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domingo, 26 de enero de 2014

La nostalgia y el lobo feroz

Muchas veces he pensado en los himnos, escritos para esa cosa tan peligrosa y eficaz que es fundir conciencias en una sola música frente al ruido enemigo y las circunstancias más adversas. Nunca he sido muy dada a cantarlos, pero de eso ya hablé aquí y aquí. La cuestión es que los himnos ordenan el mundo para ti, facilitan la hermandad con otros y en el fondo son alegres como una reunión de amigos .Las negras tormentas se conjugan en presente, agitan los aires siempre ahora, pero el sentido del deber, de la lucha, de la unidad y del sacrificio vuelven futura la esperanza y tal vez posible la libertad, En ellos casi siempre hay enemigos enfrente, compañeros al lado, novias esperando y amigos muertos, pero también confianza en que volverán banderas victoriosas y amaneceres intensos. En los campos desiertos volverán a granar una espigas altas dispuestas para el pan. Esa parte, en los himnos de toda índole, se conjuga en futuro (que no existe, pero existirá). Por si no llegamos a ver esa hermosa mañana, por si te dicen que caí. Mientras tanto, si me quieres escribir ya sabes mi paradero. Dan un sitio a cada alma: primera línea de fuego o humilde bordado de banderas, qué importa; vivos o muertos, qué más da. Vamos, en marcha, lo importante es la acción. Todos son, para quien los canta, de amor y de luceros, y en casi todos la voz es marcial, masculina, valiente e insolente.

Esta pequeña canción participa del espíritu de los himnos.  Sin embargo, me sorprende por su tono infantil, por la falta de altisonancia en su música, por su tristeza. Tiene una suave demencia, una especie de ternura kamikaze: “Madre, que tu nostalgia se vuelva el odio más feroz”.  

Me asaltó la memoria la otra mañana, mientras volvía a ver cómo una señora buscaba comida en el contenedor de basura que hay a la puerta de mi trabajo.  Su expresión derrotada, su solitaria vergüenza



Nota: Hace unos días, en NUMEROCERO.ESUnai Velasco realizaba un documentado Informe geopoético del 2013 atendiendo a editoriales y estilos muy diversos. No me parece fácil. Una alegría tener un hueco ahí, con "Algunos cisnes negros". Gracias por el artículo y por la atención.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

De rendiciones (Himnótica IV)

A veces me gustaría formar parte de un ejército, de un coro, de un grupo poético, de una asociación de madres, de una tertulia parroquial, de un club de fans, de un partido político, de una secta.  Para cualquiera de esas cosas me ha faltado siempre convicción, madera, disciplina. Ganas.Y sin embargo ahora pienso en ello y me produce un sentimiento de descanso tan dulce como una tentación. No preguntarte una vez más cosas que ya están respondidas, no buscar el tono en el silencio o entre el ruido (donde no se oye nada, tampoco), que al final te hagan un funeral bonito. De un ejército ruso, sí, con ese idioma tan de ejército y tan dulce, con ese alfabeto del doctor Zhivago. Me gustaría luchar con mis amigos, cantar con mis amigos, creer con mis amigos, ganar con mis amigos, perder con mis amigos, sonreír pronunciando Kalinka (ka-lin ka-ka-lin  ka-ka-lin  ka-ka-lin...). Qué  hermosa es esa voz sostenida por todos los soldados. Qué hermosa es esa voz.  No estoy hablando en broma.  Y por qué tengo entonces la sensación de que pensarlo es rendirse. Y rendirse ante quién, si solo querría cantar con todos. Y yo, qué cansada estoy.




Nota de 7 de diciembre:  Un amigo me envía un vídeo. Hay cosas que solo se pueden hacer (bien) con otros. Y no tienen que ver con rendiciones sino con victorias. Y alivian el cansancio.  También es verdad.  Reconozcamos al menos que la publicidad es el último reducto de la genialidad. First we take the bus, then we take Berlin (he pensado).

jueves, 22 de noviembre de 2012

HIMNÓTICA 3

Al hilo de un pensamiento que se me ocurrió colgar en facebook, se inició una conversación en la que acabamos hablando de himnos personales. Desde entonces, me he puesto a repasar los míos.  La mayoría son lamentables, lo sé, pero voy a ser sincera sin motivos, por mi propia apetencia.  Diré solo la verdad.   Como el himno patrio tiene una letra tan absurda (chunda, chunda, tachundachundachunda, etc.) me refugio en los que va eligiendo mi corazón.  De lo que yo llamo "la generación excesiva" por su poco apego al concepto de naturalidad (los cantantes de mi infancia) recordé en el diálogo el Qué sabe nadie del simpar Raphael; y también el number one: El rojo, rojo clavel de la Jurado.  Pocas cosas me hacen sentir igual que cantar esas canciones como una loca (eso sí, solamente en mi casa, para pasmo de mis pobres hijos y sus mentes infantiles).  Pero hay más.  En los últimos tiempos, cuando pienso en la libertad y en cosas así, me vienen a la cabeza los versos de Lorca – “Y ángeles negros volaban/ por el aire de Poniente./ Ángeles de largas trenzas/ y corazones de aceite”-.  Lorca me pone triste porque vio volar ángeles negros y al final fueron verdad. Sin embargo la libertad, tal y como uno la sueña de muy joven, puede que solo sea verdad en la imaginación y en las canciones.  Yo canto esta a voz en grito, y recuerdo también a Ernesto Sabato, pues él sabía que “nada puede el mundo contra un hombre que canta en la miseria”.  Ni contra una mujer. Libre.