martes, 30 de noviembre de 2010

Acumulación de noticias

Me resulta extraño plegarme al ritmo desconcertante de las cosas, su manera de ocurrir, todas mezcladas, sin que podamos domesticarlas para dosificar los acontecimientos.  Creo que mi cabeza lleva un orden distinto, acostumbrada al tempo lentísimo de pensar versos.  Pero damos completamente igual -quien imagine lo contrario se equivoca-  las cosas pasan como quieren.  Mi editor me escribe: ¡Ya es público! y veo delante de mí la portada de esta nueva antología y mi nombre en ella, entre otros nombres como Pablo García Baena, María Victoria Atencia, Antonio Colinas,  Eloy Sánchez Rosillo,  Luis Alberto de Cuenca, Julio Martínez Mesanza, Ana Rossetti, Manuel Gahete, Juan Cobos Wilkins,  Elías Moro,  Amalia Bautista, José Mateos, José Luis Piquero, José María Cumbreño, Diego Vaya... 
Para no olvidarme de ninguno, la nómina completa se encuentra aquí.


   
Ha coincidido prácticamente con YIN, la antología de Olifante de la que hablé en la anterior entrada, y ambos han sido proyectos largos, cuidados, mimados.  Se ha convertido en realidad a la vez que este otro sueño: un libro de relatos editado por NUEVOS RUMBOS en el que participo con Inescrutables caminos del odio, y que se presentará el próximo 30 de diciembre en Zaragoza en el ámbito cultural de El Corte Inglés. (Click sobre la portada para ver autores).





 Como no hay dos sin tres, sale también a la luz  el tercer número de la Revista Isla de Siltolá, y en ella dos poemas de mi próximo libro.  El número es inmenso: pinchen aquí.
Debo agradecer, además, a la dirección de la revista el haberme invitado a formar parte de su consejo de edición.  



Dejo las noticias porque ahora mismo no tengo nada más, salvo una sensación de alegría y vacío.

1 de diciembre:   Andábata se cruzó hace unos días con una lectora y escritora, Itziar Mínguez Arnáiz, que ha dejado sus impresiones en una generosa reseña, aquí, en la revista cultural AGITADORAS.  Gracias, Itziar.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Antología de poetas aragonesas 1960-2010


YIN
 Poetas aragonesas 1960-2010
Publicada por Olifante

Edición, selección y presentación: Ángel Guinda
Introducción: Ignacio Escuín Borao
Solapa: Alfredo Saldaña

Hace aproximadamente un año recibí un correo de Ángel Guinda en el que me hablaba de este proyecto que hoy se ha convertido por fin en una hermosa realidad: una antología de poetas aragonesas que abarca el último medio siglo.  Formar parte de ella es un honor y una alegría.  Agradezco enormemente a Ángel la presencia de seis de mis poemas dentro de esta obra y a Ignacio Escuín las generosas palabras que me dedica en el prólogo. 
 
La edición, por su dimensión trascendental, será presentada en diferentes ciudades españolas. La antología se dará a conocer en la Feria del Libro de Monzón (Huesca), el domingo, 5 de diciembre, a las 18,45 h.  En Zaragoza, os esperamos el jueves 9 de diciembre en el Salón de Actos de la Biblioteca de Aragón a las 19,30 h

24 de noviembre:  Los papeles hablan de YIN: aquí
25 de noviembre:  Colaboro en el Heraldo de Aragón (Revista de Artes y Letras) con una reseña sobre No quieras ver el páramo de Antonio Serrano Cueto.  Dejo la entrada en LOS OTROS, mi blog de lecturas.  

domingo, 14 de noviembre de 2010

Las maravillas huérfanas

Los amores a solas son ciudades urgentes
que nuestro corazón levanta mientras dobla
las rodillas en el rincón más cierto
de la verdad extraña que lo habita.

Pobre milagro inútil.
Ni dios existe en ese vientre inmenso
preñado de castillos en el aire.


lunes, 1 de noviembre de 2010

Horas de clavicordio

Renata Remedios (Memé) es un personaje de Cien años de soledad. Hija de Aureliano Segundo, de Fernanda del Carpio y de ese Macondo real y maravilloso, es enviada de pequeña a una escuela estricta y disciplinada donde le enseñan, que yo recuerde, a tocar el clavicordio. Cuando vuelve a casa, la adolescente apasionada y calculadora en la que se ha convertido se ve obligada a interpretar cada día varias horas de concierto ante su madre, con un gesto de niña buena que lleva en su cara oculta el impasible ademán del soldado dispuesto a morir en su propia guerra. Así la dejan en paz. Así se gana su libertad. Pronto se enamora de Mauricio Babilonia, un menestral negro e impresionante al que siempre rodea un extraño revoloteo de mariposas amarillas. Ella paga con oro de curso legal, con un trozo de cada uno de sus días, por la posibilidad de hacerles un sitio a los momentos que desea vivir. Y de noche ocurre lo que nadie sospecha: su amante vuelve verdad sus sueños. Cuando su madre se entera de estas visitas, dispone bajo su ventana una guardia nocturna que dispara sobre Mauricio y le deja inválido. Ella es enviada a un convento. Muere ya muy anciana en un oscuro hospital sin haber vuelto a pronunciar una sola palabra en toda su vida porque el mundo había dejado de interesarle.

A menudo he pensado en Renata, muchas veces he pagado con actos de aparente sumisión la esperanza de atrapar extraños instantes rodeados de mariposas amarillas sobre las que alguien acaba siempre por disparar y que guardan muy adentro la verdad de mis deseos y también tienen un desierto de silencio por delante. Al final, esos momentos fueron pocos; brillantes y reales, sí, pero tan breves y gloriosos que ni siquiera mientras ocurrían fui siempre capaz de reconocerlos. La gloria es complicada. Los distingo ahora y los aíslo en mi memoria mediante una prueba simple y contundente: recuerdo que mientras sucedían no necesitaba soñar.

Y, sin embargo, las interminables tardes de colegio en las que el reloj no avanzaba y yo escapaba sin remedio como mi pensamiento, los libros de texto que no quería ni mirar, los sobresalientes inútiles, las leyes que acepté, los balances, las cuentas que conseguí cuadrar, las horas en el trabajo o en la cola del mercado, en la del paro, en la del médico, en la del último cursillo imprescindible, hablando con gentes que no parecía importarme y que al final dejaron huellas más perceptibles que lo soñado, los hombres que me miraron y me quisieron mientras yo me empeñaba generalmente en malgastar mi admiración (esa forma tan real de amor) con pobres hombres endiosados donde yo veía altura y no encontré, en ocasiones, más que la decepción de tocar corazones secos –y posiblemente rotos- ajenos al mío y sus ganas de latir, todo lo que apareció mientras yo buscaba otras cosas en un tiempo que consideré perdido y bajo, todas las salas de espera en las que me senté con las rodillas juntas y un libro entre las manos, todas esas horas que pagué como un tributo a cambio de una libertad interior –y exterior- que me permitiera guardarle el sitio a algún incierto y miserable segundo de maravilla fueron las que finalmente moldearon mis manos, afinaron mis oídos, pusieron teselas humildes en el mosaico aún indeterminado de mi vida, llenaron de contenido preciso mi realidad, aunque ésta tuviera la vocación de ser mágica.

Horas de clavicordio, Memé, cómo me gustaría contarte todo esto. Tal vez quisieras hablar. Qué merito tenía entonces entregarse a una pasión con cuerpo de hormonas y traje de letras; entonces, cuando la inexperiencia nos permitía odiar sin dudas y amar sin poder evitarlo. Puede que ahora mi pasión sea más cierta, ahora que podría abandonarla con el gesto de quien suelta un pájaro de la cabeza, ahora que hay que alimentarla para que sobreviva, protegerla para que el pobre patito feo de la realidad no se la coma con la indiferencia que le caracteriza. Sé que está viva porque me sigue saliendo cara, porque aún busco, qué sé yo, alguien superior al que contársela (que tal vez sea lo mismo que ofrecérsela) una remota posibilidad de sentir que, en lo profundo, no estamos infinitamente solos y que no todo es siempre para nada.

Ese extraordinario (des)concierto de la vida pasada parece sonar ahora, en la distancia, más templado que cuando me ensordecía; mi pasión tiene algo de imperturbable, de resignada y radical al mismo tiempo, tiene la sosegada fuerza del que sabe que se ha pasado ya incluso el momento de abandonar (y fue un consuelo pensar en ello mientras pude). La fiebre se ha instalado en mi sangre y se ha vuelto más serena; la esperanza, menos fantasiosa y más paciente. Mi fuego ha aprendido a congelarse un poco, como mi corazón desencantado, para mantenerse vivo y yo, yo soy mucho más terca que entonces.

5 de noviembreJuan Antonio González Romano deja una breve reseña de Andábata en algunas lecturas.  Muchas gracias, Juan Antonio, por esa lectura y esas palabras.