
Hace 87 entradas no imaginaba que acabaría escribiendo ésta. Pero aquí está. Algunos de los lectores habituales sospecharon la forma de la criatura desde aquellas tímidas preguntas lanzadas por Betty B., anónima y siempre vacilante. La vieron crecer conmigo de mayo a noviembre y, entonces, me di cuenta de que un proyecto había tomado forma y se había acabado con la misma terquedad sin vuelta de hoja con la que empezó: tenía en la mano mi primer poemario.
Había soltado por estas Caricias doce de sus treinta y cinco poemas, y pensaba dejar alguno más (creo que han sido unos quince); los poemas ya iban firmados, así que descarté presentarlo a ningún concurso. En marzo lo remití a dos editoriales de las que no tuve respuesta. Decidí que tampoco lo enviaría a sitios donde seguramente iban a tirar a la basura, sin ni siquiera leerlo, el original de una perfecta desconocida. Y no hice nada más que escribir.
No creo que mis poemas ni los de nadie sean mejores o peores sobre el papel que sobre la pantalla o escritos sobre un muro. Pero me gustan los libros hasta la superstición, quisiera que alguien lo llevase consigo con el mismo placer con el que yo he llevado otros, hasta el final del día, para vivir con ellos y dormirme también con la conciencia cruzada por uno de sus versos. Por eso, cuando se interesaron por mí desde la Fundación Ecoem para formar parte de la Colección de Poesía Siltolá, dije sí sin preguntar nada. Y aquí está la criatura. Tengo que dar las gracias a Javier Sánchez Menéndez, por su atención constante y su amabilidad; y a Abel Feu, por su paciencia con mis comas de ida y vuelta y por su buen hacer.
Especialmente, quiero agradecerle su prólogo a Juan Manuel Macías -sin duda, quien mejor conoce mi poesía- por acompañarme con un pequeño texto que siempre le dará sentido a lo que escribo. Tampoco quisiera dejar de nombrar hoy a las pocas personas que leyeron el poemario completo antes de que supiese qué hacer con él, y cuya fe supero siempre a la mía: Antonio Rivero Taravillo, Juan Salido-Vico y Antonio Azuaga.
Todas esas personas eran desconocidas para Betty B. Las lecturas mutuas nos acercaron. Creo que eso es, entre otras cosas considerablemente curiosas, un libro: una llamada sobre los ojos de los demás. Un gesto interior que viaja hacia fuera. Del pensamiento con frecuencia desconcertante al extraño orden de las palabras; de ahí al papel, del papel a los otros.
En esos treinta y cinco poemas se queda un trozo de mi vida de una manera bastante rara, entre reconstruida e inventada, con su caos colocado en líneas rectas, tal vez atrapada, siempre incompleta. Me gusta entregarla así, bien vestida por una edición preciosa. Lo demás, no lo siento asunto mío.
Espero que os guste.
Olga Bernad
Había soltado por estas Caricias doce de sus treinta y cinco poemas, y pensaba dejar alguno más (creo que han sido unos quince); los poemas ya iban firmados, así que descarté presentarlo a ningún concurso. En marzo lo remití a dos editoriales de las que no tuve respuesta. Decidí que tampoco lo enviaría a sitios donde seguramente iban a tirar a la basura, sin ni siquiera leerlo, el original de una perfecta desconocida. Y no hice nada más que escribir.
No creo que mis poemas ni los de nadie sean mejores o peores sobre el papel que sobre la pantalla o escritos sobre un muro. Pero me gustan los libros hasta la superstición, quisiera que alguien lo llevase consigo con el mismo placer con el que yo he llevado otros, hasta el final del día, para vivir con ellos y dormirme también con la conciencia cruzada por uno de sus versos. Por eso, cuando se interesaron por mí desde la Fundación Ecoem para formar parte de la Colección de Poesía Siltolá, dije sí sin preguntar nada. Y aquí está la criatura. Tengo que dar las gracias a Javier Sánchez Menéndez, por su atención constante y su amabilidad; y a Abel Feu, por su paciencia con mis comas de ida y vuelta y por su buen hacer.
Especialmente, quiero agradecerle su prólogo a Juan Manuel Macías -sin duda, quien mejor conoce mi poesía- por acompañarme con un pequeño texto que siempre le dará sentido a lo que escribo. Tampoco quisiera dejar de nombrar hoy a las pocas personas que leyeron el poemario completo antes de que supiese qué hacer con él, y cuya fe supero siempre a la mía: Antonio Rivero Taravillo, Juan Salido-Vico y Antonio Azuaga.
Todas esas personas eran desconocidas para Betty B. Las lecturas mutuas nos acercaron. Creo que eso es, entre otras cosas considerablemente curiosas, un libro: una llamada sobre los ojos de los demás. Un gesto interior que viaja hacia fuera. Del pensamiento con frecuencia desconcertante al extraño orden de las palabras; de ahí al papel, del papel a los otros.
En esos treinta y cinco poemas se queda un trozo de mi vida de una manera bastante rara, entre reconstruida e inventada, con su caos colocado en líneas rectas, tal vez atrapada, siempre incompleta. Me gusta entregarla así, bien vestida por una edición preciosa. Lo demás, no lo siento asunto mío.
Espero que os guste.
Olga Bernad
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Hace un año: Noche de otoño, La terrible virtud de ser inolvidable
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25 de septiembre: En La Cigale nos informan hoy de su programación de octubre y, de paso. hacen una amable referencia a la publicación de mis Caricias.
26 de septiembre: Álex Chico, excelente poeta y vecino de blog, se hace también eco de la publicación en su Isla de Elca.
Gracias, sois estupendos.