He llegado a la conclusión de que soy una cobarde. Un saco de patatas lleno de miedos y vacío de voluntad. En el autobús, mientras iba a la oficina, me ha entrado repentinamente un pánico sordo, tan real como un bicho que sintiese deslizarse por mi nariz y tomar mis pulmones y mi estómago y convertirlo en su reino, una tristeza inmensa al pensar que tal vez mi vida se vaya a reducir a esto. Esto para siempre, nueve horas secuestrada para siempre, siempre, siempre. Llego a la oficina y me despido, con dos cojones. Pero sólo de pensarlo me ha cogido por el cuello un viejo conocido, el miedo pastoso al paro, ese estado semivital en que no eres nadie ni tienes un duro. Para evitar su ataque brutal me he centrado en la realidad pura y dura del atasco, tan increíble y de alguna manera sorprendente como cada lunes, y luego he decidido que había que hacer algo.
Al salir de la oficina me he ido corriendo a la librería Central y me he comprado un libro sobre cómo superar el estrés y la ansiedad. Un fiasco. Todo ridiculeces. Yo no sé si es que no lo entiendo, o es que no estoy preparada para la vida moderna y su fe en los diálogos, los organigramas y las memeces o, simplemente, es que no me salen bien las respiraciones que aconseja (por fumar tanto, seguro). O tal vez sea que la angustia no se cura respirando sino viviendo de otra manera, de una que no sé, que hoy no me sale.
Mientras esperaba a Eva me he puesto a hacer una lista de temores, como aconseja el libro, con sinceridad no exenta de vergüenza porque sé que mis miedos son pequeños, repetidos y vulgares. Concretando, tengo miedo:
Eva ha llegado agotada y ausente a nuestra cita repetida del final del día, esa parada en el bar de la esquina antes de volver a casa. Ella llegaba con los labios sin pintar y yo he comenzado a hablarle de mi tristeza con una urgencia muy torpe.
—Todos los días con rollos, no estoy para hostias, Olga, ¿hasta cuándo esa actitud de adolescente?, ¿hasta que seamos viejas?
—Voltaire decía: “Me repetiré hasta que me entiendan”
—No jodas, ¿y tú también dices eso?
No nos hemos reído. Hemos ido al súper porque teníamos que hacer la compra y allí la realidad ha vuelto a entretenerme, como en el atasco, como en la oficina, otra parte de este día ocupada en asuntos concretos y mecánicos: cajas de carnes y pescados, cereales y compresas, latas de sardinas. Las buscas, las coges y esperas en la cola para pagar. La luz blanca y cruel, tan ficticia y tan reveladora de arrugas, me mostraba a mi amiga más vieja que ayer, más aburrida y apática, mucho más indiferente y resignada. El espejo terrible de los que están al lado desde siempre. Sentía en aquel momento una enorme ternura hacia ella, de una forma un poco teatral pensaba que le decía —que me decía a mí misma— alguna palabra de raro consuelo capaz de llenar de otra luz el supermercado y el trozo de tarde que ya se me estaba escapando, otro pedazo de pastel devorado por un ogro. Pero la sensatez se impone tantas veces, la pereza era tan atroz y el ingenio, el buen humor, se agotan hasta tal punto… Entonces he pensado en la vuelta a casa, en la cena, en Álvaro, en la tele, en el libro que me estoy leyendo, en el día siguiente, en otros atascos y otras colas de mercado o de cine, de concierto o de autobús. Y todo me sonaba a circo viejo, a cara de payaso entristecido.
Con la misma intensidad creciente y obsesiva, absolutamente absurda, con que el insomne siente que tal vez es posible que nunca vuelva a dormir, yo he tenido miedo, miedo del de verdad, a no volver a sentir un poco de magia en mi vida cotidiana, a que el juguete se me haya roto, a no ser más una mujer joven, a tener que comprarme la ilusión en el teatro y la ficción de otros, a sólo recrearla, olerla desde lejos y hasta olvidarla.
Un empleado del súper nos ha pedido paso con su carro lleno de restos de la verdulería. Ya estaban a punto de cerrar y quedábamos muy pocos, todos ajenos, adultos y cansados. Al pasar por nuestro lado ha golpeado el carro de Eva y ella se ha vuelto hacia mí con cierto despiste.
—Qué bien huele la fruta.
Fruta madura, hoy demasiado dulce, muy olorosa, mañana invendible.
Le he sonreído porque su inconsciencia tenía una parte de razón físicamente innegable. Qué bien olía.
Olga Bernad
Al salir de la oficina me he ido corriendo a la librería Central y me he comprado un libro sobre cómo superar el estrés y la ansiedad. Un fiasco. Todo ridiculeces. Yo no sé si es que no lo entiendo, o es que no estoy preparada para la vida moderna y su fe en los diálogos, los organigramas y las memeces o, simplemente, es que no me salen bien las respiraciones que aconseja (por fumar tanto, seguro). O tal vez sea que la angustia no se cura respirando sino viviendo de otra manera, de una que no sé, que hoy no me sale.
Mientras esperaba a Eva me he puesto a hacer una lista de temores, como aconseja el libro, con sinceridad no exenta de vergüenza porque sé que mis miedos son pequeños, repetidos y vulgares. Concretando, tengo miedo:
- Al trabajo
- Al paro
- Al amor
- Al desamor
- A conducir
- A la soledad
- A la miseria (no a la pobreza, me pilla acostumbrada)
- Al cáncer de pulmón
- Al dolor de cabeza
- A ponerme gorda como una pelota
- A la vejez
- A perder el tiempo
Eva ha llegado agotada y ausente a nuestra cita repetida del final del día, esa parada en el bar de la esquina antes de volver a casa. Ella llegaba con los labios sin pintar y yo he comenzado a hablarle de mi tristeza con una urgencia muy torpe.
—Todos los días con rollos, no estoy para hostias, Olga, ¿hasta cuándo esa actitud de adolescente?, ¿hasta que seamos viejas?
—Voltaire decía: “Me repetiré hasta que me entiendan”
—No jodas, ¿y tú también dices eso?
No nos hemos reído. Hemos ido al súper porque teníamos que hacer la compra y allí la realidad ha vuelto a entretenerme, como en el atasco, como en la oficina, otra parte de este día ocupada en asuntos concretos y mecánicos: cajas de carnes y pescados, cereales y compresas, latas de sardinas. Las buscas, las coges y esperas en la cola para pagar. La luz blanca y cruel, tan ficticia y tan reveladora de arrugas, me mostraba a mi amiga más vieja que ayer, más aburrida y apática, mucho más indiferente y resignada. El espejo terrible de los que están al lado desde siempre. Sentía en aquel momento una enorme ternura hacia ella, de una forma un poco teatral pensaba que le decía —que me decía a mí misma— alguna palabra de raro consuelo capaz de llenar de otra luz el supermercado y el trozo de tarde que ya se me estaba escapando, otro pedazo de pastel devorado por un ogro. Pero la sensatez se impone tantas veces, la pereza era tan atroz y el ingenio, el buen humor, se agotan hasta tal punto… Entonces he pensado en la vuelta a casa, en la cena, en Álvaro, en la tele, en el libro que me estoy leyendo, en el día siguiente, en otros atascos y otras colas de mercado o de cine, de concierto o de autobús. Y todo me sonaba a circo viejo, a cara de payaso entristecido.
Con la misma intensidad creciente y obsesiva, absolutamente absurda, con que el insomne siente que tal vez es posible que nunca vuelva a dormir, yo he tenido miedo, miedo del de verdad, a no volver a sentir un poco de magia en mi vida cotidiana, a que el juguete se me haya roto, a no ser más una mujer joven, a tener que comprarme la ilusión en el teatro y la ficción de otros, a sólo recrearla, olerla desde lejos y hasta olvidarla.
Un empleado del súper nos ha pedido paso con su carro lleno de restos de la verdulería. Ya estaban a punto de cerrar y quedábamos muy pocos, todos ajenos, adultos y cansados. Al pasar por nuestro lado ha golpeado el carro de Eva y ella se ha vuelto hacia mí con cierto despiste.
—Qué bien huele la fruta.
Fruta madura, hoy demasiado dulce, muy olorosa, mañana invendible.
Le he sonreído porque su inconsciencia tenía una parte de razón físicamente innegable. Qué bien olía.
Olga Bernad
61 comentarios:
No sé si te entiendo Olga pero comparto. Estamos condenados a repetir las frases de consuelo que hemos oído en boca de otros, para otros males y en situaciones distintas, pero el sabor de la lágrima es el mismo en todos los labios. De jóvenes nos impulsan los héroes y las princesas, y es no sé si triste pero sé que muy verdadero que cuando crecemos nuestro respeto se vuelve a aquellos con las mismas heridas, con las arrugas del sol, con miedo.
A los que fueron desengañados por los mismos héroes y princesas de cartón.
No creo que tengas que comprar tu alegría en las sonrisas de los demás. Más bien, cuando rías tú de nuestros miedos es cuando empezaremos a vencerlos.
Pocos son los temas literarios posibles, yo diría que casi todo se reduce al tiempo y la fuga, y todo es reescribir incesantemente, al margen de las modas. Qué bien, Olga. Un texto de lujo, con su punto de melancolía y de sal, su prosa segura y ágil y precisa y el guiño final al latino collige, virgo, rosas, pero en frutas. Y qué bueno el símbolo del supermercado-purgatorio con su luz (in)moral. Magnífico inicio de año. Enhorabuena. Besos.
Bueno, ese no acabar de entender pero compartir, reconocer una especie de punta de iceberg en lo que leemos e imaginar que en su fondo hay un sabor a lágrima parecida a la nuestra, un desengaño no por razonable menos gris, me parece suficiente premio para un texto. Lo escribí hace un tiempo, en un intento por limpiarme el pensamiento y pasar página (forma parte de un relato más largo que se titula “Andábata” del que ya colgué medio capítulo aquí) y lo estoy “revisitando” y rehaciendo.
No sé si acabaré comprando la alegría en las sonrisas de los demás o riéndome tranquilamente de unos cuantos miedos, lo que sé es que tu comentario me hace sentir bien, me hace sonreír y sentirme cerca de alguien a quien no conozco.
Gracias.
Desde luego, los temas no son tantos, al final cada persona es la anécdota sobre la que pasa el tiempo, cruel en su indiferencia, como el empleado del supermercado que retira la fruta madura que mañana ya no resultará “vendible”. Pero en el camino todavía deja un olor, un aura de madurez desperdiciada y despreciada, un rastro melancólico. Tal vez el texto es una excusa para ese momento, para el reconocimiento de la rosa o la fruta en el último momento de su sensualidad y su dulzura, y para la tristeza de que ese momento tenga como escenario el purgatorio mal iluminado del supermercado al final del día, cuando todos están demasiado cansados y pendientes de otras cosas como para oler el último regalo de esa fruta.
Gracias, Juan Manuel. Besos.
Bueno, el "aquí" de la contestación a Loky es aquí.
Vaya, el año parece haberte nacido envejecido. Como no ha mucho pasé por una angustia semejante a la tuya (que algo colea todavía), entiendo tus temores, y hasta comparto algunos. Es el tiempo, Olga, que rebana los pocos relieves que van dejando las ilusiones de antaño. Yo me digo a menudo que sobrevivir consiste precisamente en ser capaz de generar nuevas ilusiones. Por otra parte, me gusta esa simbología del supermercado-purgatorio que dice J. Manuel. Pocas cosas más deprimentes (¡y cinematográficas!) que un supermercado vacío al final del día. A veces creo que a muchos mortales nos falta un punto de locura, de desvarío, para mandar algunas cosas al cuerno y empezar de nuevo.
Un beso
(Y aunque escribas sobre ese lado gris de la vida, sigues haciéndolo tan bien, que da gusto leerte).
Quizá porque cuando te leo es como mirarme en un espejo, me cuesta comentar lo que escribes y describes tan bien. Uno puede describir el super, el olor a fruta, recrear un diálogo, hablar de la rutina de las nueve horas en la oficina o de las que después le siguen, de la amiga, de la magia, del dolor, del miedo, de una lista interminable de angustias, pero si todo ello se mezcla en tu mano, el resultado es un enorme espejo en el que me he visto hoy. En el que tengo miedo a verme mañana.
Chapó Olga. Chapó a tu expresividad tan genuina y tan sincera.
Así mismito he empezado el año. Lo bueno es que queda mucho todavía. Hay que ser optimista dicen los manuales. Ésos que ya están resecos en la estantería.
Querida Olga,
es un placer leerte y habernos reencontrado en Zaragoza. Enhorabuen. Seré un reincidente merodeador de tu blog.
Besos,
Juan Casamayor
Editorial Páginas de Espuma
Ay, Antonio, el día 2 tuve que trabajar y no escribí este texto pero podía haberlo escrito perfectamente. Todavía arrastrando la Nochevieja, la rutina golpea como ella sabe, con ese puño de atascos, horarios, rutinas, luz artificial y horas de trabajo… y el tiempo que se escapa sin importarle nada. El supermercado como purgatorio me parece una idea genial (¡qué suerte contar con vosotros!:-) Qué difícil mandar algunas cosas al cuerno. ¿Qué mandamos? El trabajo, nuestros pocos amigos, nuestro jefe, el chico del súper… Cómo mandar al cuerno lo poco que tenemos; en el fondo, lo que nos sostiene o lo que no es exactamente culpable.
Yo me voy a mandar al cuerno a mí misma y mi tristeza, que será lo más justo:-)
Muchas gracias por tu lectura y tu comentario. Sacarle brillo al lado gris de la vida es también una ilusión, una que hay que aprender.
Un beso.
Carmen, tu comentario me llega especialmente. Sé que te has metido en el texto de cabeza y, al contestarme, me haces sentir que comparto algo, no sé exactamente qué porque todos seguimos igual de solos o acompañados después de leer algo con lo que nos sentimos identificados, pero es como intentar llevarte de la mano a ese súper y sentir que lo he conseguido y que has estado allí. A todos nos pasan cosas tan parecidas y tan distintas que ponerse a hablar o a escribir es un riesgo demasiadas veces inútil. Un desnudarse para nadie. Tal vez por eso te cuesta comentar. A mí me cuesta comentar textos que me gustan, no sé qué decir o nada me parece suficiente. Pero yo te lo agradezco mucho, de verdad. Dices cosas muy bonitas.
¡Juan! Qué alegría. Desde luego, hay casualidades impagables. El placer es mío por tenerte como lector y por ese reencuentro. Enhorabuena a Encarna y a ti por el trabajo inmenso que estáis haciendo desde la editorial Páginas de Espuma, ya indispensable para cualquier amante de los relatos.
Un beso.
P.S. Y, por supuesto, nos vemos el día 12 en la librería Cálamo. No me pierdo la presentación del libro de Espido Freire “El trabajo os hará libres”, acompañada por ti y por Patricia Esteban Erlés. Gracias por vuestra invitación.
¡¡¡Pero chicaaaa!!! ¿tan mala vida llevas? Tú, que has cumplido ya (al menos un poco) una de tus mayores ilusiones. Tú, que eras tan de minorías, que sólo le leías textos a tu familia; y ahora te mueves por el mundo virtual charlando con poetas, filólogos, fotógrafos, vitalistas varios...
¿O quieres volver a la margarita que deshojaste? No elegiste el camino de Mauricio. Ya sé que hay días en que mandarías todo a paseo (como todos). Pero, sinceramente, creo que ahora mismo eres tú quién está dando fruto.
Feliz año Betty, no se te puede dejar sola.
Jeje, llevo una vida complicada en su simplicidad, como siempre-) Y sigo siendo de minorías, me temo, aunque todos los comentaristas son casi tan ilustres como tú. De filólogos acabé un poco harta, qué quieres que te diga, pero hay que reconocer que a algunos nada les acaba de estropear el talento:-)
No quiero volver a margaritas ya deshojadas, aunque dudaré siempre de mis frutos. De lo que no dudo es de la alegría de volver a tenerte por aquí, en eso tienes razón: no se me puede dejar sola.
Un besazo, Blackbird. Muy feliz año.
La leche cuantas cosas te planteas al ir al trabajo....yo solo voy de una mala leche que no me aguanto ni yo....vivimos rodeados de tontos y aun sigue pariendo la madre como dice Victor y como digo yo porque alguien no le pone un par y mata a esa madre coneja.
Genial como siempre Olga,tambien yo voy a disipar mi mala leche y voy a pensar en esas cosas mañana.
Un abrazo.
Me acabo de levantar y ya me haces reír, Tere, tienes mucho mérito. Venga, mujer, sí, disipa tu mala leche que todavía es domingo. Put the blame on Mame, como decía Margarita Cansino en la anterior entrada. La solución es mirar hacia todos los que merecen la pena, que son muchos… claro que, a veces, no te pillan cerca. Yo tuve un jefe (no el de ahora, por Dios.-) que ponía aval con “h”, era incapaz de dictarme su correo porque no podía hilar dos ideas con coherencia y, sin embargo, después de interpretar sus confusas ideas y redactarlas con una cierta dignidad y siguiendo las normas estrictas de la correspondencia mercantil, les sacaba “peros” a mis cartas: “tssss, no sé, no me acaba de gustar, repítela”. Pa matarlo y decir que se ha muerto él solo. Cómo no va a pensar una en cosas raras mientras se dirige al trabajo…y te aseguro que no escribo todas las que pienso. En fin.
Un abrazo, compa.
El genio rebelde que era Lennon ya lo decía en "Working Class Hero": "Desde que naces te hacen sentir pequeño/ No dándote tiempo, en lugar de dártelo todo/ Hasta que el dolor es tan grande que no sientes nada (...) Cuando puedes pensar de verdad, estás tan lleno de MIEDO"
En cierto modo, tu texto es una anomalía en estos días como lo era Lennon en los suyos. Es un canto de libertad (o mejor, de deseo de libertad). Pero si con algún personaje me identifico más es contigo, que eres capaz de ver más allá de ese atasco, de esas 4 paredes de tu oficina, de la cola en el supermercado.
A veces no veo nada más allá del atasco y el problema es que probablemente no hay nada. Más allá de nuestro súper está el telediario, que es directamente el horror de Gaza y niños como los nuestros completamente destrozados. No me atrevo a quejarme en serio, el sentimiento de vergüenza es mayor que el de impotencia.
Hay algunas palabras que no están de moda, Spender: “Working class” todos sabemos que no debe decirse; Dios, mejor evitarlo; España, cuidado. Entre la realidad que es dura como un roca y la pijotería ( y el buenismo o el salvajismo) de izquierdas y derechas, no acabo de encontrar mi sitio salvo delante de un papel. Iré escribiendo lo que me parezca, y usted que lo lea:-)
Sin duda, la incosciencia espanta los miedos. Alguien me dijo el otro día que, desde que no es capaza de poner la mente en blanco, no consigue sentirse en paz.
Y en lo que se refiere a los libros contra la ansiedad y similares, yo siempre he tenido la siguiente teoría (en forma de boutade, si me permites): los libros de autoayuda son tales porque, para empezar, ayudan mucho a sus autores y editores. ¡Y cuándo se ha visto que ningún libro cure, si siempre han hecho lo contrario, desde la ficción sentimental hasta M. Bovary, pasando por Sancho Panza!
Un fuerte abrazo,
Francisco
La inconsciencia nos evita el esfuerzo de olvidar. Pasa cuando la lucidez se desmaya. No soy muy partidaria de firmar ese tipo de paces, pero también es verdad que no se puede estar todo el santo rato guerreando en tu cabeza para nada (“los enemigos que inventé murieron/ y si hay otros no quiero imaginarlos”, fíjate qué versos vienen ahora a incordiar:-)
Los libros de autoayuda son un sandez como otra cualquiera. Apropiados para un regalo al jefe y nada más. Pero hablando de libros, estoy muy enfadada. Sabía por tu blog de tu “Curso de Iniciación a la escritura poética” del Servicio de Publicaciones de la UAH, pero no sabía que “Variadas posiciones del amante” era también el título de un poemario. A ver si me cuentas cómo lo puedo conseguir, no sé ni editorial ni nada... Lo llevas tan en secreto como Juan Manuel su “Azul de enero”, que a mí me encanta y él sólo nos habla de su “Safo”. Muy injusto.
Un abrazo, Francisco.
jajjaja ¡No era mi intención!
Pues sí estamos de acuerdo en el "Azul de enero" de Juan Manuel y en su calidad, es un libro fantástico. Aquí tienes el registro del "Variadas...", sacado directamente del ISBN. Ya te digo de antemano que gracias por el interés, pero también que no esperes gran cosa...
ISBN 13: 978-84-95710-35-2 ISBN 10: 84-95710-35-8
Título: Variadas posiciones del amante [Monografía] (2006)
Autor/es: Martínez Morán, Francisco José (1981- )
Editorial/es: Universidad Popular José Hierro
Un beso y gracias de nuevo,
Francisco
bonito espacio..
feliz 2 mil 9..
mucha tinta.. y Paz-ciencia..
Thank you, Francisco:-)
Gracias, Allek. No conocía tu blog, siempre me alegran las visitas nuevas. Bienvenido.
Vamos a ver, vamos a ver… Prescindo de tu prosa y de su gancho porque ya sabes cómo aplaudo al respecto. Me centraré en algunos de los temores que desgranas sin respetar el orden en que lo haces. Soy psicólogo, que es una más de mis muchas imperfecciones, lo que desde luego no impide que también esté de acuerdo contigo sobre la idiotez salvífica de todos esos libros que aseguran que nos pueden liberar de nuestros miedos y ansiedades. Lo mío es heterodoxia pura. Vamos con los que me parecen vertebralmente vitales:
1. ¿Temor a la soledad? No. Nunca. La soledad es nuestro tiempo habitual. Si cuentas las horas del día que hablas contigo y las que hablas con los demás, verás que las primeras ganan por goleada. Sin ella no seríamos quienes somos. Temerla es temernos a nosotros mismos. Y sabemos demasiado de nosotros como para tenernos miedo. Pero es que, además de nuestro tiempo, es nuestro patrimonio: en ella está todo lo que amamos y nos hace amar, el capital de nuestra vida y la rentabilidad de su memoria.
2. ¿Temor a la vejez? Excesivo en tu caso: no se teme al atardecer desde el mediodía. Además, la vejez no nos hace, somos nosotros quienes la hacemos. Como casi todo. Hacerse viejo es dejar que los años pasen sobre nosotros; hacer nuestra vejez es no dar tregua a los años mientras van pasando. Uno admira la dignidad formal de la belleza y de la inteligencia cuando saben envejecer. Todos podemos citar ejemplos de ambos casos, a mí me acaba de venir a la cabeza uno hiperbólico del segundo: Francisco Ayala.
3. ¿Temor a perder el tiempo? Bueno aquí sí que hay que andarse con ojo porque está estrechamente relacionado con lo anterior. Pero que lo perdamos o no, está en nuestra mano, en dejarse llevar, en claudicar. Así que lo que hay que hacer es mirarse al espejo, solos, y decir: “no, se acabó; yo soy el administrador de mi tiempo, si veo que empiezo a despilfarrarlo me castigo sin comer una semana”. Como ves, esto hasta tendría efectos positivos sobre ese temor de “la pelota”, que me ha hecho tanta gracia, sobre todo porque me he acordado de que la esfera ha sido considerada desde siempre por la filosofía como el cuerpo perfecto. Es broma. En cualquier caso, el temor a engordar, reconoce conmigo, es un temor menor y fácilmente controlable.
4. ¿Temor al amor y al desamor? Tendría que saber si uno y otro se plantean desde el sujeto o desde el objeto. Si desde el sujeto, no podemos temer amar, aunque podemos lamentar que el objeto no lo merezca. Pero esto es problema del objeto que no está a la altura. Y eso puede dar rabia, pero no miedo. Si es desde el objeto, menos aún porque ¿quién es capaz de temer que lo amen? En cuanto al desamor, ocurre algo parecido; aunque aquí si uno es el sujeto, probablemente es que el objeto no da la talla de amor debida, así que, que lo zurzan; y si la da, entonces nos castigamos otra semana sin comer.
En fin, Olga, lo dejo ya porque hoy sí que he abusado. Sólo un consejo más: no leas blogs oscuros o nocherniegos: a veces, provocan pesadillas y no merece la pena.
Un beso.
Ay, Antonio, divido la contestación porque no puedo publicar respuestas largas, la parte técnica me sigue funcionando fatal, pero no me desanimo porque están estos comentarios, que no son abuso sino auténtica “preocupación” (no me extraña, la verdad.-). Esto del blog es la única circunstancia de mi vida en la que tengo gratis la opinión de un helenista, un latinista, un editor y un psicólogo, amén de algunos amigos. Me falta un sacerdote (y, por supuesto, también amigo) que entró una vez y ya no ha vuelto, pero que seguramente volverá, el pobre.-)
Tú, como psicólogo, te tienes que divertir con mis entradas una barbaridad, reconócelo, sólo me salva la buena opinión que tu generosidad hace que tengas de mi prosa. Sabes que para mí esa opinión es muy importante.
La entrada es una recreación literaria de una realidad como una casa, y esa lista de la compra de los horrores mezcla intencionadamente cuestiones importantes con otras secundarias porque la vida nos la envenenan por igual los miedos tontos que los “listos”. Supongo que al final todos son “tontos”: si son reales e insuperables, queda la aceptación; si son superables, queda superarlos; si son irreales, queda olvidarlos.
Eres un hombre bueno y sensato, eso es lo que pienso después de leer tu comentario y tantas otras cosas que he leído en tu blog “nocherniego”, sin el cual nunca hubiera abierto el mío. Pero la sensatez no da resultado siempre cuando el atasco te recibe de madrugada, el supermercado te espera al final del día y ya estás agotada de sentido común y deberes cumplidos y lo que quieres es magia, algo que ya no tienes la capacidad de generar.
Siempre me acabo “levantando”, pero reconozco que a veces es difícil, cada vez más difícil, y este texto señalaba ese punto más gris que negro, como otros han señalado la felicidad u otros el dolor ante una tragedia. Hay un tiempo para todo, como dice ¿el Eclesiastés?
Mil, mil gracias por tu atención y tu comentario, que vuelve sensata esta insensatez de escribir para no sabemos qué ni quién. Si estás ahí, sé bien para quién.
Un beso.
Otra cosa más, querida Olga, bórrame ese estigma (con todos mis respetos para quienes así no lo consideren) de “psicólogo”: conseguí hacerme catedrático de filosofía para olvidarme de ello y hoy he cometido la torpeza de recordarlo. Y, por supuesto, no me "divierto" con tus entradas porque, en general, a mí la "diversión" me aburre. Y tú no me aburres nunca.
Un beso.
Gracias por tu paseo, lástima que el año comience con angustia, rutina, libro de autoayuda que no ayuda, ganas de despedirse del trabajo sin que lleguemos a consumar nuestra entrada a la felicidad, fruta madura que huele bien en virtud de su inminente putrefacción... Comienzo de año, vaya ;-)
Jeje, ya sé que casi nunca haces referencia al tema de tu "Psicología", creo que te pasa como a mí con mi "Filología". No será un estigma, no se me preocupe. Y "divertir" era una provocación, dada la manía que le tiene usted incluso a la palabra:-)
Yo tampoco me divierto nada con usted, pero no paro de sonreír últimamente.
Un besazo (si me permite).
Arsenio, casi tengo hasta mala conciencia por este paseo tan gris, sobre todo cuando acabé el año, como bien sabes, con un decidido "Smile & hope", pero soy débil, débil, débil... y la vida es dura.
La verdad es que en la próxima entrada prometo intentar compartir algún brillo y ninguna miseria, que de esas seguro que tenemos todos y es un poco absurdo darles más protagonismo del imprescindible.
Gracias por estar también en el lado oscuro de estas Caricias, que aparece de vez en cuando.
Cosas:
Vuelve a ocurrir que te dejo un comentario y no aparece. Fue en el 2008 por lo que tengo un motivo más para alegrarme de su marcha.
Primero destacar lo rematadamente bien que fluye tu narración, aunque el asunto sea denso. Eres una contadora magnífica.
Todo el dibujo es, sencillamente redondo, salvo el relleno del saco en el qué difiero. No son patatas no, es talento, en bolos redondeados si quieres, pero talento insomne y comunicador.
El desenlace oliendo a fruta madura me fascina y es una enseñanza en positivo conmovedora.
Hoy dulce y olorosa, mañana; bien pilonga, o pasa, o fermentada en sidra o vino, desde un joven, curiosa coincidencia, a un crianza, reserva o gran reserva. Y no hablemos de los métodos de consevación como el escarchado, caramelicazo, envasado al vacío y congelación, (estos me dan algo de miedo).
Besos mil y esa felicidad merecida para el presente.
Al trabajo/ al paro
Al amor/ al desamor
A la vida/ a la muerte.
Confío más en personas con miedos como los tuyos que no en aquellas que aparentan estar a gusto, felices, sonrientes, descansadas, dispuestas y predispuestas, infatigables, mentirosas en suma.
Un beso y feliz año 2009
Estimada Olga en esta víspera de la noche mágica debes renovar tu confianza en tí misma en lo que haces en lo que escribes en tu función en el trabajo aunque resulte pesado que mucha gente hoy querría tener.
ANIMO.-
Lo que te pasa a tí tiene una explicación.
ERES HUMANA
Cuídate.
Víctor, si no aparece un comentario tuyo, ten por seguro que no lo he recibido. Poco tiempo después de que te pasase a ti, recibí un correo de Blackbird diciéndome lo mismo. Para mí los comentarios son importantes y sentiría mucho que alguien se quedase con la impresión de que no quiero publicárselo. Y mucho menos tú, querido Víctor, uno de los primeros acompañantes de estas Caricias.
Te agradezco enormemente lo que dices de la narración. Llevo escribiendo cuentos desde los ocho años y, aunque en el fondo siempre he buscado la poesía, la prosa te permite “contar”, tejer con otro hilo que también me gusta usar. Y sí, la fruta madura, como la rosa abierta, tiene un último momento dulce y oloroso, el más fugaz de todos, como la botella recién descorchada que derrocha su aroma en el mismo momento en que comienza a perderlo. Es triste y delicioso, sí.
Que el 2009 te traiga lo mejor y los Reyes muchísimos regalos, Víctor. ¿Has sido bueno? Yo te mando un beso:-)
Procuro no negar los miedos ni las tristezas, Gema, es una sandez como los libros de autoayuda y, como dices, una mentira absurda. Hemos empezado el año bastante serias, la verdad:-) Pero el año traerá también momentos buenos, ya verás, yo no pienso negar la alegría cuando la sienta. A pesar de todas las cosas que nos rodean, la vida es amable en el sentido etimológico de la palabra.
Que este 2009 sea muy amable para ti, Gema. Mil gracias por tu visita.
Ignacio, procuraré renovar la confianza, es verdad, en todo. Valoro las cosas que tengo, ya lo creo, pero a veces todo se hace tan cuesta arriba… Voy a pedirles confianza a los Reyes, y que siga habiendo gente como tú cerca.
Por cierto, el que va a tener unos Reyes estupendos es Víctor, ya tengo empaquetado el Pajarito Sabio de Adriano del Valle con la dedicatoria de su ilustre nieto. Le encantará y se sentirá “superimportante”.
Un beso, Ignacio, y que pases un feliz día de Reyes con tu familia.
Todos pasamos por rachas malas. Y, si no queremos, no salimos de ellas. HAce poco publiqué unas palabras de Eloy Sánchez Rosillo acerca de la felicidad, lograda a base de rebajar las expectativas. Tal vez esa sea la clave. Quizás hemos sobrevalorado la vida y le pedimos que sea más de lo que es. También es verdad que el tiempo a veces tiene su lado bueno: amanecen nuevos días y nos burlamos de nuestros temores de ayer.
Paciencia, ánimo y un abrazo.
Como le digo a Gema, no niego la alegría cuando la siento. Hay que sentirlo todo, supongo. Ni negarlo ni dejarnos envolver más de la cuenta y, sí, en muchos casos ajustar las expectativas y las ilusiones es un ejercicio de sensatez. Pero la rutina es un ratón incansable que a veces roe hasta llegar al hueso. Y duele. Hoy, la cara de ilusión de Adrián en la víspera de Reyes, limpia todo y lo hace parecer nuevo.
Un abrazo, Juan Antonio. Muchas gracias por tu visita...¡y que los Reyes sean generosos contigo!
A veces esos miedos parecen a punto de vencernos. Pero ¿quién no los tiene? ¿Y cuánta gente consigue sobrevivir con ellos? Me ha impresionado especialmente el lugar donde dices -dice el texto- que la protagonista tiene miedo de no volver a recuperarse. Y es porque yo he vivido esa experiencia, tras la muerte de mi padre creí que nunca más volvería a recuperar mi alegría. El tiempo, ese tiempo tan traidor, que lo mismo da que quita, me demostró que sí, que pese a todo, la vida sigue y es capaz de ilusionarnos de nuevo. Como siempre, querida amiga, un texto cuidadísimo, hermmoso y muy pegado a la realidad. Un abrazo muy fuerte y que este nuevo año te conserve la inspiración y te regale muchas cosas buenas.
La experiencia volcada en el texto tiene un punto que para mí también fue el fundamental, cuando la protagonista tiene la clara sensación de haber perdido algo que tal vez sea irrecuperable e insustituible como una persona querida. ¿Ilusión, alegría…? O pureza. Sin eso, no hay magia. Hay trucos.
Una manera de mirar que es muy, muy difícil de mantener. Cada vez más.
Muchas gracias, Isabel, tu comentario sí es hermoso, cuidado y atento a la realidad y al texto.
Un fuerte abrazo.
Magnífico relato. Se deja leer sin tropiezos: te agarra desde la primera frase y te conduce con mano segura y ritmo pausado hasta la última línea. Del saco de patatas al carrito de verduras, como si fuera una sola frase sabiamente cincelada. Creo que me voy a quedar cerca de tu blog en el futuro...
Los comentarios me han dejado un poco sorprendido: ¿el relato tiene algo que ver contigo personalmente? Me ha recordado un comentario de Amos Oz en "Una historia de amor y oscuridad": todo autor, dice, crea un lugar que es encuentro entre el texto y su lector, pero es vano intentar encontrar al autor mismo en él. Somos nosotros los que estamos atascados camino del trabajo, nosotros los agarrotados de pronto por un pánico helado, nosotros los que nos vemos bajo esa luz crepuscular de un triste supermercado a la hora del cierre. Por un momento he creído atrapar mi mirada desconcertada en el reflejo del mostrador de la charcutería y me he reconocido en el olor de un carrito que pasa. Gracias por la luz.
Amiga Olga, bien expresado, la trampa, a veces, puede ser muy grosera. Recuerda a Ulises y su Itaca, a veces somos extraños también en el paraíso. Espero que la jornada haya sido muy generosa contigo.
Un abrazo.
Pedro, muchas gracias por lo que dices del relato. Y encantada de que te quedes cerca de este blog en el futuro. No me extraña que te sorprendan los comentarios, a mí también: su cantidad, su calidad y la atención que prestan a cada texto me parece algo impagable. El relato es, como he dicho más arriba, una pequeña parte de un cuento. Este capítulo en concreto se basa en una experiencia real, pero siempre es una recreación literaria. En este caso, he procurado ser fiel a una sensación y expresarla con sinceridad y con eficacia. Más que a mí misma, me gusta que cada cual se vea a sí mismo en ese supermercado, tal vez coincidiendo conmigo y sin reconocernos en una tarde gris de principios de invierno.
Tu visita es otra sorpresa, pues tampoco sabía de tu blog. Así han ido apareciendo la mayoría de los comentaristas, y así se va creando este “vecindario” de voces distintas. Bienvenido.
Gracias, Luis, siempre sugerente. Trampas groseras. Ulises y su Itaca. Extraños en el paraíso. Hoy la jornada ha sido generosa (¡me he cansado de hacer regalos y he recibido un montón de sonrisas infantiles!). Pero mañana parto de nuevo en mi humilde viaje hacia la jornada laboral, agg. Mañana en el atasco pensaré en vosotros, no lo podré evitar:-)
Es una cosa curiosa, esto del blog.
Un abrazo.
Compartimos varios temores...
Estos paréntesis que hago en el trabajo de vez en cuando (últimamente cada vez menos) para conectarme con tus caricias perplejas y encontrarme con esta prosa maravillosa... me alegra el día. Y me han entrado unas ganas locas de tomarme un café contigo hoy por la mañana para hablar de nuestras cosas, de ese "miedo a no volver a sentir un poco de magia en mi vida cotidiana,... a no ser más una mujer jóven..." Echo de menos nuestras conversaciones del recreo. Hoy necesito una. ¿Cómo te va un café a las 10:30-11:00? Dí que sí. Muchos besos.
No me extraña nada, Enrique, me he cogido unos cuantos "genéricos":-)
Acabo de llegar al trabajo. No te digo más:-)
¡Sí, sí, sí! Te juro que estaba pensando en llamarte ahora mismo, para quedar en algún sitio intermedio. Yo también echo mucho de menos nuestras conversaciones en el "recreo", echo de menos la Uni, la verdad. La rutina más cuadriculada suaviza las aristas con un amigo cerca. Sobre todo contigo... estoy pensando en hacer una serie de entradas sobre conversaciones en el café, para continuar aquellos "amores platónicos"...
hago mios tus miedos... algo similar me suele ocurrir cada principio de año... pero sobrevivo al final, y en especial al llegar a la zona valle del año.
Feliz año (por decir algo) desde málaga.
Feliz año, Paco, claro que hay que decirlo. Coge fuerza para subir esta cuesta (vamos a tener que subirla de todas maneras:-)
Ay, Málaga, mi último recuerdo del mar, de este verano... me encanta ver sus playas en tus fotos.
Creo que es justo lo que no necesitaba leer ahora. O todo lo contrario. Estoy tan empapado de melancolía... Hasta ahora me he contentado con el puntual olor, aquí y allá, de frutas de todas clases, pero me da la impresión de que se me agota esa cuerda. Lo que escribo -lo que siento y pienso- se me pudre en los cuadernos porque también me desconsuela airear tanta enfermedad, tan contagiosa... En fin, Olga, gracias. Trataré de no perder olfato mientras me preparo en el abismo. No tardaré mucho en saltar.
No me asustes, Julio, por Dios:-)
Es serio, comparto el desconsuelo de airear enfermedades contagiosas (por comunes, aunque sean especiales en cada uno) y comparto también unos cuantos cuadernos podridos en el cajón ¿como penitencia?, pero busco el equilibrio entre la sinceridad, una cierta mesura y una deseada eficacia. No renuncio a escribir alguna vez sobre la angustia porque sería tan absurdo como hacerlo a todas horas. Está ahí, viene conmigo. Como viene el olfato para oler aún, entre los restos, la pulpa madura de alguna fruta.
No pierdas nada.
Y gracias siempre por venir.
Tener miedos es normal, la inseguridad los trae, pero pese a esos miedos que tienes, que tenemos, apechugamos con ellos y vamos al trabajo, tambien al paro, amamos pese al terror del fracaso, conducimos...tiramos adelante pese a todo, porque no nos queda otra, el reto siempre es plantar cara a esos miedos, yo comparto todos los tuyos menos el del cancer de pulmon, pero claro es que no fumo...
Eres terriblemente descriptiva, hasta aqui me llego el olor a fruta y todo lo demas.
Un abrazo Olga
Sí, supongo que buscamos un territorio transitable: ni tan poco conscientes como para no tener miedo, ni tanto que nos quedemos paralizados. Tiramos adelante, más o menos. Entre la valentía, la obligación y la inercia. El resto es para héroes y santos, como decía un amigo en otra entrada. Y quién sabe si en 2009 todavía quedan de esos.
Merci por sus palabras, señorita:-)
Un abrazo.
Olga: es la primera vez que paso por tu blog, y ya lo marco en favoritos. Me gustó mucho tu relato del baloncesto y el despertar del deseo. Y éste de los miedos me ha dejado sin aliento. Mete miedo. De lo bien que escribes, mujer. De lo sincero que se siente. Se percibe tu aliento, tu perfume... y tu miedo. El miedo-miedo, el real, no el literario, edulcorado y empaquetado para premio de concurso al mejor cuento de la escuela. Pero qué bien lo transmites!!
Alguien que sabe expresarlo sin hacer una negación de ello, sin correr a refugiarse bajo los viejos tejados que gotean, ya es algo. Y puede que ese algo no sea poco. Es una adquisición de la vida –de los que pasaron por ella y de algo les sirvió-, un plus que pocos tienen, un vivir con los ojos abiertos.
Dicen que a los que tienen las pupilas más dilatadas el sol los daña más. No creo en esa teoría. Creo que tienes una sensibilidad mayor, y también el don de poder sacarla fuera en forma tan clara, tan “compartible”. Y eso te sale bien porque te hace bien, entre otras cosas.
Rara cosa ésta de los blogs. Yo recién estoy entrando al mundillo. Tengo tus miedos, o parecidos. Y esa sensación extraña de estar tomando café con encapuchados. PERO créeme que relatos como el tuyo hacen bien. Este mundo se ha vuelto pequeño, y repito, tu prosa tiene la calidez de lo auténtico. Saludos.
Vaya, Martín, qué comentario. Lo leí anoche y no sabía muy bien qué contestar. Te agradezco mucho todo lo que dices.
No sé si tengo una sensibilidad mayor, pero hay cosas que me duelen sin metáforas, una cosa normal y cotidiana puede volverse una garra que te tritura el pecho si la miras a la luz (in)adecuada. ¿Lucidez o incoherencia? Los empachos de lucidez no conducen a nada si nada está en tu mano, o si tu posibilidad de cambiar es tan limitada que parece despreciable. Dejarse devorar por su mordisco o seguir tomando el café con los encapuchados y morirse de pena por dentro cada día es una cruel condena para la que hay que prepararse. Y, de vez en cuando, cerrar los ojos. Y, de vez en cuando, contar.
Bienvenido.
Estimada Olga: a medida que escribo esto me doy cuenta que puede que no sea apropiado para un post, y sí solamente como un contacto personal. Haz lo que quieras con él.
“Los empachos de lucidez no conducen a nada si nada está en tu mano, o si tu posibilidad de cambiar es tan limitada que parece despreciable. Dejarse devorar por su mordisco o seguir tomando el café con los encapuchados y morirse de pena por dentro cada día es una cruel condena para la que hay que prepararse. Y, de vez en cuando, cerrar los ojos. Y, de vez en cuando, contar.”
Ya vi en los comentarios anteriores que pasó el psicólogo y despachó su carga de consejos enlatados. Pero es tu amigo y se entiende que así fuera. Yo no te voy a dar por allí, mucho menos moralinas voluntaristas.
Yo hice terapia un tiempo y me hizo bien. Luego llegas a ese punto donde sientes que pedirle más a la vida puede ser una pretensión infantil, y que el terapeuta ya cobra demasiado caro. De vuelta a la calle y la lluvia en la cara.
¿Qué tenemos entonces para el dolor existencial? ¿Un batido de Sartre, Nietsche y Shopenhauer con leche y un toque de fresas? ¿La vieja receta –y poco creíble- de los estoicos contra los epicúreos?
A mí me ayudó más la lectura y relectura de Viktor Frankl, ese psiquiatra austríaco superviviente de los lager, y su meditación sobre el sentido de la vida. Sostiene que lo que levanta después de estar sumergido con la mierda al cuello es “una ferviente convicción en la bondad natural de la humanidad”
Menuda afirmación en los albores de este desintegrado siglo 21, post Bush, post casino de Wall Street que nos tumbó a todos, post las guerras a machetazos en Africa, post los niños de Gaza, post, post
Las memorias de Ghandi tienen una similitud notable con este postulado. He vuelto a ver la peli, con un Ben Kingsley jovencísimo, y es enorme. Me conmueve como van al muere parra hacer reaccionar la dignidad humana que hay en el otro, aunque sea un atisbo. Y treinta años después lo logran. Se dice rápido.
Y el ahora resucitado Dr. M Luther King.
Todos ellos sufrieron hasta el punto crítico, y sobrevivieron.
Pensaban esencialmente lo mismo. PERO HICIERON TRAMPA
Los tres, cada uno a su manera, eran profundamente creyentes. De un Dios bueno, que reconforta en el dolor y le da sentido. Que no es vengativo ni “justiciero”. Que es amor.
Esa “ferviente convicción” es fe. Pero la fe no es en la “bondad de la humanidad” al estilo new age o gurúes modernos. Ninguno de los tres eran tan ingenuos. Es fe en un creador, que hace creaturas que en el fondo pueden reaccionar con bondad, porque la bondad es un don –es la imagen de Dios- y está en el interior de todos. También la libertad, y uno puede negarse y transformarse en una bestia sanguinaria
En la raíz está la fe. Ningún libro de autoayuda da esto, ningún gurú.
La modernidad nos robó eso, Olga. Esa certeza de nuestros padres, cumplieran o no sus “mandamientos”
Bueno, te estoy dando demasiado la lata. No soy un evangelista a sueldo, soy un católico que no cumple los rituales pero aún cree.
Aclaración: no soy de los que piensan que tiene a Dios agarrado de las bolas. Esta vida me duele, y mi fe no es la panacea que a veces querría que fuera. Ser creyente no me va a hacer mejor escritor, y cubre mi actual soledad sólo a medias. Pero estoy convencido de que es la punta del ovillo.
Y si merodeo los blogs es también para sentime acompañado, descubrir afinidades, compartir ese placer que es la literatura fresca y buena.
Bueno mujer, la seguimos cuando quieras. Y si al tema, por el motivo que fuera, no quieres tocarlo, vale.
Ah, colgué mi SEGUNDA entrada. Estás invitada al cóctel de camarones y espumante. Saludos
Entiendo muchas cosas de las que dices, la búsqueda es siempre la misma, en los blogs y fuera de ellos. Sólo una cosa no me ha gustado, por una mera cuestión de justicia (y también por fidelidad), tu alusión a Antonio como “el psicólogo”. Él mismo considera eso un estigma, como ha dicho en el comentario. Es un tono que no me gusta sobre una persona que no conoces (yo tampoco le conozco, pero hace un año que le escucho y me escucha y eso, para mí, es importante). Le tengo mucho cariño y siempre estoy de su parte, incluso cuando no lo estoy, que también pasa:-)
El tema de Dios me cuesta, es como si no me diese permiso para tocarlo, pero me importa y me ocupa. Quizá, no queriendo caer en la “moralina”, la postmodernidad se ocupa de hacernos sentir vergüenza por pensar en las cuestiones morales, como si eso fuera de otro régimen, y no, tal vez hay quienes se apropian de determinados temas como si fuesen suyos, pero son de todos. La preocupación moral es una cosa digna del hombre, si es que el hombre es mínimamente digno. Ser moral es ser bueno. Todo lo demás son adornos.
Pero me cuesta. Aun así, hay tres entradas en las que he hablado del tema y te dejo sus enlaces a modo de contestación en el siguiente comentario.
Te invito a que te animes a participar también en las entradas nuevas, Martín, donde tu opinión será muy bienvenida.
Un abrazo.
Los enlaces:
De profundis, (13/07/08)
Belleza y compasión, (21/09/08)
Manos de barro, (23/12/08)
Pido disculpas a Antonio Azuaga y a tí si mi comentario huele a peyorativo. Además encontré esto que escribió, y que yo sabía que había leído
"Otra cosa más, querida Olga, bórrame ese estigma (con todos mis respetos para quienes así no lo consideren) de “psicólogo”: conseguí hacerme catedrático de filosofía para olvidarme de ello y hoy he cometido la torpeza de recordarlo"
Doble culpa la mía por haberle tratado con ligereza, que no fue mala leche, fue eso, una mala apreciación en medio del fragor de la escritura. Gracias por hacérmelo notar Olga.
Voy a los links que me dijiste, y a tus nuevos
Saludos
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