Creo en los hombres desesperados, no encuentro otra manera decente de estar en el mundo. Y me parece admirable que la misma lucidez que les lleva sin remedio a la desesperación, no les lleve también a una impaciencia más simple, y ésta no los venza, y no todos escojan una metralleta y una secta entre la variada oferta del mercado para ahogar su angustia solos o en compañía de otros, sino que algunos todavía hagan poemas, crucigramas, juegos de salón, malabarismos o se aventuren a tener descendencia. Y hasta de vez en cuando sonrían. Y a veces amen y anhelen, como yo, las cosas más peregrinas. Encuentro una cierta grandeza en esa resistencia entre pueril y heroica a caer totalmente en el error, a emborracharse de miseria y olvidar, a entregarse por completo a una maldad más fácil que la nada. Sí, creo que puede ser más sencillo matar que amar, y puede salir menos caro. Pero una profunda e innegable querencia por el bien aún nos sostiene, tira a veces de un hilo muy largo, invisible, que nos ata a la luz y no hemos roto. Desde el principio de los tiempos y en toda la tierra, esa querencia se ocupó de la invención o la intuición de Dios. Finalmente, creyó reconocerlo.

Borges, en Una vindicación del falso Basilides, nos muestra un fragmento precioso en el que la imaginación más brillante del hombre intenta explicar su propio origen: “…la tiniebla y la luz habían coexistido siempre, ignorándose, y cuando se vieron al fin, la luz apenas miró y se dio la vuelta, pero la enamorada oscuridad se apoderó de su reflejo o recuerdo, y ese fue el principio del hombre.”

No hay amor más hondo y sencillo que ese encandilamiento con la luz, ese redundante e inevitable misterio tan fácil de entender. Pero la enamorada oscuridad no quiere nada fácil: no es dejarse deslumbrar, que sólo ciega; ni dejarse enfocar por un instante, que inmoviliza el momento y esa luz; es seguirla con los ojos exactamente así, encandilados, sentirla posible, hacerla suya, quedársela también. Desearlo profundamente.

Me gusta ser parte de esos hombres, me gusta esa imagen del hombre enamorado de la luz, aun cuando ésta le da la espalda, y me gusta el amor humilde e inevitable por una salvación que parece escaparse cada día entre las rendijas tristes de la vida, los huecos de la equivocación y la ignorancia. Porque los rescatados por una fe cierta, sabia, solvente y sin fisuras ya tienen esperándoles todo su inmenso mar, el cielo de los justos, y sé que yo nunca tendré el consuelo de poder llorar junto a ellos ni por ellos desde la oscuridad visible de mis dudas.

Olga Bernad