miércoles, 26 de agosto de 2009

Cara oscura

Una tarde de este maldito agosto, al volver del trabajo, mi hijo me contó intentando no llorar que, durante la noche, los perros abandonados habían destrozado a su gata preferida. La encontraron por la mañana al borde del camino, cerca de nuestra puerta. Un extraño amasijo de vísceras y sangre. Supieron que era ella porque ya no volvió.

Toda esa majestad mordida y muerta. Yo sé que para mí todos los gatos son seres literarios, herederos inconscientes y caprichosos de un imperio perdido no sé dónde. Pero su forma de andar no era literatura, su maullido caliente, el seductor ronroneo interesado; su forma de ignorarnos otras veces, esa indiferencia entre aristocrática e inocente de los que no se saben bellos o no les importa.

No, su manera de andar no era mentira, la delicada precisión de sus pisadas, la gracia de los gestos que yo no comprendía. Ella siempre pareció entenderlo todo, si es que quería pararse a mirarlo. No hay nada que entender, pequeña Luna, a veces en la noche la realidad se nos come a dentelladas. Nada puede la gracia contra el brutal mordisco de los perros. Tus paseos lunares tenían cara oscura.

Olga Bernad

lunes, 17 de agosto de 2009

Ingles brasileñas


Una de las palabras que más odio es “indicadores” (la otra es “entrañable”, pero a ésa le guardo entrada aparte). Los indicadores vienen a ser como curiosos puntos, coordenadas donde se cortan ejes de abscisas y ordenadas que se suponen claves para comprender algo, cualquier cosa: desde la marcha de una empresa a la de un matrimonio, pasando por nuestra capacidad para seducir. La realidad se reduce a algunos datos supuestamente fundamentales y, luego, su intersección produce un número, y ese número se lee y se traslada a interpretaciones también numeradas y previamente escritas por algún experto. El vago y fecundo concepto de “impresión” es filtrado por mil cedazos viciados de puro limpios, libres de dudas, huérfanos de una indecisión que es a veces nuestra única sabiduría.

La “impresión” es lo que llega a nuestra especie de corazón después de que el cerebro haya procesado (o lo que sea) miles de datos de los que no siempre somos conscientes: es un prodigio de síntesis poética, una facultad afinada por siglos de supervivencia que es ahora irresponsablemente dejada en manos científicas incluso para asuntos personales; es de difícil explicación y está adornada por una infinita riqueza de matices que le dan a veces un aspecto nebuloso, pero es también de una potencia innegable. Sentimos la impresión que nos produce alguien, tenemos la sensación de que las cosas van bien, o mal o regular. La emotividad más personal, el sentido común, la imaginación, la razón y la inteligencia se marcan un tango nuevo cada vez que una impresión nos golpea, o nos acaricia o nos domina. Dirán que nuestras impresiones son a veces erróneas: sí, pero los indicadores también; y sus interpretaciones, no digamos.

Bueno: pues yo tengo la impresión de que el éxito de las ingles brasileñas es un preciso indicador del signo de los tiempos. Y no me gusta el asunto. No me gusta nada.

Para empezar, porque mi tendencia hedonista me impide aceptar torturas innecesarias sin rechistar. Mi conciencia protesta ante la amenaza del dolor gratuito. ¿No es eso algo sano?, ¿no se creó el dolor como voz de alerta, más que como castigo?, ¿no ha dependido nuestra supervivencia de escuchar esas voces?
Para continuar, por lo que les cuento:

Hace un tiempo fui a cumplir con el repetido deber moral de la depilación a la cera caliente (no crean que todo es bonito en mi vida, no: pago mis peajes). A mí me gusta ser mujer tanto como a las de los anuncios de compresas, así que admito algún que otro mal rato por quitar de mi vista -y de la de los demás- manifestaciones pilosas que encuentro masculinas y que no me gustan adornando unas piernas femeninas. Hasta ahí aguanto, y ya es bastante desagradable.

La chica que suele ocuparse de estas cuestiones conmigo estaba de vacaciones. Mal empezamos. No me gustan esas intimidades con más gente de la imprescindible, pero en fin, todos nos tenemos que ir a la playa en algún momento de nuestra vida, de acuerdo. Me desnudo. Me tumbo en la camilla. Se me acerca. Ella es rubia, muy rubia (mucho), depilada (muy bien), maquillada (perfectamente), delgada (muchísimo). Yo estoy un poco avergonzada por no sé qué. Porque no la conozco, porque no estoy delgadísima, por esos pelos horribles a semejante luz, porque he llegado agobiada tras la lucha por un aparcamiento, porque no voy bien pintada (no me daba tiempo), porque mi melena (ya melenita) es un barullo, porque estoy en bragas delante de doña perfecta: “Sujétatelas más arriba, abre las piernas”. Cierro los ojos.

Y justo entonces, en ese momento de debilidad, me dice con una voz dulce que apenas esconde un sincero reproche ante el paisaje: “¿Has pensado en hacerte las ingles brasileñas?”. “No”, me atrevo a susurrar. “Uy”, se anima, “pues, estadísticamente, ellos las prefieren”.

- También las prefieren rubias, hija mía, pero de todo tenemos que estar.
- Je, je, no; en serio, es muy cómodo.

“¿Cómodo?”, pienso yo, “¿Cómodo para qué?”

- Puedo utilizar una combinación de cera caliente y rasurado, o anímate con el láser, puedes pagar en cómodos plazos.

Cuánta comodidad. Yo ya tengo plazos, y todos me resultan incomodísimos. Además, un láser o una navaja dirigida hacia ciertas partes me producen un temor antiguo, fíjate, llámalo superstición. Y la cera caliente en puntos donde confluyen tantas terminaciones nerviosas me parece una perfecta definición de tortura. Le digo, para resumir:

- No, guapa, el chichi me lo dejas como está.

Me sale un tono agrio, me pasa muchas veces cuando me siento indefensa, incomprendida, sola y, además, estoy despatarrada delante de una rubia perfecta y (muy) joven.

- Vale, vale. Todas tienen esa actitud hasta que se van acostumbrando a la idea. Es como los tangas, que al final se han impuesto. Ya te irás animando.

No me pienso animar. Me acaba de nacer otra trinchera en la que agazaparme seriamente. No pasarán.

Con tristeza, me pongo a pensar qué clase de enfermedad habita en nuestro criterio y en nuestra libertad, porque la verdad es que esta chica tiene más razón que una santa. Recuerdo a una compañera de trabajo, una mujer sensata e incluso célibe (no liga, la verdad), contándome con auténtica convicción que se hacía las ingles brasileñas “por ella misma”, porque así se sentía mejor. No dudo de su sinceridad, no ataco su libertad, no es eso. Utilizo la mía para pensar que en algún momento nuestra conciencia ha sido lavada por un jabón muy poco neutro: una mujer permite que le quiten, con un considerable dolor repetido (la depilación es un espejismo recurrente) no sólo las pilosidades masculinas que le sobran, sino que consiente y paga porque le arranquen de raíz, literalmente, las manifestaciones fisiológicas de su feminidad adulta para producir no sé qué placer en otro, o incluso en ella misma sin ese otro. Porque yo lo valgo. Anda.

Si cualquier gobierno impusiese semejantes prácticas como castigo, ya habría una asociación o algo que hubiese puesto el grito en el cielo. Ingles Con Vello y Sin Fronteras. INVEFRO. Lo veo claramente: INVEFRO por la dignidad de las presas, etc.

Ya he dicho que me gusta ser mujer, incluso me gustaría ser la mujer perfecta que no soy, por eso me depilo (razonablemente) y me pinto los labios y todo eso. Pero hay cosas que no me las quita nadie, y menos una rubia de bote que pretende infantilizar territorios sobre los que nunca volverá la inocencia. Se siente. Es lo que hay.

Esto es muy triste de reconocer, pero el argumento es un puñal: “estadísticamente, ellos las prefieren”. Cuánto nos importan ellos, y hasta qué punto lo sabe la rubia más simple cuando estamos en bragas y a su merced. Pero no tanto, guapa, has patinado, no tanto como para que se me confundan ciertos límites. En algunas partes de la anatomía hay una realidad y un símbolo inmenso. Que cada cual lo cuide como sepa.

Salí de allí entre indignada y avergonzada, pero con el orgullo intacto. Agarrada a mi “no” como a una bandera. El sol de agosto arriba, el asfalto derretido bajo el tacón de mis sandalias: las cosas en su sitio.

Olga Bernad

Nota: El pasado viernes, en una velada con unos amigos fotógrafos de Zaragoza, comentamos el tema de esta entrada; Manuel Arribas me sugirió compañarla con la estupenda foto que ven. Se titula "La erótica en el país de Alicia". Después me sorprendió con esta otra fotografía. Si tienen curiosidad por verme rubia, no se la pierdan;-) Y, si les gusta mirar buenas imágenes, visiten con frecuencia su blog. No se arrepentirán.
Gracias, Manuel. Para mí fue un placer.
____________________________
Hace un año: Las reglas del desierto.

Por cierto, querida Gemma, gracias por enlazar estas rigurosas normas en tu comentario. Un año después, vuestras lecturas son una fina lluvia sobre la tierra seca.
____________________________

sábado, 1 de agosto de 2009

Espíritus del vino

Melancolía alcohólica de nueva madrugada,
acerada en su fragua de licores.
Un espíritu lento siento alzarse
mientras el mundo gira más que nunca
y olvida las renuncias, suspendiéndolas
de la frágil cordura evaporada.
La larga caravana del arrepentimiento
se ha detenido ahora bajo el cielo.
Reina la luna en el desierto grave:
la noche se ha encantado,
marca su territorio con estrellas,
hogueras vivas, altas y felices.
Por el caliente aliento del verano,
la irrealidad afina sus contornos.

Una parte de mí salió volando,
-rápida como un pájaro-
sedienta como siempre pero alegre,
con su porción de eternidad en las alas.
En los ojos la luz del vino oscuro,
la turbia niebla sobre la conciencia;
decir entonces sí, te amo entonces,
puedo besar los labios que no importan.
En la noche encantada, los arqueros
tienen también el brillo inmaculado,
incauto y misterioso de las presas.

Abre la puerta azul del cuarto negro,
ven conmigo al deseo y después deja
que a todos nos absuelva su inocencia.

Olga Bernad

Actualización del 12/08/2009:
Hace unos días me encontré con un regalo en la red, una maravillosa fotografía de María Teresa Gómez Puertas. Volvió a recordarme cosas inolvidables. Pasen y vean, sus fotos son fantásticas.
(Gracias, Tere).
_________________________
Hace un año: Mil gracias, Las reglas del desierto.
_________________________