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lunes, 7 de octubre de 2013

Cartas al padre

Hoy he soñado que un amigo escribía una carta a su padre muerto. Desconozco si el padre de mi amigo murió o vive, pero él venía, como si no pudiera evitarlo, para enseñarme una carta que llevaba años intentando escribir. Yo nada podía hacer, salvo leerla. Desde ese papel que de repente parecía antiguo me llegaba una caravana de memoria, dolor, pudor, sensación de abandono, agradecimiento, desolación y amor y todo lo que somos (“…y todo lo que fuimos, en la torre, / seguro dentro de la oscura torre”). El despertador sonaba muy al final y yo he tenido que acelerar la lectura de los últimos párrafos. Sobre la urgente impotencia de la mañana normal aún flota la sensación de cálida tristeza que me he traído conmigo, esa manera de comprender que tenemos en sueños. Sonrío preguntándome por qué la carta me ha hecho sentir más cerca de él y de todo el mundo si soy yo la que ha puesto todas las palabras.

(22 de agosto de 2013) 



Nota: Los versos entrecomillados pertenecen a Julio Martínez Mesanza

La lenta deriva de esta bitácora hace que se acumulen noticias de una entrada a otra.  No quiero dejar de agradecer a Toni Montesinos su invitación a participar en la ya célebre entrevista capotiana que nos ha hecho conocer a tantos escritores un poco mejor desde su página ALMA EN LAS PALABRAS;  y a Maribel Ruiz su generosa lectura de El buen amor, de la que dejó constancia en su blog El CUENTO DE ATRÁS Gracias a ambos.


martes, 26 de febrero de 2013

El fuego una vez más

(Y una vieja canción metida en la cabeza).



Cómo no echar de menos el fuego del corazón que enciende y limpia el mundo. Sentada al borde de un montón de certezas, mirando a un horizonte tan plano y tan difícil de defender, cómo hacer para que la frialdad no avance igual que un ejército entrenado.  No es que no sepa amar o perdonar, es que la mayor parte de cada día concreto esas cosas no importan.  No da tiempo.  A pesar de saber dónde está lo esencial, a pesar de saber que la vida es siempre corta (incluso cuando es larga) y tan inexorable como un dios vengativo, hay días que miro hacia dentro y no encuentro piedad.  Y mejor no esperarla tampoco de los otros.  Pensamientos de viejos, diría yo de joven.

Soñé que me acercaba a un hombre alto y rubio, fuerte como un vikingo.  Tenía la mirada nublada por un azul de acero y estaba parado en medio de una calle de Sevilla con la expresión de un animal polar y solitario aturdido en el absurdo centro de una fiesta nocturna. Esa mirada azul que me envolvía me dejaba en los huesos una sensación blanda.  Reza por mí, me dijo.  O se lo dije yo.  Perdidos y conscientes, desconcertados por la soledad y por todo lo que jamás tendrá remedio.  Qué será de nosotros.

Elías Moro recuperó hace poco un poema mío en su blog, dentro de su febrero literario. Gracias por compartirlo. Los poemas y el pan se alegran de ir de boca en boca.  

miércoles, 27 de abril de 2011

La vida extrema /Nostalgia armada en QUÉ LEER

Fotografía de Olga Bernad tomada por Angós en la noche del 19 de enero de 2008

Soñé que un animal me perseguía,
¿Has tropezado en sueños con tu miedo,
con la esquina voraz de tu locura?
Y tal vez has caído
al suelo como yo mientras notabas
ese aliento en tu nuca,
su olor caliente a sexo, a vida extrema
viciada por la muerte. 
¿Has masticado
ese miedo al huír? Me perseguía
un animal aullando.  Yo era ella,
la pequeña que muere,
yo era ella, la del final,
la de los cuentos tristes.
No podía esconderme, soy la sombra
de la luz que él respira. Recordaba
una lucha en el centro de una cama. 
Sobreviví al abrazo, llegué al bosque
para morir corriendo. 
El corazón me ataba la garganta,
metálico sabor de hierro, río
de mi lengua a la tierra, de su boca
caían mis aullidos, sus canciones. 
Grité para no oírlo, tragué sangre
y me paré por fin. Sobre los charcos
vi el horror de verdad.  Me había atrapado
mi memoria borrosa.
Decía que fui yo quien robó algo
esa noche en su cama.
Fui yo quien robó algo; yo, la sombra;
yo, el animal y el luto y el secreto;
y yo, la inexplicable
criatura que lleva entre los dientes
su breve corazón de terciopelo.

Nota:  En el extra de primavera de la revista  QUÉ LEER, que ya está en los quioscos, aparecen recomendados 17 libros de poesía.  Me llevo la sopresa de que  NOSTALGIA ARMADA es uno de ellos. 











lunes, 20 de diciembre de 2010

La pureza


No abrir jamás la puerta del peligro,
tan sólo convivir con su advertencia
-su cerrada presencia silenciosa-
como con la lejana idea de la muerte.
No pensar demasiado en su inflexible
manera de existir sobre nosotros.
Al fondo del salón hay una puerta
que no debéis abrir. Pero mirarla
tuerce la voluntad hacia lo oscuro.
En tardes de silencio me he acercado
a imaginar su aliento en mis pulmones.
La noche que te odié, soñé que abría
y el hueco ciego y lento me observaba.
A su merced estaba mi tristeza.
Aquella sed oscura era mi alma,
la negra, la salvaje, la enclaustrada.
Puesto que amó la luz que nunca tuvo,
atrapó en el deseo las palabras:
mi alma dice voz, dice durmiendo,
dice azul, dice cielo y despedidas;
dice ¿vendrás conmigo alguna noche?
Y aquella oscuridad me perdonaba.
Me senté en los umbrales de sus ojos,
la acaricié despacio
como a un monstruo tranquilo tras su crimen
condenado al dolor y a una dulzura
que sabe a soledad.
Acogí entre mis manos su impúdica pureza,
la que no comerció con las palabras
ni mendigó el amor con la mirada.
La que nunca negó lo que escondía.

Dado el parón invernal en el que me encuentro perdida, puede que esta entrada sea la última del año.  Dejo aquí uno de los poemas que más quiero y un dibujo que hice para él.  Aprovecho para desearles una buena salida de este 2010 que aún nos ocupa y una perfecta entrada en el 2011.  Un poco de pureza no nos vendría mal, aunque intentar protegerla dé ya una especie de vergüenza estética.  Esperemos que ella encuentre su ángulo, por oscuro que sea, entre anuncios navideños y excesos materiales y sentimentales, y que allí se guarde -como la poesía- incluso de sus dueños.
Feliz Navidad a todos.
  
30/12/2010:  Para acabar bien el año, lo terminamos presentando Suegras. Retratos del gran enemigo.  Con humor, al menos;-)  Os esperamos en  El Corte Inglés y su ámbito cultural a las 19,30 h.
  
Y se publica en la revista de Artes& Letras del Heraldo de Aragón una reseña mía sobre El juego de la taba, de Elías Moro.  Podéis verla en el blog LOS OTROS

lunes, 11 de octubre de 2010

Pequeña para siempre

Hace pocos días hubiese cumplido años mi mejor amiga, a la que perdí en la adolescencia.  Los lectores más antiguos de esta bitácora recordarán que hablé de ella hace tiempo, en un texto que procuraba atrapar otros cielos en la mano.   En Caricias perplejas incluí un poema en su memoria, pero nunca lo colgué en el blog.  Lo hago hoy, para recordarla y para recordarme que a veces es verdad, los amigos se van para siempre.

A Nieves Molera (in memoriam)

He soñado esta noche una plaza rendida,
y un viento de dolor en medio de la plaza.
Tú no estabas y ya nunca vendrías
y yo miraba un charco lleno de luz y lodo.
Todo era extraño y húmedo.
Aún golpean el aire los sonidos
de la fragua y los lobos y los hombres,
herreros que trabajan en la noche de candiles y músculos,
de golpes y de golpes y de golpes
y de radiantes soles apagados.
Noches desamparadas
con umbrías mañanas esperando,
desamparadas olas vacías de pescadores,
desamparadas viejas en las puertas:
así era el pueblo en el que te buscaba.
Llegan rumores cada vez más vivos
que hablan de cuatro dioses a caballo.
Vendrían de repente a terminar el mundo
pero vienen cantando desde lejos,
borrachos y temibles.
Se oyen sortilegios y oraciones,
cansados coroneles y noticias
y mujeres hermosas que suspiran,
mujeres que hubiéramos sido un día
en otra vida nuestra.
No tendremos noticia de tu muerte
pero no volverás.
Tú que siempre contabas con nosotros,
tú que tanto añorabas
sentir el primer beso y su dulzura.
Tú siempre sonreías.
Dios te amaba, Dios te pertenecía
y te ha olvidado,
te ha soltado la mano en una esquina.
Al doblarla empezaba un descampado.
Dios se aburre del llanto de sus siervos,
se aburre de quererlos, se termina
su humana compostura.
Los dioses siempre vuelven a ser dioses.
Juegan muy poco rato,
nunca acaban el juego cuando pierden
pero callan sin límite,
se llevan a los cielos estrellados
almas como la tuya.
Pequeña diosecita perdida entre las calles,
hermosa para siempre, pequeña para siempre,
buscadora de ángeles y dueño.
Tampoco en este sueño he vuelto a verte.

Hace un año:  Sevilla desde el Pilar    Hace dos años:  En un Simca 1.200

Nota:  Pensando en amigos presentes, me encuentro hoy con una reseña de Andábata en el desván de los libros de Marta María López.  Gracias, Marta; aun sin conocerte, es un placer haberte encontrado.  También me encuentro una entrevista al tímido y admirado Fernando González Seral.  Tus fotos son hechos, no palabras, actos de amor hacia la tierra que enfocas. Me alegro de que "ocurran" también por la tele.  Felicidades, maestro (en cielos;-).   Y , al final de la mañana, me llega Fuera pijamas, el libro de relatos de Antonio Serrano Cueto, recién salido de la imprenta.  Enhorabuena y gracias por el detalle, Antonio, el día del Pilar se vestirá con los pijamas que ta has quitado;-)       

martes, 18 de mayo de 2010

De parte de los sueños (dos años de "Caricias")

Llegué allí por la tarde, después de subir una cuesta muy larga; al final, de repente, una suave meseta iluminada, un curioso poblado que casi hacía arder la hora del crepúsculo, con sus calles y casas tan blancas y desiertas. La cal de las paredes lanzó toda la luz contra la oscuridad de mis pupilas, amigas íntimas del dolor de cabeza; la luz me acuchilló. No había nadie. Al doblar una esquina, una muchacha árabe me señaló hacia el norte (con esa indiferencia que tienen los fantasmas, su manera de acribillar mi frente con preguntas) y, mientras yo avanzaba, una bandada de papeles almagres voló sobre las casas y las calles. Los imaginé llenos de recados antiguos y románticos, los vi entregados al viento de poniente -aquella poderosa respiración azul que barrió el cielo- hasta irse bien lejos. El pueblo estaba muerto. Y la luz era hermosa, sí, pero imposible. Un perro negro, enorme, parecía esperarme acostado sobre la tumba blanca que cuidaba.

No le miré a los ojos ni me acerqué a la tumba, ya no caigo en las trampas de los sueños: sé que a veces escriben tu nombre sobre piedra para meterte dentro. Pensé, en voz muy baja, con la esperanza no muy convencida que ponemos en algún sortilegio, como si pronunciar los pensamientos pudiera convertirlos en conjuro: “Esclavo de la tumba, mi nombre se largó con los papeles, andará lejos ya, se habrá perdido y tú, tú no sabes leer”.

Crucé la rambla abierta. Me sentí a salvo y sola. ¿De qué sirve estar a salvo si estás sola? Allí no había nadie ni nada que esperar. Reconocí ese frío cargado de tristeza, lo respiré despacio. Pero no desperté, soñaría otras cosas esa noche y olvidé todo aquello.

Hube de recordarlo algún tiempo después. Entre las hojas de una gramática inglesa de Thompsom y Martinet encontré unas fotos viejas de un pueblo inmaculado en Lanzarote, los restos de un verano que tal vez me inventé. Un perro tumbado sobre una piedra blanca me miró fijamente desde el sueño. Por fortuna, la inscripción en la piedra es ilegible.

Olga Bernad

Hoy las "Caricias perplejas" cumplen dos años. Mi propósito era escribir y ser leída. Gracias por convertir ese deseo en realidad con cada una de las entradas. Y que el futuro, si está escrito, nos siga dejando algún espacio en blanco entre sus renglones para contar los sueños y las cosas.

Hace dos años: Ella y yo 

22 de mayo: José María Jurado deja en su Columna toscana, junto a una interesante reflexión, un poema para Andábata, que nunca se fió de mayo con sus flores.  Gracias por el detalle y esa jacarandosa alergia primaveral.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Amanecer de la muchacha muerta


El arcángel borracho de los sueños esconde
un país de cartón debajo de las alas.
Al levantarlas veo una muchacha muerta.
Y no quiero mirarla.  A tientas busco algo
-quizá el interruptor que ilumine mi almohada-
pero una brusca oscuridad se enciende.
La irrealidad se lleva sus secretos.

Yo de nuevo.
Soy yo.
Estamos yo y la vida.

Lentamente amanece y, lentamente,
arrastrando cadenas de su noche,
mareas y resacas de otro mundo,
(su inevitable aliento a despedida)
nace con luz de fatigado símbolo
el día por delante, la pregunta
que hoy volveremos a dejar en blanco.

Olga Bernad

Nota: La fotografía es de Brooke Shaden y está tomada de aquí 
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Hace un año Andábata XIX: Mens sana
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18 de febreroDiego, hombre de palabra, se leyó Caricias perplejas por fin entero.-)  Eligió una noche de otoño para su errante fugacidad.  Gracias, mesié, por la bonita sorpresa.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Peligrosa María


A todos los que alguna noche se han agarrado a cualquier clavo ardiendo, del tipo que sea: a todos.

Callaré nuevamente. En la cintura
me guardo el largo discurrir del tiempo,
el hueco de la mano, los pliegues de mis dedos,
esa esquina del hombro ante su boca.
Mi yugular al borde de otros dientes.
Todo cierto,
y todo incomprensible. Voy buscando
la mano de la boca de un ombligo;
me enveneno de besos y de rostros
que no recordaré, pues no me importan.
Sólo el amor rescata y, con el tiempo,
el amor da pereza.

Por los que siempre te amarán, disparas,
y el aullido de un lobo te despierta.
Chasquido de mechero en el silencio,
pequeña brasa al borde de los labios,
misterio en los pulmones.
Supones que la luna está asustada:
ha visto largas noches de tu alma
y sabe
que más lejos, tan dentro de tus ojos,
un herrero perfecto está fraguando
la gris bala de plata
-voluta de humo azul de dientes verdes-
que algún día sabrá alcanzarte en sueños.

Olga Bernad
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NOTICIERO:
12 de noviembre: Después de un par de cambios de fecha y hora, por fin se ha fijado la presentación de Caricias perplejas en Zaragoza: AQUÍ os dejo el recordatorio. Será el viernes, 27 de noviembre a las 7,30 de la tarde en el salón de actos de la Biblioteca de Aragón (C/Doctor Cerrada). Os espero.
13 de noviembre: Una amiga me avisa de que, al encargar un ejemplar, le dicen en La Casa del Libro que las Caricias están segundas en el top ventas de autores aragoneses. Lo reflejaron en su página el día 10: ¡¡AQUÍ!!
...Y me encuentro al final del día una reseña en el blog de Julio Castelló que me emociona. Gracias, Julio, muchísimas.

14 de noviembre: Me levanto con un antojo de Sergio Astorga... así da gusto empezar el fin de semana. ¡Muchas gracias, Sergio!

16 de noviembre: Me llega un recorte del Heraldo y su lista de más vendidos (click sobre la imagen). Salió publicada el día 12. Gracias.
17 de noviembre: Seguimos en el top ventas de la Casa del libro por segunda semana consecutiva. En La Central se han acabado los ejemplares esta tarde, pero traen más pasado mañana.
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Hace un año:
Algunos cisnes negros
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jueves, 1 de octubre de 2009

Enciérrame en el sótano

Un hombre sopla vidrio. Es un sótano oscuro y, muy al fondo, un fuego rojo tiñe de alguna luz la estancia. El hombre sopla a través de un formidable tubo que acaba en una gárgola grisácea; en su punta se enciende una burbuja de cristal brillador que se dilata y pronto se endurece, fraguándose contra la rozadura invisible del aire. Él alarga su gran mano de hombre, recoge con atenta firmeza una esfera perfecta y me la entrega, concediéndole al gesto la naturalidad y la importancia de una vieja liturgia, la pureza de un culto recobrado donde prodigio y lógica amparan un enigma: nuestra necesidad de obedecer y un temor muy profundo a someterse; y un placer que esperaba, inevitable, tan paciente como una profecía. Me sonríe. Le amo. Tomo la esfera nueva en mis dos manos. La coloco en el suelo con cuidado. El suelo brilla y brilla, estoy llenando el suelo de burbujas. No queda espacio en blanco hacia la puerta. No nos iremos nunca. Me sonríe.

Olga Bernad

7 de octubre : el simpar Juan Manuel Macías recuerda en sus Diosas y sus nubes el evento de mañana en la Biblioteca Publica de Sevilla, la presentación de la Colección Siltolá de poesía y mis Caricias Perplejas formando parte de ella.
Gracias, hermano;-)
Pasaremos unos días por Sevilla, asi que aprovecho para despedirme hasta la vuelta. ¡Al Sur!
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Hace un año:
Lo que tardamos en olvidar un nombre
De la tristeza
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lunes, 1 de junio de 2009

Andábata IX: Acelerando



Me ha venido la regla, así que lo de ayer era síndrome premenstrual, lo de hoy es síndrome menstrual y lo de la semana que viene podremos considerarlo síndrome postmenstrual. Y andando. En el probable caso de que el síndrome continúe las dos semanas que me quedan libres, no habrá más remedio que tener una charla con mi querida Marta y que me dé tranquimazines, que para eso es enfermera, no te fastidia, y para eso es amiga mía, no te fastidia. O, si no, la llamo y que me los dé mañana mismo, no te fastidia. Yo realmente no me puedo creer que todo sea cuestión de química, pero sé que las pastillas de colores quitan la tristeza porque lo he visto con mis propios ojos, o más bien lo he sentido con mis propias emociones, en fin, algo así. Y, sin embargo, sigo sin creerlo. No sé. O sin confiar. No sé. No me fío de la química pero mucho menos me fío de mis nervios, y mañana me presento otra vez al dichoso examen de conducir, ay, Dios.

Mañana es mucho decir, más bien me examino dentro de cuatro horas. Son las cinco de la mañana y no me puedo dormir. Me examino por séptima vez, ahí es nada. Es bonito: tal vez el sentido de mi vida radique en batir extraños récords. Lo mismo que la gente salía por la tele para demostrar al mundo que era capaz, por poner un ejemplo, de fumar por las orejas, yo podría ir y contestar a la pregunta: “¿Y usted qué sabe hacer?” con un saleroso: “Suspender quinientas veces el examen de conducir y comerme de una sentada un yogur de fresa a punto de caducar, otro natural ya caducado, tres pepinillos, un filete de jamón de York sospechosamente oscuro, dos cebolletas, unos pocos krispis, medio bote de mermelada casera abierta desde el año que reinó Carolo y un trozo de pan duro”. “¿Y por qué esa curiosa mezcla?”, me preguntará el presentador con cara de lelo. “Pues mire usted”- le diré- “porque me estoy especializando en no comprar comida para no poder atiborrarme a las cinco de la mañana y así luego puedo rebuscar a ver qué encuentro, y siempre descubre una algo que debía haber tirado a la basura y no tiró, y de esta manera se atiborra una igual pero tiene todo ese interés añadido de no saber si acabaré en el hospital con alguna intoxicación o qué”. “Ah”, dirá el presentador, “qué original es nuestra invitada, qué hermoso es el hecho de tener imaginación para poder usarla tanto”.

Aunque este trozo de carne de membrillo cubierto de moho no me lo como, es demasiado asqueroso incluso para mí. Me voy a fumar un cigarrillo y a tomarme ese tranquimazín que tengo por ahí guardado; pero antes tiro esta porquería a la basura, no vaya a ser que mañana esté más desesperada y me dé por recortar el moho y comerme el resto, no sería la primera vez.

Bueno, el presentador es un degenerado y tanta barbaridad le despierta la libido. Me mira a los ojos y me pregunta:

- ¿Estudias o trabajas?
- Trabajo.
- Qué interesante, cuéntame…

Cuéntame. Ojalá Dios exista y me escuche, ojalá tenga tiempo para mí y yo no esté aquí hablando sola, riéndome de mis tonterías para no llorar, para no querer entender que esto no es ninguna sandez, esto se llama ansiedad oral y hace tiempo que no puedo controlarlo. Está bien tener sentido del humor, pero eso no me salvará si no dejo de desperdiciar mi voluntad entregándola sólo en mi trabajo, antes en mis estudios, casi siempre en Álvaro.

Aquí estoy yo, a punto de envejecer, maltratándome. Necesito ayuda.

Pero toda situación es susceptible de empeorar, qué gran verdad; resulta que ahora el público siente pena, sabe que va en serio. Basta, guapa, a la cama de una puta vez. El presentador ya no quiere ligar conmigo pero le encantaría que llorase para ganar audiencia. Lo tienes claro, gilipollas, con los cursis como tú se me va el hambre. Muy bien, niña, así se habla, vamos a la cama, no fumes más.

Álvaro duerme como un bendito y despide un calor que a lo mejor me devuelve la sensatez y el sueño perdido. Me aprieto a él y siento que le quiero todo lo que sé querer, ojalá sea suficiente. Cuéntame…

Vale, pero antes pensamos en cosas agradables: Soy de verdad una niña, mi padre viene hacia mí en un domingo de sol, hay gente y arena y yo miro el mar y juego con un barreñito de plástico lleno de agua y jabón de pompas lujosas que crujen con la brisa y brillan con el sol, formando arcoíris aceitosos sobre sus contornos perfectamente lisos, tan suaves y efímeros, tan delicados. Duérmete ya.

Me monto en un coche y acelero tanto y tanto que súbitamente estoy en un avión, un avión precioso y loco, sin rumbo y sin control. Todos tenemos que saltar, es una orden, y debemos utilizar unos paracaídas azules que son como sombreros o como setas ligeras y venenosas. Me muero de miedo pero salto con todo el mundo y, asombrosamente, la sensación de caer es tan emocionante y divertida, las setas brillan como burbujas húmedas, la gente sonríe… A pesar de que sigo teniendo miedo, la verdad es que según me voy acercando soy consciente de que lo voy a conseguir: voy a sobrevivir a esta caída. Noto cómo entro en el agua de una gran piscina, cómo rompo una corriente helada con mis pies. Ahora tengo miedo a clavarme un cuchillo que llevo en la mano (era indispensable saltar con él), miedo a no controlar toda esa fuerza del choque contra el agua. Pero no me lo clavo, sino que pierdo el puñal al hundirme más y más, se me escapa de la mano o me lo quitan. Buceo hacia arriba para pedir ayuda. La piscina está llena de gente porque es una hermosa mañana de verano. Todo el mundo busca mi cuchillo, yo vuelvo a sumergirme y voy palpando a ciegas el fondo, noto algo suave, abro los ojos y aquí, debajo de la almohada -¡en mi propia cama!- me encuentro un racimo de uva moscatel y un anillo de plata con una piedra transparente engarzada. Una niña ha encontrado mi puñal y me lo entrega. Ya está, por fin voy a comerme tranquilamente mis uvas, pero resulta que no puedo porque descubro que son de cristal. No importa, las miraré durante mucho tiempo, me parecen un regalo del cielo. Siento una paz increíble… Entonces suena una alarma desquiciada que vuelve a traer la prisa y la locura, y sé que tendremos que volver a saltar, y no sé cómo haré para caer nuevamente de pie sin clavarme el cuchillo, y además sin romper el racimo de uva, sin perder el anillo, sin dejar de creer… Estampo el despertador contra la pared como única solución practicable. Qué ganas más tontas de llorar y llorar. Tiempo muerto.

Una hora después me siento en el coche, ajusto los espejos, espero a que el examinador me diga que arranque. Acelero.

Olga Bernad
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Hace un año:
Semper Fidelis
El retrato de Lucrecia
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martes, 12 de mayo de 2009

Seis leones hambrientos ocultos en el bosque

Me he dado cuenta de que voy a cumplir un año de blog y he publicado treinta poemas, muchas prosas, cinco capítulos de una desordenada novelita llamada Andábata y, sin embargo, ningún relato. Es precisamente lo único que he escrito durante toda mi vida con una cierta constancia, lo que ha quedado olvidado aquí. Tal vez dos folios sean una extensión excesiva para este formato que se quiere ágil, pero como –afortunadamente no hay más reglas que las que nosotros vayamos inventando, me he decidido a soltar aquí estos leones, fruto de un sueño que tuve cuando acababa el invierno del año pasado.

Debería dejarlos morir. No tengo por qué aceptar esta pesada carga. Hoy apenas imaginaba de dónde sacar comida y sólo Dios sabe lo que me cuesta disimular. Una funcionaria hurgando en la basura, merodeando por los restaurantes, deseando que lleguen las fechas de comunión. Ahora mismo tropezando por estos andurriales, estos bosques que desconozco, sufriendo por si alguien los ha encontrado mientras yo dormía, mientras estaba trabajando, mientras no podía venir. Imagínate que los han matado o que han llamado a la Guardia Civil y ahora están presos sin remedio en alguna institución para animales, rodeados de veterinarios, saliendo en la parte final de las noticias, con sus marcas de grilletes, con sus ganas de zamparse a un notario, con su mirada atroz, con su humillada manera de demostrar la furia.
Ayer fue casi imposible, tras salir de trabajar, después de ir a buscar a los críos al colegio, sólo pude colocar a Víctor y tuve que llevarme a Adrián conmigo. Es muy pequeño y no entiende pero no quiero que los vea, no quiero que los huela, incluso a mí podrían hacerme daño aunque es verdad que yo sé que les tengo extrañamente domesticados, que soy su dueña de una manera ilógica y segura, sin embargo temo por Adrián cuando me acompaña. Mis hijos son mi vida pero yo no puedo abandonar a los leones y dejarlos morir. Siento su hambre y su corazón latiendo y tengo que ir, no queda más remedio. Si tocan a Adrián los mataré, lo saben (lo creo) pero que me sienta capaz de defenderlo no me evita el sufrimiento de pensar en ello.
No es sólo la comida o el temor, es sobre todo el tiempo. Una vez cada día, una vez cada noche, venir hasta aquí, generalmente sola (peor si acompañada) resolviendo por pocas horas este absurdo y salvaje asunto mío.
Al principio eran menos y simplemente no quise abandonarlos, pensé que encontraría un final concertado, que envejecerían pronto, que tal vez otros pudieran ocuparse, que no sabrían vivir atados y morirían de muerte natural. Qué sé yo lo que pensé. Pero son resistentes, agradecidos y fértiles, me llenan de cansancio y de una insólita clase de amor, tan nueva y desconocida, tan lentamente. Los reconozco míos. Quién va a comprender esto, quién va a ocuparse de ellos, quién más va a mantenerlos vivos si incluso yo (que creo entenderlos) sueño con que no están y siento una especie de descanso. Pero tan triste.
Seis leones hambrientos ocultos en el bosque, disparándome con su mirada famélica cuando los recuerdo, presentes tantas veces en mi vida cotidiana, extraviada su rabia de lobo en libertad ladrándole a la luna, de águila cazando, de león dominando, claro, de león.
A las dos semanas pensé seriamente en soltarlos. Que se coman a quien quieran, que utilicen su dignidad aunque luego los acaben, que los entierren hondo, que los conviertan en pienso para ovejas (¡madre de Dios!), que hagan lo que sepan con ellos. Yo no podía más. Ahora tampoco puedo más pero me voy como acostumbrando a esta desgracia, a cargar con mi cruz, a hacer los deberes.
Todo se vuelve confusamente habitual desde que empieza el día: suena el despertador, levántate, arréglate, viste a los niños, quiérelos, llévalos al colegio, ve a trabajar, busca comida (mi mochila ya llama la atención, lo sé, el verano pasado fue terrible porque el olor es otra cosa que hay que esconder y así hasta infinitas complicaciones que no pienso exponer) busca tiempo e ingenio para excusas, vete al bosque en algún momento de ese día febril, vuelve al colegio, haz la compra, la casa, explica matemáticas, piensa en la ropa del día siguiente, prepara algo de cena, espera a tu marido, cena con él, cuéntale que estás triste, que no se lo merece, que le quieres pero te vas, aprovechando que los niños se han dormido, porque los leones están cada día más delgados y hambrientos, no encuentras suficiente alimento para ellos, ya no sabes a dónde vas a ir a buscar... No te puede entender. Te dice que les dejes morir y es ya imposible. Calcula otra vez los caminos en la oscuridad, discurre nuevos escondrijos que pronto te parecerán inseguros (¿será este bosque suficientemente espeso para nosotros?, ¿por cuánto tiempo?), tropieza con las piedras, óyeles respirar, siente cómo te reconocen, imagina la sangre acelerada en sus venas, mira cómo te observan acercarte, cómo devoran todo en un momento, con qué sincera bestialidad comen lo que les das y siempre, siempre, esa mirada de hambre, esos grilletes haciéndoles daño, esas ganas de pedirles perdón.
Y por debajo de la tristeza y las preguntas, por encima de la degradación, mucho más allá de las heridas de los cepos y del ruido roñoso de las cadenas, nada hay tan auténtico y hermoso como su mirada viva, donde admiro un orgullo que nada ha destruido, una chispa de pura luz sin esperanza, un poco de agua fresca saliendo de un pozo oscuro, una fuerza tan huérfana y tan cierta, una inmensa aceptación de la soledad y las cosas, un inquietante pedazo de verdad y de misterio, un no te descuides conmigo, un soplo de obstinada libertad de ser lo que se es que puede con todo, que sobrevive como hacen esos hierbajos cuando rompen el cemento brutal y el mármol pretencioso. No sé cómo, pero ahí está, la vida dando por el culo y riéndose de todos nosotros, zombis medio asfixiados en una comodidad tóxica más mortal que sus mordiscos, pelagatos organizadores de horarios, delimitadores de espacios, soñadores de seguridades mucho más imposibles que el hecho de que existan leones en el bosque, contadores de monedas, pagadores de nichos por si nos morimos, previsores de todo, perdedores de tiempo sin causas gloriosas, inventadores de pactos con un diablo al que ya no nos queda pureza que venderle, seres, en fin, más subyugados que ellos y completamente dejados de la mano de Dios.
Yo también me alimento de su vida, aunque complique la mía, ensancho mis pulmones al verlos, aprendo de su paciencia exigente, bebo de su brutal dignidad cuando pienso en ellos. Si les abandono se secará esa fuente, se acabará nuestro pequeño mundo; si puedo olvidarles, gusanos asquerosos se cebarán en sus músculos vencidos. Será como si nunca hubieran sido ciertos. Nadie recordará los escondites, las prisas, las miradas, ni podrá imaginarlos perplejos ante el hambre cuando tardo en llegar. Nadie comprenderá qué es lo que añoro. La única verdad que quedará de ellos será mi íntima traición a su existencia, una culpa (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa) no por secreta y disimulable menos definitiva. La parte más valiente y generosa de mi alma se morirá juiciosamente de pena y todo, todo seguirá igual. Tranquilo y cómodo, de muchas maneras falso (ni siquiera inventado), rutinario hasta llegar a ser pecado. Y mezquino, estrecho, cicatero, cobarde, flotando para siempre en una suerte de elegida promiscuidad con lo imperfecto. Yo sé que si me rindo estaré perdida. Lo que me angustia es no saber hasta cuándo, lo que me apena es no poder ser más que su entristecida carcelera, lo que no permitiré es que se me escapen.
Ya está, ya está por hoy. Volveré a casa limpia de restos de comida, libre por un tiempo (pero pobres, no han quedado satisfechos), tranquila por el deber cumplido (pero mañana les llevaré más cosas), absolutamente dispuesta a descansar (¿pero estarán ahí cuando regrese?).
Seis horas preocupantes como seis leones desatados y empezaré de nuevo. Dios mío, Dios mío, toda una vida de sensatez para esto. Al final qué tengo: siete leones hambrientos en mi corazón.
Olga Bernad
Nota: Marta M. López ha colgado el relato en el desván de los libros. Yo se lo agradezco infinitamente, pero ustedes aprovechen para curiosear por allí: merece la pena.

Actualización del 15 de mayo: este sueño, uno más en la memoria de Gemma Pellicer. Danke schön.