viernes, 6 de junio de 2008

El retrato de Lucrecia

Mi padre, como otros hombres de su generación, no tuvo más estudios de los imprescindibles; mi madre, muchos menos. Aunque lo que natura no da, Salamanca no lo presta, ellos se quedaron sin poder cultivar sus facultades para la ironía. El contratiempo educativo les dejó en el alma una conmovedora fe en la cultura y un empeño ciego en que todos sus hijos estudiasen, por lo menos, dos o tres carreras. Como primera medida, mi padre llenó la casa de enciclopedias. Atendía a todos los vendedores con la amabilidad del que sabe muy bien lo que es hacer cosas raras para ganarse la vida y, de paso, les compraba lo que vendían. Su gozo en un pozo, porque mis hermanos nunca estuvieron por el enciclopedismo, pero la verdad es que a mí me gustaban aquellos libros pesados, la suavidad casi plástica de sus hojas y su olor a novedad. Recuerdo con especial afecto El Mundo de los Niños y El Monitor… aunque ninguna como La Historia del Arte de Salvat, diez maravillosos tomos llenos de láminas donde he visto todo el arte del mundo sin aplicar más método que el de la apetencia.

En la página cuarenta del tomo sexto vi a la mujer que quería ser: Lucrecia Panciatichi, pintada por Bronzino. Luego he querido ser muchas otras, pero ella es aún sorpresa y presencia, con su claridad imposible y su vestido rojo, su preciosa mano sobre el libro, su formalidad, su geometría y su fondo oscuro. Tan normal y tan distinta, tan consciente, un poco burlona (podría ser tan inmisericorde si no fuese porque no lo es), tan serenamente aburrida, tan delicada y rotunda, tan nítida y tan de verdad… qué rara calidez en su pose de figura congelada. Aún regreso con frecuencia a sus dominios y dejo que me mire con su lucidez casi insensata. Ella me envuelve en esa visión superior que parece no desatar del todo sus lazos con la tierra y yo sigo pensando en el gesto tan bonito de su boca, que tal vez esconde una sonrisa (pero muy bien) que podría, tres segundos después, convertirse en mohín de sollozo; pues no, porque ella es muy mujer y muy seria y se sienta con la espalda bien recta y no vuelve a la niñez, igual que nunca envejece. Es tan real y tan irreal esa persona. Las habrá más guapas, más clásicas y más paradigmáticas, pero yo quería ser ella y, cuando pienso en ella, estoy segura de que Bronzino se enamoró mientras la pintaba y quiso mostrarnos una majestad natural que tuvo que ser cierta.

Cuando la miro sé lo que veo y me gusta lo que veo, y eso no me ocurre siempre con las personas que tengo frente a mí. Ella forma parte de mi paraíso particular, desorganizado pero concreto; estará en el espejismo que veré si un día termino de volverme loca, está en la estrambótica habitación donde voy guardando todo lo que elijo.


Olga Bernad

Actualización del 17 de julio de 2009: Lucrecia en Famayor. Gracias, Manoli, por acompañar con tus quimeras a las mías, tanto tiempo después.

21 comentarios:

Juan Manuel Macías dijo...

Hoy aparezcoa a horas raras para decirte que no das tregua, pero qué bien.

Por cierto, yo tengo en mi "paraíso particular", cerca de uno de los ordenadores en que trabajo, una foto de la princesa Leia que me acompaña desde niño y es un cromo del que nunca me deshice. Al lado está una "Beatriz" pintada por Dante Gabriel Rosseti que siempre me pareció una de las metáforas más curiosas de la eternidad. Y, no muy lejos, una imagen del capitán Haddock, que es el hombre que siempre he querido ser (pero sin whisky Loch Lomond). Tu texto, una maravilla. Espero que nunca terminemos por volvernos cuerdos... Un saludo, siempre admirado.

Olga Bernad dijo...

Qué alegría que te guste mi texto. De no ser así, lo hubiera sentido por la maravillosa Lucrecia. Sin embargo, no sé si eres una buena influencia para mí: te veo peor que yo.
No, no es cierto, es un consuelo que otro muestre también sus estampitas. Me encanta el capitán Haddock, pero reconozco que, aunque él hace del insulto casi un arte, lo que más me gusta del mundo es la amabilidad. A mí el whisky Loch Lomond me parece perfecto, conozco el lago Lomond y la zona del castillo de Stirling, cuna del agua de vida que desata (más) las malas pulgas del capitán.
Ahora mismo me voy a servir un poco de Laphroaig, un excelente whisky que deberías probar y con el que brindaré a la salud de la princesa Leia y de Beatriz. Y a la tuya, claro.

Anónimo dijo...

My dear sister, aunque no te lo acabes de creer , me ha gustado mucho, lo poco que veo de tu estrambótica habitación. Quedé tan intrigada con tu Lucrecia, que no pude resistirme ha hecharle un vistazo al susodicho cuadro. Y si quieres que te diga la verdad , pues chica, que hasta te le pareces. Le cambiamos los ojos y el pelo, te ponemos un vestido rojo, y quién sabe…
My sister, en un retrato, pero ahora con vestido rojo.

Olga Bernad dijo...

Pues pon a Lucrecia como fondo de escritorio, a ver si así te acuerdas más de mí. Qué pena no haber compartido algunas cosas de éstas contigo (otras sí); pero bueno, lo hacemos ahora que ya somos mayores y estás tan lejos… tú y yo sabemos que en nuestra calle, no sé, como que era difícil que el manierismo saliera en la conversación. Estoy loca, pero no tanto. Vivan las enciclopedias, en cualquier caso. Un vestido rojo me voy a comprar. No lo sé, que el rojo me pone demasiado en plan morena de la copla y Lucrecia se me irá más lejos. Ya veré.
Kisses, my dear, dear sister.

Juan Manuel Macías dijo...

Uisce beatha... Creo que se decía así ¿no? En tiempos me dio por estudiar gaélico pero abandoné a los pocos días, desolado, cuando me enteré de que la secuencia "mh" se pronunciaba "v", lo cual es demasiado para un humilde helenista :-) Gracias por el brindis. Lo secundo!. No conocía esa marca, pero tomo nota. A mí me gusta uno que se llama Macallan, pero en pequeñas dosis.

Olga Bernad dijo...

¿También gaélico? Tienes que tener más cuidado. Y esa falta de formalidad en la pronunciación es, por supuesto, para abandonar su estudio. Entre mi hermana y tú debería haber un término medio.
Uisge beatha, creo, agua de vida, curiosamente usada también como anestesia por el gremio de cirujanos y barberos (eran el mismo gremio, fíjate). Siempre en pequeñas dosis, que tiene muchísimo peligro. ¡Salud!

Anónimo dijo...

A una mujer bella es de justicia que se le acomode un bello retrato. Claro que, para rizar el rizo, al bello retrato de una mujer bella debe corresponderle un texto de tan emotiva elegancia como tu entrada. Cerrado, pues, el círculo de círculos de la belleza, ya sólo queda felicitarte. Sea así. Y, para no ser menos que otros visitantes, lo hago con un brindis, bourbon en mi caso.
¡Salud y saludos, Betty-Lucrecia!

Olga Bernad dijo...

Oh, qué rabia, al final me rendí. Muchas gracias, Antonio, conseguir una “emotiva elegancia” me parece un propósito difícil, pero es un buen propósito, sobre todo para hablar de Lucrecia. El bourbon también me gusta (soy una hedonista), a pesar de que a algún refinado amante del single malt le parezca sacrilegio. No son horas, pero esta noche el brindis será con Jack Daniels, yo no tengo nada en contra de que se mezcle maíz y trigo y los manantiales de Kentucky me suenan estupendamente, como para ir. A tu salud y a la de los pocos caballeros que en el mundo quedan.

Caperucito Lorca dijo...

Veo que tu blog no tiene demasiada trayectoria. Pero ¡vaya! con lo que ya llevas. Escribes muy bien.

Besos de 'encantado de conocerte'.

Olga Bernad dijo...

Acabo de empezar, como ves, ni siquiera como lectora conocía esto de los blogs hasta hace poco tiempo, y no sé ni adornar las entradas con fotografías. Pero me importa el texto y lo que escriben los demás. Esa es la política de estas caricias y me alegro de que te gusten. Gracias, Caperucito, te mando un par de esos mismos besos.

fa mayor dijo...

qué bien escribes Betty.
qué suerte haberte encontrado.
Pienso seguir leyéndote, aunque algún día no se me ocurra qué decirte.
Fa.

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, Fa. Sí que fue una suerte (para mí).
Lee lo que quieras y escribe cuando quieras, de eso se trata. Ni más, ni tampoco menos. Yo siempre estoy encantada con tus visitas y siempre me interesará lo que digas.
Saludos tristones de domingo por la tarde. Uf, casi prefiero los lunes…

Hernán Díaz de Leyre dijo...

Con la palabra exacta.

Gran blog.

Un saludo.

Olga Bernad dijo...

Me desespero por la exactitud, así que ése es el elogio que más me gustaría merecer.
Gracias, Hernán. Bienvenido.

Anónimo dijo...

Parece que tu padre no era el único que se entusiasmaba comprando enciclopedias. El mío hacía lo mismo. Todavía recuerdo aquel año de vacaciones en la playa y aquel autobús al que subió con el bañador puesto y bajó con la Historia de España y una colchoneta hinchable entre otros artículos de regalo. Supongo que el afán por dar a sus hijos lo mejor era el mismo. La diferencia es que ninguno de nosotros nos entretuvimos en hojear semejantes tomos. Creo que el “olor a novedad” sigue dentro. Me ha encantado tu texto, Lucrecia. No lo podías haber contado mejor.

Olga Bernad dijo...

Qué padres más geniales, no me digas que no. Nosotros íbamos a la playa en nuestro propio SIMCA 1200 blanco con techo negro, un coche precioso (yo me sentía como la Koplowitz porque no todas mis amigas tenían coche y padre guapo), y allí no le podían vender enciclopedias, que si no… Lucrecia y muchas cosas más me encontré en aquellos tomos. Entonces no había internet ni televisión por las mañanas, leer era objetivamente una de las mejores formas de pasar el rato. Aún estás a tiempo, quién sabe lo que te puedes encontrar.
Gracias, Iseo, lo he contado lo mejor que he podido. A veces tú me haces sentir muy Lucrecia.

Anónimo dijo...

Aquí estaré más de acuerdo contigo que con Miguel Labordeta: todo eso que vivimos, sí que es parte de lo que somos y sí que nos dice quién somos (dudas existenciales aparte). Mi infancia también incluye una gloriosa enciclopedia: Fauna de Salvat y el gran libro de cromos Vida y Color (casi una enciclopedia en sí mismo (ambos de mi hermano). Todo ello es verdad, era nuestro Internet, y nos permitía saber que existían otros continentes, otras razas humanas y animales salvajes; que más allá de nuestra calle y de nuestro barrio había un mundo que ignorábamos aunque a veces nos pareciera sólo una quimera.

Olga Bernad dijo...

Es muy bueno el Retrospectivo existente al que te refieres, desolado por un sentimiento y una época terrible:

"¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo."

Lo que viví y lo que elijo me dice quién soy, Lucrecia me lo dice un poco, pero eso es casi un acto de la voluntad. Sólo habla de mi extraño criterio para elegir modelos. A veces también tengo la sensación de registrar bolsillos desiertos.
Gracias, Blackbird.

Alfaraz dijo...

Yo también crecí con el "Monitor", sirva la complicidad libresca.

Pasaba por aquí repasando textos. Salu2.

.

Olga Bernad dijo...

Ay, el Monitor, tuve que dejarlo en casa de mis padres porque no podía llevarme todas las enciclopedias y, claro, quería mi Historia del Arte. Es parte de mi infancia la que está allí. Aún abro algún tomo de vez en cuando...
Yo estoy haciendo lo mismo contigo(me refiero a repasar textos.-)
A mí me sirve esa complicidad, y me gusta.

sbobet dijo...

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