jueves, 4 de diciembre de 2008

Manuel

Olía a tabaco negro y a pensamientos tristes. Nunca escuchaba música y yo creo que nunca cometió la imprudencia de leerse un libro entero. En 1960 se cayó del andamio, estuvo un par de meses en coma y casi tres años de hospital en hospital. Mi abuela contaba que volvió de aquella guerra igual que de la otra: callado y taciturno, mucho más solo, con la calma sin adornos del que ahorra fuerzas para el tajo, con misterios nuevos bailando en las dos luces oscuras de sus ojos negros. Dos olivas mojadas que disparaban recto.

No tenía dinero, no tenía libros y no tenía palabras; liaba los cigarrillos con alguna ternura y los fumaba despacio mirando hacia la nada. Miraba muy adentro y bebía coñac por las mañanas.

Supongo que su vida no fue buena. La guerra, la tierra dura a la que pelearle cada fruto, estériles arcillas y rocalla y, luego, la huida hacia la urbe: la fábrica, el cemento, los andamios, la sucia periferia sitiada por descampados deprimentes; los rezos insomnes a San Jornal Sagrado, el más espiritual, el intangible.

Nunca contaba penas, no sabía. Miraba tan despacio, hablaba tan poquito. Nunca me metió su odio en el cuerpo, si le quedaba odio, ni me legó antorchas sucias que pudieron haberme convertido en un fantasma más de la diversa Santa Compaña que aún ameniza nuestras incógnitas. A lo mejor encontraremos las nuestras, luces y cruces antiguas pero propias que ir llevando adelante. No me dejó en herencia su derrota, tan sólo su recuerdo y, con eso, volvió verdad un poco de la libertad futura soñada en el pasado; tampoco quiso compartir su amargura, la inmensa, la que estaba cada día entre el gesto paciente de sus manos callosas. Qué pocas caricias ásperas dieron esas manos toscas.

Nunca tiraba el pan, se lo guardaba en uno de esos bolsillos ocultos que tienen los abuelos. Desmigajaba más tarde los mendrugos para dar de comer a las palomas grises que acuden a las aceras, lo hacía con prisa, con cierta vergüenza de que alguien lo viese, sin ninguna dulzura, con el mal genio o el silencio mortal en que refugiaba su orgullo o sus perplejidades, ignorándolo todo. No miraba a las palomas, seguía caminando, cargaba con su cruz.

Se murió de puro viejo sin hacer aspavientos, hace apenas un año. Y no quiero, jamás, por nada del mundo, manipular su recuerdo hasta enterrarlo en las mil frases gastadas que todos pueden imaginar, pues tienen corazón y seguramente saben cómo se vuelve el mundo cuando se va marchando la gente que conocemos y amamos de verdad. La gente que nos quiere.

Olga Bernad

45 comentarios:

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

El poeta Ovidio escribió acerca de la muerte de otro poeta, Tibulo:

Cuando los crueles hados nos arrebatan a los buenos (perdonad mi confesión),
me veo obligado a creer que no existen los dioses.

Por el contario, ¡qué doloroso es ver la longevidad de los tiranos!

Besos.

Olga Bernad dijo...

Así es, aunque en este caso no me sublevé contra los dioses porque ver sufrir a un ser querido también es muy doloroso, sobre todo cuando la edad excesiva hace imposible la mejoría e insoportable la resistencia. Sí sentí que no existía ningún dios cuando murió repentina y absurdamente mi mejor amiga, con trece años. Y en cuanto a los tiranos… tan dolorosa es su longevidad como consoladora es la idea de que se acaban muriendo como todos, con suerte, incluso mucho antes.
Todo está en los clásicos, Antonio, desde el Cierzo hasta la historia de Manuel.
Besos.

Marta Fernández Olivera dijo...

mi avi Agustin se parecia bastante a Manuel, fumaba negro, no hablaba, daba de comer a palomas, no sabia dar cariño y amor, no leia, y sus silencios en su silla del comerdor eran eteeernos...creo que encendia la tele sólo para no sentirse sólo, fue una persona con un caparazón de acero que sólo fué roto por una gran depresión que acabo con él...no recuerdo ningun beso, ningun abrazo..solo sus silencios rodeados de humo de tabaco...pero lo quise mucho
Gracias Olga
un abrazo

carmen jiménez dijo...

Pues a mi me ha parecido la descripción perfecta de un hombre que no se dejaba querer, pero seguro necesitaba igual de cariño. A veces la vida nos vuelve toscos y nos avergüenza que hasta las palomas vean nuestra vulnerabilidad. Lo bueno es que no dejó en herencia su derrota. Cargó con ella.
Una estupenda descripción desde esa mirada tuya que siempre me deja perpleja.
Un abrazo.

enrique dijo...

Y seguro que Manuel, calladamente, amaba.

Olga Bernad dijo...

Sí, yo creo que muchos hombres de esa generación eran así, yo siempre vi dignidad en su actitud, si no se hubiesen puesto un caparazón de acero no hubiesen salido adelante. Yo también le quise mucho. Y le debo muchas cosas. Su sentido del trabajo, su paciencia y esa sabiduría rara del que aguanta y espera. Un freno de realidad para sensibilidades desbaratadas. Lo tuve lo suficientemente cerca como para no tener que idealizarlo.
Gracias a ti, Marta, por acercar el recuerdo de tu avi Agustín al de Manuel.

Olga Bernad dijo...

Hay mucha inteligencia y mucha generosidad en quienes deciden no dejar sus derrotas en herencia. Yo creo que es un acto de amor muy serio, aunque te deje aún más solo. Me parece bien tener un cierto pudor a la hora de mostrar la vulnerabilidad que todos tenemos, no se trata de convertir la vida en un episodio de Heidi, y ellos estaban presos de muchas cosas. Yo creo que no hablaba porque no le quedaron ni ganas. Y, como dijo no sé quién, la gana es sagrada.
Eso hay que verlo para comprenderlo.
Gracias por acercarte a esta mirada. Un abrazo, Carmen.

Olga Bernad dijo...

Jamás dudé de eso, Enrique. De hecho, cuando me hablan de amor, los excesos siempre me producen secretas sospechas. ¿Una mala costumbre? No lo creo.

Juan Manuel Macías dijo...

Creo que lo que llamamos literatura es una curiosa suma de talento y atención a la vida. No hace falta haber escrito mucho o poco, ni ejercitar un supuesto oficio de artesano. Basta escribir lo justo y callar mucho, que es otra forma de escribir. Y luego están las musas, esas señoras raras. Creo, Olga, que éste es de los mejores textos que te he leído (pero qué difícil es elegir aquí). Es un retrato hermosísimo y verdadero, literariamente verdadero, urdido con memoria y palabras. Para escribir hace falta saber mirar. O haber sabido escuchar. Nos haces ver lo que tú viste: veo clarísimamente a Manuel liando sus cigarros y dando de comer a las palomas, pasando por el mundo, indescifrable como el mundo, pero con un nombre y una vida, con su porción de verdad y afectos. Las palabras precisas, sin lugares comunes (¿para qué? A ti no te hacen falta). Sin miedo a repetirme, un espléndido poema en prosa. Enhorabuena. Besos.

Olga Bernad dijo...

Me preocupa siempre el texto. Tocar el dolor es difícil. Caer sistemáticamente en los lugares comunes es haber renunciado a hacerlo, pero también es cierto que no hay lugar más común que el dolor aunque cada cual lo viva a su manera. Todos somos un poco indescifrables como el mundo. Manuel llevó su pequeña parcela de verdad como supo y pudo: en riguroso silencio. Otros eligen otras formas igualmente dignas. Pero yo hoy hablo de Manuel, a quien conocí y quería. Sólo he pretendido que tú, Antonio, Marta, Carmen, Enrique y todo el que se acerque por aquí, le miréis por un momento y le escuchéis respirar. Creo que merecía una mirada y un pensamiento. Es un beso que me gusta darle.
Muchas gracias, Juan Manuel, de verdad.
Besos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Un retrato que es reconocible. Hubo - aún hay - muchos Manueles que guardan todo para sí, como si no quisieran contaminar el mundo con sus pesares o como si se creyeran sin derecho a estar aquí. Me ha gustado mucho la sinceridad de tus palabras, la honestidad (intuyo) del retrato. Un abrazo.

Olga Bernad dijo...

Sí, esa tendencia supongo que es el resultado de una forma de ser y unas circunstancias muy oscuras. "Como si no quisieran contaminar el mundo con sus pesares", o como si hubieran perdido la fe en las palabras. ¿Lucidez, miedo, dignidad, impotencia? Quizá una mezcla confusa de todo. Y un desencanto inmenso y, a pesar de todo, una manera terca seguir. Por suerte o porque Dios quiso, sólo le tumbó el tiempo.
Un abrazo, Isabel.

ONDA dijo...

Emotiva necrológica, recuerdo yo también a mi otro abuelo al que no sabía apenas leer ni escribir, agricultor que disfrutaba con verme montar en el triciclo en aquél patio soleado manchego que yo rodaba como el epicentro de mi universo de mi infancia.

Anónimo dijo...

“dos luces oscuras de sus ojos negros. Dos olivas mojadas que disparaban recto.”

“fumaba despacio mirando hacia la nada”

Con que poquitos gestos nos mostró su cariño. Supongo que tan pocos como los que nosotros le pedimos, para eso ya teníamos a nuestra abuelita y a ella no había quien le ganara la batalla.
Su navaja y las pequenas delicias de la naturaleza que cortaba con ella, en los calurosos paseos a la vega o en las frias mananas de la vindimia, eran su tesoro y lo envolvía en su gigantesca mano para dartelo como el que da su corazón. Aún sigo saboreando los trocitos de jamón.


Un beso maravilloso a nuestro querido yayo.
Y mil besitos emocionados para ti cariño.

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, Onda. La verdad es que, aunque no me gusta abusar de estas cosas, tenía ganas de escribir algo sobre él, ahora que se cumple un año de su muerte. Como todos tenemos en el recuerdo a quienes amamos, supongo que a la gente de buena fe simplemente le trae, como a ti, un soplo de su propia experiencia, sea similar o sea distinta, y un sano sentimiento de empatía. Gracias por traernos también tu propio recuerdo.

Olga Bernad dijo...

Estoy contenta de haberlo hecho, Gema, la memoria es buena. Dicen que sólo nos morimos del todo cuando ya no queda nadie que nos recuerde. Mañana pasaremos a otra cosa, pero hoy me alegro de tenerlo por aquí, con su navaja multiusos, su silencio y sus asuntos, esa mano enorme y fuerte que pesaba una barbaridad, esa forma seria de tratar todas las cosas. Tal vez conocía mejor que yo de lo que es capaz la gente, lo poco dispuesta que está a aceptar la libertad en los demás, lo asquerosamente manipulables que son las palabras, su intención y su significado; por eso prefería los gestos. Yo no olvido los gestos, se aprende y se conoce a los demás. Y le recuerdo bien en las vendimias, guardando el mejor racimo para nosotras.
Un beso, cariño.

MªTeresa Gómez Puertas dijo...

Un relato deliciosamente contado y lleno de detalles que hacen como dice Juan Manuel casi oler el humo de los cigarros.....

Olga Bernad dijo...

Gracias, Tere. Me gusta mantener ese cigarro encendido, aunque sea en el recuerdo. Dejarlo encendido un rato más, un poco más. Y contarlo entre amigos:-)

Alfaraz dijo...

Muy bonito esto que escribes Olga, y con lo que resulta fácil identificarse.
Puede que parezca un disparate pero ¿cuántas veces nos sentimos más cerca y más iguales a los abuelos que a los padres?
En mi caso -confieso- casi siempre.

.

Antonio Azuaga dijo...

Dice Heráclito que “la naturaleza gusta de ocultarse”, por eso sin duda hay indagación y búsqueda, y ciencia, y filosofía… y literatura. Su tarea, la de éstas quiero decir, es el descubrimiento, la elevación de esos silencios del mundo hasta la inteligencia y sus palabras. Si no fuera así, si los sentimientos del hombre nos envolvieran en vez de ser nosotros quienes los envolvemos a ellos, ni los sentiríamos como tales ni seríamos felices con su entonces imposible hallazgo. Sólo seríamos un paisaje emocional sin identidad propia, sin envoltura que nos diera sentido.
Tu texto de hoy es un trabajo de bella minería literaria, una excavación en el recuerdo para sacar a la luz un corazón que intuías y necesitaba de ti, que esperaba que tú lo dijeras para saberse a sí mismo. Es lo que pasa con la “naturaleza” de Heráclito, que lleva millones de años aguardando para desvelarse en la palabra del hombre.
Un beso; dos, mejor: uno porque es un texto hermoso, otro porque es profundamente humano.

Olga Bernad dijo...

Yo creo que con los padres está el problema generacional, la vida cotidiana, incluso la realidad, tan cercana que a veces “molesta”. Los abuelos representan sabiduría y cariño de una forma menos conflicitiva, tal vez, no sé. Es interesante lo que dices.
Gracias, Alfaraz. Te honra esa capacidad de identificación con la historia personal de otros, en este caso la mía; y me alegro mucho, como siempre, de tu visita.

Olga Bernad dijo...

Exactamente, Antonio, esa es la idea: excavación en el recuerdo de una manera personal. Es una especie de “reivindicación” absolutamente propia y, creo, respetuosa, como para que todo el mundo pueda, si quiere, identificarse con esa intención. Pues, aunque parezca increíble, he tenido que asistir al ejercicio de manipulación más asqueroso que he sufrido en mi vida, viendo como en los comentarios a otra entrada, se hacían referencia a frases exactas de este texto y de mis comentarios, mezclado con cosas que jamás he dicho ni sugerido, intentando hacer ver que es un alegato contra la gente que se dedica a recuperar la memoria histórica, cuando más bien, de hecho, este texto aboga por lo contrario.
Con la suficiente imprecisión, y aduciendo “ser discreta”, se reconoce que se ha mandado a otras personas a leer este texto e interpretarlo así, jugando con la buena voluntad y la historia en carne viva de otras personas y la suya propia, para vengar sibilinamente y con un victimismo vomitivo (ya que yo no he hecho ese texto atacando a nadie sino dedicado a mi abuelo y su recuerdo auténtico) un portazo personal que no se acaba de asumir. Inventando un ataque que nunca ha existido y utilizando a otros comentaristas que no saben muy bien a qué se refiere, salvo a haber sido “ofendida” en un tema tan sensible.
Por si hay alguna duda: no tengo nada en contra de la memoria histórica, más bien al contrario, pero a mí tampoco me sella la voz, la mía, la personal, nadie. Mucho más siendo la primera vez que hablo de esto, cuando otros lo hacen todos los días. Curiosa manera de defender la libertad.
Siento haber contestado así, Antonio, pero estoy tan indignada (no voy a decir dolida porque no quiero jugar con los buenos sentimientos de nadie) que algo tenía que decir. Y será lo último.
Besos.

Antonio Azuaga dijo...

La verdad, Olga, es que no sé de lo que hablas ni a quién o qué te diriges: he debido de perderme algo. En cualquier caso, la “minería literaria” a que yo me refiero es la que busca grandezas humanas en cuantos se cruzan con nosotros en la vida o dejaron en ella la tarjeta de su visita inolvidable. Sobre eso, creo, trataba la entrada.
Besos.

Olga Bernad dijo...

Y sobre eso trataba, por eso me ha dolido(y sorprendido) verlo manipulado y citado sin nombrarme, rebozándolo en frases hechas, sin que se entere nadie más que unos adeptos familiares y otros simpatizantes con causas nobles que no saben qué indignamente están siendo usados. Yo busco, desde luego, la grandeza humana en la gente que está cercana a mí e incluso en la que está alejada. Y me apena enormemente que un texto hecho con tanto cariño sea usado para cuestiones personales.
Pero la indignación de esta mañana ha sido demasiado. Se me ha salido por las orejas. Tal vez debería haberlo ignorado porque, como tú dices, nadie piensa en estas cosas leyendo este texto, sino en la propia vida y en el amor a los nuestros.
Comprendo tu extrañeza, Antonio, que en el fondo es igual que la mía y te mando otro beso:-)

Maria Luisa dijo...

Mi querida Olga. Hay tantos llamados Manuel, Antonio, Juan, que la vida no los trato bien, quizá para no molestar ni revivir recuerdos se guardaron todo el amor que habían podido dar, hicieron del dolor su vida el humo fue su compañia, buscaron ausentarse, pasar.
Gracias por recordarlos.
Preciosa prosa, deliciosa, sentida, verdadera.
Un beso.

Olga Bernad dijo...

Ese "no molestar" a los más cercanos lleva su carga de amor y puede que también de orgullo. Y puede que también de incapacidad. No lo sé, no quiero juzgar a nadie, mucho menos lo voy a hacer con él. Siempre recordaré sus gestos y su silencio, y en parte ojalá supiera callar con su silencio digno.
Gracias, María Luisa. Tú, que sabes de ausencias muy crueles, siempre tienes palabras amables para los demás.
Un beso.

Anónimo dijo...

Ganas de meter mal. No te enredes. De lo mejor que has escrito.

Olga Bernad dijo...

Sabio y "furtivo" Angós. Esto sólo pretende ser un modesto blog literario que no excluya ningún tema, así que gracias por ese "de lo mejor que has escrito". Me arrepiento hasta de la mención. Supongo que el dolor nos confunde a todos.
Besazo.

Juan Manuel Macías dijo...

Estoy de acuerdo con Angós. Y cada vez que lo releo me parece mejor y mejor. Nada como la alta literatura para una llana tarde-noche de domingo y lluvia. Gracias de nuevo, Olga. Besos.

Olga Bernad dijo...

Una alegría me das, porque así te puedo agradecer aquí ese regalo precioso, esos "Trenes" de palabras perfectas. Emocionada estoy:-) Me voy a buscar el papelico donde tengo apuntado cómo se enlaza en los comentarios, para que, si alguien pasa por aquí, pueda montarse también en él y pase un buen rato (y disfrute de la tertulia posterior, que se aprende más que en la escuela:-)
Gracias por estar siempre ahí.
Besos no, besazos.

Olga Bernad dijo...

El tren prometido:
Aquí

Anónimo dijo...

Has sabido verlo con perspectiva. Has visto que muchas veces la persona más tierna, la más admirable, es la que a pesar de todo lo que ha sufrido, es capaz de dejar un legado como este en el mundo.

Y es realmente precioso que además lo hayas contado tan bonito.

José Luis Garrido Peña dijo...

Olga, me ha sido muy grata la lectura de tu blog, cuanta buena literatura hay en estos sitios y que por motivos de tiempo no puede visitar todo lo que desearía, Aunque sea un número reducidos de lectores, basta para sentirnos acompañados, cuenta a partir de hoy conmigo.

Un abrazo.

Olga Bernad dijo...

Siempre procuro ver las cosas con una cierta perspectiva, Spender (eso no quiere decir que lo consiga, pero lo intento.-) En este caso la distancia me produce también una emoción difícil de “domesticar”, pero quería que la misma contención que me inspira su recuerdo, estuviera también en el texto. De lo contrario, se podía haber convertido en lo que yo no quiero.

Olga Bernad dijo...

El tiempo casi hay que inventárselo para hacer estas cosas, salvo privilegiados todos se lo quitamos al sueño o al ocio (si lo tenemos). Por eso te agradezco mucho más tu visita y tus palabras, Luis, porque sé que empleas parte de ese tiempo y le das sentido al que yo he “gastado”. Una alegría contar contigo. Bienvenido.

Víctor González dijo...

Magistral enseñanza la del aguanta y espera, aunque la primavera esté lejos, aguanta el invierno y espera porque llegará, los dos lo sabenos.
Beso.

Olga Bernad dijo...

Magistral enseñanza, sí señor, la de la resistencia cotidiana. Un día detrás de otro, y un invierno tras otro (y fueron muchos). "Un acto es menos que todas las horas de un hombre". Borges dixit.
Un beso, piloto.

Anónimo dijo...

Así fueron nuestros abuelos: austeros hasta del gesto, cerrados como casas abandonadas, sufridos y estoicos como peones camineros. Sin ellos este país, hoy lleno de niños y niñas bien, se habría ido a tomar viento,

Un recuerdo a nuestros yayos aquí y ahora. Gracias por el texto Betty.

Olga Bernad dijo...

Sí, muchos tenían que trabajar y aguantar, sólidos como casas. He procurado recordarlo como vivió: sin sandeces. Y muy lejos, desde luego, de la palabrería pseudorevolucionaria y pseudopija y pseudocultural que a él le pegaba tanto como a un santo dos pistolas.
Gracias, mi Blackbird.

P.S.: "A tomar viento", qué sanísima expresión:-)

Julio Castelló dijo...

Conmovedor y justo.
Me sumo a su silencio, un silencio con el que abrazaba a los suyos.

Olga Bernad dijo...

Gracias, Julio. Las dos cosas están en mi intención: conmover, como a mí me conmueve su recuerdo, y también ajustar esa emoción a las palabras.
Un abrazo.

Martín Martínez dijo...

Estimada Olga: me gustó mucho este retrato de tu abuelo. Y me detengo especialmente el en diálogo que se va gestando entre los que comentan y tú. Es un capítulo aparte, te diría sin exagerar que es un género literario aparte. Como lo fue el epistolar: con giros, guiños que tienen su enorme gracia literaria, con pensamientos de una profundidad que exceden por lejos lo coloquial y que brotan sin trompetas, con una espontaneidad sincera, sin las defensas de una prosa destinada a ser expuesta.
Doble motivo para visitar tu blog. Lo que escribes y la reacción a lo que escribes. Y tu respuesta, y el remolino que se arma. Fiesta.
No es casualidad que tengas tantos comentarios por entrada. Un saludo afectuoso

Olga Bernad dijo...

Martín, recibí ayer tus dos comentarios y por fin puedo contestarlos. Has elegido, en esa lectura “a toro pasado” que estás haciendo del blog, uno de los textos a los que más cariño tengo, por cuestiones evidentes. Visto con una cierta distancia, es cierto, la participación me ha enseñado muchas cosas y se acaba creando una auténtica red de complicidades. Por otra parte, éste también fue un texto que supuso para mí una de las pocas malas experiencias que he tenido con el blog. Me enseñó que la bajeza de algunas personas puede ser muy superior a lo que yo podría pensar. Me entristeció de verdad su asquerosa manipulación por parte de personas que fingen una grandeza de miras que jamás tendrán y que siempre se las arreglan para hacerse las víctimas y las ofendidas, cuando yo no me molestaría en escribir sobre ellas ni para ofenderlas.
Pero, en general, la experiencia es buenísima. Me encanta que te guste y te invito a incorporarte a las entradas nuevas, a tejer esa red “en directo” y formar parte de ella.
Un saludo.

Gemma dijo...

Y qué bien arropas con tus palabras esa soledad sentida por tu abuelo Manuel. Una vida llena de silencios elocuentes que tú has sabido mostrarnos con igual delicadeza. Un beso

Olga Bernad dijo...

Escribiendo este texto lloré, Gema. Y con el uso que hicieron algunas personas de él, también tuve muchas ganas.
Sigue siendo uno de mis preferidos.
Un beso y gracias por venir a verle un año después.