Voy a dejar de fumar, pero qué importa eso ahora. Ahora mismo, entre el humo y la melancolía, hay una voz que me acompaña, la que vuelve a contarme viejas conversaciones de lolitas que intentaban ser algo perversas con un ducados entre los labios o entre los dientes pequeños y blanquísimos. Los cigarrillos brillaban al final, mantenían su ser en una brasa, como mis ojos en la punta de la mirada, y el pelo de mi amiga -negro como esos ducados blancos y el futuro que nos contaban en la escuela del barrio- hacía reflejos azules en la almohada; nuestro cuerpo era nuevo y prometía cosas, nuestros pulmones recibían inquietos el golpe de humo y nicotina; la sangre, fuerte pero demasiado limpia, se envenenaba pronto y el mareo se instalaba en un lugar amable de la conciencia. Risas y toses.
El principito aún era nuestro novio, pero los cigarrillos estaban ya dispuestos, como los mecheros robados que acariciábamos dentro del bolsillo y el sondeo de gestos veladamente sensuales, supuestamente espontáneos, que repetiríamos frente a ellos cuando nos atreviésemos. Si ellos eran lo importante, ¿por qué les he olvidado? Y, sin embargo, recuerdo ahora con verdadera nostalgia aquellas tardes de casi embriaguez y olor al inevitable Azur de Puig de cada cumpleaños, esa frescura cotidiana y económica con la que nuestras madres nos bendecían; aunque nosotras, puestas a economizar, preferiríamos luego la chispa de Farala -su olor a limpia y nueva independencia- y soñábamos entonces con ser también, en una versión más dócil, la chica que se vestía de Eau Jeune, “mandarina de Sicilia, palo de rosa y menta”, decía el envase. Un verso libre, poesía pura.
Pero los aromas, ay, son un mundo insaciable; decidido: íbamos a pasarnos a Anaïs Anaïs en cuanto pudiésemos; aunque las propinas llegasen sólo para la versión desodorante comunitario, siempre mucho más económico que el eau de toilette propio. El peso de la porcelana blanca de Cacharel y todas las flores del naranjo, jacinto, madreselva. También en el corazón, jazmín por primera vez (dicen que marroquí pero yo no lo creo, aunque me gustaba creerlo, y no sabía entonces que los sintéticos ya nos habían invadido) ylang-ylang, muguette y flor de Lis; al fondo: cedro, sándalo, ámbar, musgo de roble, incienso, vetiver. Ese salto hacia lo femenino, radicalmente dulce, catalizador del desasosiego materno sobre nuestra ya demasiado dulce piel -aún más dulce ahora, acalorada por los juegos íntimos y el vapor de almendra amarga, levemente hormonal, que emergía de los ángulos del cuerpo- se acompañaba a veces de sofisticados cigarrillos largos y negros. More, decía la cajetilla, decía mi corazón, decía mi amiga, decía el pintalabios; pintura de labios rojos sólo para nosotras, para mirarnos todo el rato fumando con las boquitas pintadas delante del espejo, preciosas entre el humo y las risas y el miedo a que volvieran nuestros padres y a todo lo que iba a empezar a pasar. Un libro de Boris Vian en la mesilla. Me gustó tanto el nombre. Miles de cuentos comenzados. Los feos se morían (Boris, Boris). Llevaba camisetas del Che pero me enamoré de Curzio Malaparte, que entendía cosas. (La piel, siempre la piel).
Corramos un tupido velo. Me reencuentro ya más centrada, con todas las excusas de una universitaria casi formal: estudias, apruebas, que tus padres no te vean borracha y a vivir. Fumaba Lucky, llevaba mucho brillo de labios, vaqueros ajustados, poco escote, morena hasta la médula, largo pelo rizado, rizadísimo, como mis pensamientos y las lecturas mezcladas en una maraña imposible de desenredar. Recias palabras -Calderón, gramática latina, evoluciones fonéticas- todo el teatro del XVII junto al Invierno en Lisboa, la Bella del señor, Juegos de la edad tardía, una jarcha muy triste y Shadows (“mátame tiempo mátame”, etc.). Suaves cremas de coco para pasar los dedos sobre la melena. Y Sunflowers, de Elisabeth Arden, un floral afrutado, más acorde ya con mi personalidad y mi edad. Bergamota y melocotón en las notas de cabeza, pero en las de corazón, adivinen, sí, mi jazmín en el centro, rosas de té y ciclamino. Las notas frutales y el suavísimo jazmín, evidentes para cualquier nariz mínimamente educada. El humo del Lucky recién encendido las hacía brillar. No lo uso desde 1999, y ya aquél fue un momento de nostalgia. Empiezo una novela.
Luego, tranquilidad para todos los días, centrarse una en sus asuntos, no gastar demasiadas fuerzas versus mundum, ni siquiera versus las odiosas (desde el punto de vista filosófico) tendencias unisex, un traje cómodo y agradable entre esa gama: One de Calvin Klein. Ducha, cítricos, a trabajar. Periódicos. Recopilaciones de artículos. Libros de contabilidad. Nobel bajo en nicotina y horarios, horarios, no machacarse demasiado y empezar a administrar la potencia y la nariz para protegerla, para derrocharla en algunos momentos en los que destapar la botella y dejar salir al genio. Del eau de toilette que todo el mundo acepta -ese tributo a la opinión dominante- al eau de parfum salvaje, el que conoces y sueltas sólo en confianza. Alchimie de Rochas, vainilla y notas orientales que pueden resultar demasiado penetrantes de día y maravillosas de noche. Abstenerse pusilánimes adictas a eso que llaman “lo fresquito” y a los jugos de frutas que te sirven en todos los caribes prefabricados. Para paraísos entre cuatro paredes, en pleno desierto monegrino, “desde lugares hoscos donde los hombres…”. Amor real. No usar todos los días, no impregnar jamás la ropa, sólo los puntos donde la sangre se acelera y dejarle hacer. Te entrarán ganas de fumar cosas exóticas y prohibidas y de besar a tu novio, sea quien sea, qué culpa tienes tú. Voy a acabar la novela. Bien, si eres valiente y no tienes que ser fiel, Magia Negra de Lancôme: maderas orientales, excesos deliciosos para gastar entre verdaderos alquimistas y hombres sin nombre. El marqués y yo. La filosofía en el tocador. Puede salir carísimo. Cuídate. Comprendo a todo el mundo.
Y, por fin, pasar de lo que se lleva y encontrar un lugar más o menos propio pero no discordante ni invasivo, sólo se notará si tú lo quieres, sólo quien traspase el círculo de tiza, sólo quien ya sepa quién eres tú. Cerramos amablemente los ojos tantas veces, un poco el corazón, mucho las piernas, muchísimo la puerta por donde se escapan las energías gastadas en batallas inútiles. Y, sin embargo, te inventas una nueva. Voilé de Jasmin de Bulgari y un camel con mezcla turca, poetas y cometas, (pero yo tengo que ser el hilo, el poeta y la cometa) por fin mi primer libro y la capacidad de sonreír a quien impregna el mundo de otros aromas porque, al aire libre, nada huele ni duele del todo y para siempre. Si no es así, ya eres mayor, el médico te dará drogas legales y te escuchará con una rara atención mientras tú le cuentas que estás triste. En la consulta, se extiende muy despacio un aura de perfume no excesivamente caro pero sí inequívocamente femenino. Las notas de cabeza: bergamota y mimosa; jazmín Sambac en el corazón y un fondo algo almizclado; muy al final, como si fuese un símbolo, ese lirio inalcanzable nos espera.
Y lo desconocido: Jasmin Noir. Mañana me lo regalo, que es mi cumple y se acabaron los treinta-y-todos igual que se acabaron las excusas. As time goes by. Borrascosa institutriz (a ti qué te importa). Maldito tiempo, sí, “pero ahora, con la mano en el poema, os lo confieso: he sido siempre yo la que salió ganando en todos nuestros tratos”.
Olga Bernad
Nota: Los versos entrecomillados pertenecen, por este orden, a Pere Gimferrer, J.A. Labordeta y Miguel D’ors. Los libros citados y sus autorías son reconocibles para cualquiera que oiga la radio. El sintagma “poetas y cometas” es el título de una antigua entrada de J.M. Macías, y de otra (y el posterior diálogo) saqué la idea inicial para esta “Historia de eau”, menos explícita que aquella otra “Historia de O” de Pauline Rèage, pero más mía.
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4 de abril: Me escribe Javier Sánchez Menéndez -mi editor de poesía, siempre alerta- desde Londres, y me manda un enlace donde leo que Pedro Gollonet, a quien no conocía, deja una breve y preciosa reseña sobre el poemario Caricias Perplejas desde su tierra extraña. Gracias, Pedro.