miércoles, 23 de julio de 2008

Jazmines sobre el mar

El perfume es una de mis pasiones. No son simples ganas de oler bien, qué va: yo quisiera perderme entre las flores, las hojas y los tallos, sin olvidar cortezas, maderas y raíces, ni tampoco las frutas, sin apartar semillas ni resinas. Yo sé que estos excesos no se llevan, pero a veces con nada tengo suficiente, y me siento exiliada de un mundo loco donde se impone la preocupante tendencia hacia una frescura fácil casi totalitaria. Es falsa y sintética y es sólo un producto de nuestra imaginación adulterada por el merchandaising y el purchaising. Ay, ese olor a mandarina, a chicle de melón, tan agradable y poco arriesgado como la gaseosa de los experimentos, tan mentira de sólo fruta fresca y de lo que no soy que me exaspera. Está muy bien la mandarina, pero no es eso, como decía Ortega y Gasset y, si no lo decía, debería haberlo dicho. No es eso, una mujer no es sólo algo sencillo y agradable. Después de perderme entre las flores, quisiera encontrar para todos los días un perfume natural y delicado, sin la confusión de las maderas de oriente pero con su inconfundible intensidad y su dulzura poco acomodaticia, una estela perceptible que me guste de verdad y que quiera llevar sobre la piel.

De todos los olores que recuerdo y que alguna vez llegaron a mi cerebro a través del misterioso sentido del olfato, siempre acabo eligiendo uno como el que elige un amor cuando es muy joven, sin importarme nada más que el hecho de querer tenerlo a él entre otros muchos. A mí me gusta oler a jazmín. Ahora mismo huelo a jazmín. Y es muy complicado encontrar un buen perfume de jazmín.

Antiguamente, para las flores delicadas como la que nos ocupa, se empleaba un sistema de extracción con disolventes volátiles, con éteres de petróleo bien rectificado. Se diluían las sustancias olorosas y resinosas de las flores hasta obtener la concreta, un pan que luego se depuraba para llegar a la absoluta, la esencia purísima, densa y viscosa, que ninguno de nosotros olerá jamás. Las flores de jazmín han desaparecido en Liguria y en la Costa Azul, dicen que sobreviven en Sicilia a pesar de la competencia de Egipto, pero cada vez se cultivan menos y los sintéticos reproducen de modo muy imperfecto este perfume. Oler esa absoluta sería insoportable; y un perfume derivado de ella, un lujo fugaz tan misterioso y ya imposible como oler el brento o tocar la piedra filosofal de los alquimistas (me la imagino volviéndose polvo blanco entre mis dedos, nada más rozarla). No volverá el despilfarro encantador de los franceses, cuando en 1870 y debido a la carestía, requisaron al perfumista Lubin todos sus aceites de jazmín para cocinar las pommes frites.

Mágico y dudoso, el perfume. No es difícil comprender a las mentes más puritanas y toda la resistencia a caer en las garras de su embriagadora naturaleza que, adelantándose a la propia presencia, parece hablar de una cierta disponibilidad de quien lo lleva para el placer de los sentidos. Porque es sutil e impalpable pero muy real, y subraya lo visible y lo invisible. Yo he acabado encontrando uno muy bueno. Los perfumes son una de las pasiones que pueden comprarse y dejan que el dinero participe del amor. Son tan inequívocamente sensuales que resultan muy difíciles de imaginar, eso es lo malo: los tienes que tener. Pero, una vez pagado el precio, se entregan con su generosidad de frasco abierto y saben hacerte disfrutar.

A pesar de todo, el amor sigue siendo gratis y yo amo los perfumes. Cuando mi presupuesto está lejos de los exactos jazmines que prefiero, no caigo en el desconsuelo, ni hablar, porque mi vocación de fidelidad hacia mis pasiones me lleva a disfrutar del perfume en todas sus posibilidades. De todos los componentes ya nombrados al principio, se obtienen no sólo aromas sino hermosísimas palabras mezcladas en uno de mis desbarajustes preferidos lleno de cedro, sándalo y aloe, lavanda, menta, romero, la rosa centifolia que es de mayo, la yerba moscatel, mi jazmín y las flores del naranjo; escuchen: jengibre, cálamo aromático, angélica, saxífraga (por Dios), bergamota y anís y nuez moscada, y también petitgrain, canela china, mirra e incienso. Y la antigua raíz del vetiver y el rizoma del lirio florentino. No me digan.

Esa borrachera de perfumes en palabra suele darme ganas de brisa marina, de aire para limpiar mis límites (que existen), pero estoy tan perdida que todo el ancho mar, tan suave y tan lejano, ya no me llevará a palabras frescas sino a caricias o zarpazos de olas tan bellas como el lenguaje de la marinería, como jarcia, ese áspero amor, junto a noray, tan dulce como una isla del Pacífico o una princesa prometida o más: Noray, Reina del Catai (no me digan) seguramente perfumada con almizcle. Ese lenguaje y sus obenques, sus drizas, sus escotas e incluso sus amantillos. Los tangones y la baluma. ¿Y la botavara? ¿Y la fogonadura? Y las gazas de los cabos de amarre, que se encapillan por seno; los barcos que recorren la bordadura, ciñéndose, sí, mientras no cambien de amura. No, no me digan. No saben lo que es eso para una chica de secano. Y el primer verso del Himno a Venus de Jaime Siles “Amor entre las jarcias de un velero”, y el último para volver siempre al perfume: “…gimen gemas de jades y jazmines”. En fin.

Olga Bernad

20 comentarios:

Juan Manuel Macías dijo...

¡Qué belleza de artículo! ¡Y qué maravilla! Si me permites el énfasis (que no es tal énfasis), lo acabo de leer de un tirón y me he quedado con la boca abierta, como el niño que quiere que le cuenten historias maravillosas, y sabe cuándo se las cuentan bien. No desde el tahur que juega con las palabras bellas (no es eso, no es eso :-), sino desde quien sabe acariciar perplejamente esas palabras, desde la sabiduría de quien sabe escribir, quien sabe emocionarnos y arrancarnos también esa leve sonrisa con su puntito de sal. Como esa increíble y alambicada saxífraga. Menudo viaje de versos, palabras y sensaciones, tan habilmente urdidos. Con el final de jades y jazmines con motor de explosión... En fin. Da pena que se termine. Tu prosa y tu verso, como siempre, inigualables, fortificados como una ciudadela y plenos de aromas y precisión. Besos admirados, Olga

Olga Bernad dijo...

Pues mira, lo del motor de explosión me da una idea para otra vez, porque también tiene lo suyo. No me puedo dar permiso tan pronto para otro chapuzón de éstos, pero iré calentando motores hasta que oiga el rugido, y lo seguiré. Más adelante.
Qué amable, pero sí, la saxifraga es una palabra para pronunciarla, y me dejé fuera otras (no quería abusar, soy comedida:-) como benjuí, bálsamo del Perú o la Betula pendula, el abedul de la taiga siberiana que da el toque “cuero de Rusia”. Un mundo. Y la algalia y el ámbar. Basta.
Yo he disfrutado, esa es la verdad, escribiéndolo (y mucho más pensándolo). Me alegro de que te guste, muchas gracias, Juan Manuel.
Besos.

Antonio Azuaga dijo...

Lo leí antes de comer, a las tres más o menos, y me pasó con la boca lo que a Juan Manuel. He conseguido cerrarla hace unos minutos. Qué puedo decir, aparte de que es un lujo de prosa. No sólo eso, sino que, a pesar de la torpeza de la imaginación para conciliarse con el olfato, cuando uno acaba de leerlo, tiene la sensación de que huele a jazmín, o a lavanda, o a mar… Quiero decir que uno tiene la impresión de que huele a vida, que es todo eso junto, que es alarma de la sensibilidad para seguir siéndolo.
Enhorabuena otra vez; decírtelo no es costumbre, sino necesidad.
Besos

Olga Bernad dijo...

Es curioso lo que pasa con el olfato y la imaginación: sí que hay una clara dificultad para imaginar olores, es cierto, mientras que oler físicamente algo es un potente catalizador de la agudeza y una de las vías más directas hacia los recuerdos. Pocas cosas nos trasportan al pasado como un olor, a veces tan a traición y tan eficazmente que sorprende. Es un sentido al que intentamos engañar constantemente, pero ahí está, dispuesto a las quimeras pero también por encima de ellas. Usarlo para el placer es sólo una de sus posibilidades.
Qué bonito eso del olor a vida, me encanta, como las buenas costumbres, tan necesitadas de personas que las guarden:-)
Muchas gracias por tu comentario, Antonio, un beso.

Anónimo dijo...

¡Qué borrachera de olores y palabras! No debo tener tanto olfato, y menos desde que me operaron de la nariz; no puedo identificar tantos olores. Sin embargo las palabras que usas son, como dices, hermosísimas; todas ellas una llamada a la naturaleza. Yo, por mi parte, sólo sé moverme entre aromas culinarios, el que nos ofrecen las especias y condimentos como el azafrán, la canela, el curry, la pimienta y el pimentón o plantas como el tomillo y el romero; palabras no todas bellas. ¿Y por qué no? ¡también el ajo!, condimento en el que ya definitivamente, amigo Sancho, se muestra tu villanía.
Admitámoslo, soy incapaz de distinguir el jazmín entre cientos de flores, pero el otro día cuando pase delante de la puerta del asador de Aranda, ¡olía claramente a morcilla de Burgos! Siento que tu magnífico texto, ebrio de vocabulario, me haya derivado hacia este tan lamentable comentario más propio de Pepe Carvalho.

Besos Olguita.

Olga Bernad dijo...

A mí no me parece nada lamentable, me das otra buenísima idea, como Juan Manuel, porque el mundo de la cocina da para mil entradas. No sólo está el olfato sino el gusto, otro sentido que me pierde. Afortunadamente soy una chica sensata y he cambiado la operación bikini propia de estas épocas por la operación bañador negro de manga corta con pareo estratégicamente colocado, lo cual amplia felizmente mis posibilidades de nutrición. Y las especias son maravillosas y muy poéticas, con sus historias de largas caravanas milenarias por el desierto y todo. Viajan como vestidas de seda.
El Asador de Aranda, qué listo eres, Blackbird.

Anónimo dijo...

Cariño, me tenías en vilo con tu breve ausencia. Pero, como no, ha merecido la pena, esta corta espera. Qué delicia de palabras y olores, eres como un alambique destilando prosa.
Vamos, que para celebrarlo, y a lo grande, me he permitido el lujo de ponerme las dos últimas gotas de mi esencia más preciada, reservada para ocasiones especiales. Y es un auténtico lujo porque, como tú muy bien sabrás, fue un regalo tuyo y por estos lares ya no se encuentra.
En fin, que no se convierta mi comentario en un pedir sino en un dar, sobre todo, las gracias por deleitarnos así con tu entrada.

Muchos besitos perfumados.

Olga Bernad dijo...

No te tomes nunca en serio lo de que no voy a escribir más entradas, se me pasa en seguida (al menos, hasta ahora). Qué bonito, hermana, “eres como un alambique destilando prosa”, yo que tú abriría un blog.-)
Hecho, yo te mando un frasquito de esos (o dos) y tú uno de Laphroaig, que vamos francamente mal de existencias y tampoco se puede conseguir por estos lares, ya te contaré.
A veces huelo un frasco vacío de esencia de vainilla, y no sé si me alegro o me entristezco.
Besitos, cuídate.

fa mayor dijo...

En coche destartalado o velero cuyos mástiles estén hechos de madera de oriente, mira que nos gusta "el vientecillo de la libertad".
Vaya festival para ese sentido particular que desata tan vívidas sensaciones.
Jazmin y brisa marina... uff
(entre tú y yo, Betty: ¿podría sumársele una voz maravillosa que te atrapa al pronunciar nuestro nombre?
Buen fin de semana, Betty.

Olga Bernad dijo...

Sí, el viento que mueve las velas o te roza el brazo apoyado en la ventanilla del coche y te despeina…
No hay auténtico festival sin esa voz, Fa, aunque sea deseada (o hasta inventada, fíjate) se puede y se debe sumar. Yo diría que es una obligación moral.-). Como también lo es no soltar el volante y no dejar de mirar hacia la carretera. Otra obligación moral.
Buen fin de semana también para ti, Fa, sin descuidar las obligaciones. Ninguna.

Anónimo dijo...

Ay Olga, qué entrada! Va a resultar que lo de la boca abierta nos ha pasado a todos. A mí se me fue abriendo progresivamente conforme iba añadiendo palabras nuevas a mi vocabulario hasta que dije BASTA. Me he reido mucho con el comentario de blackbird y su morcilla de burgos y con tu respuesta de operación bikini. Tienes razón en cuanto a que el mundo de la gastronomía da para mucho. Me viene a la cabeza "Como agua para chocolate", una película que me cautivó utilizando los alimentos como metáfora de los sentimientos. En fin, fantástica tu entrada. Por cierto, yo hoy huelo a rocío. A mí me gusta la frescura, pero no la falsa. LA NATURAL. Besos.

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, Iseo. Yo también tuve que decir basta. A pesar de que la Betuna Pendula (que será un abedul pero parece un hada columpiadora) me encantaba, ya ves que la dejé fuera. Y a otras muchas palabras, pobres.
A mí también me gusta mucho tu frescura natural, que hace juego con tu perfume. Blackbird es un sibarita que nos tiene a todos muy engañados.-) Fíjate a qué sitios va o quiere ir (peor es la intención).
Yo no vi la película que dices, pero sí me leí el libro. Lo malo es que fue durante un vuelo muy accidentado y tengo un recuerdo un poco raro.
Me perderé tu aroma de Rocío si vas a la cafetería porque yo no iré, salgo ahora mismo para la Expo. ¡A ver mundo! ¡A hacer colas! Quiuiuiung, o algo así.
Ya te contaré,guapa. Buen fin de semana.

Olga Bernad dijo...

Ay, las prisas, fe de erratas: era Betula Pendula,Iseo, no Betuna, pobrecita hada exiliada, no lo puedo consentir.

Máster en nubes dijo...

Qué gozada de entrada, Olga. Se huele casi, da gustito...

Si algún día pasas por Madrid hay una perfumería que se llama Nadia y está en Diego de León. Tienen un perfume de Serge Lutens de Jazmín que te encantará. Y otros más de Lutens (uno de ambar, otro de mandarina, etc) y otros perfumistas pequeños, narices de casas grandes que luego hacen sus propios perfumes, producciones muy limitadas.

Un abrazo, y más, más de perfumes, más de sentidos, por favor, mmmmhhh

Olga Bernad dijo...

Vaya, ya veo que eres una de las que se lee los comentarios. Me encanta que, desde el día de San Valentín y un enlace perdido en el invierno, hayas venido a esta brisa de Julio. Vuelvo a esta entrada con nostalgia del verano y sus aromas... mil gracias por tus consejos de experta. Cuando vaya a Madrid, será visita obligada. Yo me pierdo en las perfumerías y aguanto hasta que mi nariz ya no sabe lo que ve:-)
Tengo que oler ese perfume de Serge Lutens, no me queda más remedio.
Volveré a los sentidos, siempre lo hago. Es el invierno, que me tiene agotada, volveré a hacer hmmmmm y dejaré constancia escrita:-)

Un abrazo.

María dijo...

Me ha embrujado el quinto párrafo... esos aromas con esos maravillosos nombres. Uno no sabe a qué olerán, pero simplemente el nombre ya es delicioso.

Intenta probar, aunque sólo sea de olfato, esta ginebra... Cada vez que la hueles te evoca algo diferente...

Precioso y embriagante post, Olga.

Un abrazo

Olga Bernad dijo...

Con el tiempo me pasa incluso a mí, esa mezcla de palabras olorosas me abruma, como un leve mareo tras una ginebra.
Tu texto me ha remitido a este irremediablemente, procuraré encontrarla para cuando haya algo que celebrar;-)
Muchas gracias, Rocío, también tu nombre sabe a aroma, a uno fresco y nuevo siempre. A esta entrada le vienes muy bien. Rocío con ginebra;-)
Un abrazo.

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Si usted me permite afirmarlo, es un texto de corte decadentista. Esta muy emparentado con algo que leí de Huysmans hace más de veinte años, donde hay unas reflexiones, o descripciones,sobre distintos perfumes.

Acabó este autor, un dandy como usted sabe, convertido al catolicismo.

Al fin y al cabo también ungieron a Cristo con un frasco de bálsamo. También el perfume puede conducir a la salvación del alma.

El alarde que hace de vocabulario marinero me parece soberbio y enérgico. Como todo el artículo.

Muchas gracias por su amabilidad.

Reciba los saludos de su lector.

GdL.

Olga Bernad dijo...

Querido GdL, creo que el texto sí es un poco decadentista;-) Yo no he leído a Huysmans pero lo buscaré (aprendo mucho con mis comentaristas), me gustan los dandys y me parecen muy interesantes los conversos. Y los perfumes, como el mar, son una de mis pasiones. Siempre me gustó la escena que usted rescata del evangelio. Un momento privilegiado de la historia en el que a un Dios hecho hombre se le puede obsequiar con algo que impregna los sentidos y el alma. Me parece de una humildad inmensa y de una enorme belleza ese romper el frasco del mejor perfume para los pies cansados de Dios.
Si usted me quiere acompañar por este paseo perfumado de mar y jazmines, tengo otro sitio adonde ir.
Buenas noches y muchas gracias.

Anónimo dijo...

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