Muchas veces a lo largo del día me canso de oír las mismas discusiones y de encontrar las mismas maneras de afrontarlas, es como si todos fuésemos clones de un replicante sin luz. O la cerrazón o la socorrida petición de argumentos. Y los argumentos, sólo cuadros expuestos de nuestra mediocridad y nuestros particulares fantasmas, juicios ajenos, ideas tiradas a la cara de los otros y mala intención.
Por eso cada vez pido menos explicaciones y estoy menos dispuesta a darlas. Pero no he renunciado a entender a los demás y aún me gustaría mirar a los ojos de la gente y saber de verdad qué hay dentro. Ya sé que es imposible y, si desisto de la discusión y no siempre es posible el amor, si los códigos del sentido común ocupan todo, sólo puedo moverme por sospechas, destellos que te marcan un camino, y por mis ganas de ir. Produce sonrojo decir estas cosas (pensarlas es distinto, ahí me permito caprichos) pero ir caminando hacia alguien es la única manera de vivir que me interesa.
El hecho de convencer es un espacio en blanco que otro abre al mirarnos o al hablar aunque nuestra vida sea un esquema completo (pero nunca es completo sino útil). Es un pequeño e íntimo milagro a veces vergonzoso que sólo los fuertes se atreven a no encubrir. Podría ser como aceptar un disparo y sus consecuencias mientras quien está a tu lado prepara el cemento gris con el que sellará las grietas de su alma, las únicas rendijas por las que podríamos entrar. Los más sensatos amasan deberes y justicia; los pusilánimes, razón. Los peores, violencia.
Las arquitecturas más raras de la soledad y el miedo me producen a veces una sonrisa devastada de incomprensión y cansancio, con su absurda planta de fortalezas inexpugnables, y un dolor propio y ajeno que es mejor aprender a soportar.
La felicidad es que esos castillos no existan, hablar con alguien, intercambiar pequeñas verdades que el otro acepta o corrige y, en el mejor de los casos, ama. Y encontrarlos también dignos de amor.
Ojalá sea posible suspender la incredulidad de los demás para desearles al menos buenas noches.
Olga Bernad
Por eso cada vez pido menos explicaciones y estoy menos dispuesta a darlas. Pero no he renunciado a entender a los demás y aún me gustaría mirar a los ojos de la gente y saber de verdad qué hay dentro. Ya sé que es imposible y, si desisto de la discusión y no siempre es posible el amor, si los códigos del sentido común ocupan todo, sólo puedo moverme por sospechas, destellos que te marcan un camino, y por mis ganas de ir. Produce sonrojo decir estas cosas (pensarlas es distinto, ahí me permito caprichos) pero ir caminando hacia alguien es la única manera de vivir que me interesa.
El hecho de convencer es un espacio en blanco que otro abre al mirarnos o al hablar aunque nuestra vida sea un esquema completo (pero nunca es completo sino útil). Es un pequeño e íntimo milagro a veces vergonzoso que sólo los fuertes se atreven a no encubrir. Podría ser como aceptar un disparo y sus consecuencias mientras quien está a tu lado prepara el cemento gris con el que sellará las grietas de su alma, las únicas rendijas por las que podríamos entrar. Los más sensatos amasan deberes y justicia; los pusilánimes, razón. Los peores, violencia.
Las arquitecturas más raras de la soledad y el miedo me producen a veces una sonrisa devastada de incomprensión y cansancio, con su absurda planta de fortalezas inexpugnables, y un dolor propio y ajeno que es mejor aprender a soportar.
La felicidad es que esos castillos no existan, hablar con alguien, intercambiar pequeñas verdades que el otro acepta o corrige y, en el mejor de los casos, ama. Y encontrarlos también dignos de amor.
Ojalá sea posible suspender la incredulidad de los demás para desearles al menos buenas noches.
Olga Bernad
18 comentarios:
Menudo artículo: implacablemente bueno. Rematadamente bueno. Da gusto leer una prosa como ésta. Y al margen del placer literario, sólo puedo decir amén. Hoy me veo comentando a unas horas rarísimas, así que admirativos buenos días. Besos.
Debería haber puesto buenos días, pero igual que anoche no se dejaba publicar, hoy no se deja editar. Es una novedad agradable, de todas maneras, recibir unos admirativos buenos días.
Besos.
Ojalá sea posible.
Pues sí cariño, como dirían por aquí, "I totally agree" con este precioso texto,no sabría decirte con que parrafo estoy mas de acuerdo. Cuanta cerrazón y sobre todo mala intención, "da asquico".
Buenas tardes, buenas noches, buenos dias y "buenas ...", en general.
Buenas en general, corazón, thank you
kindly.
Todos construimos castillos, Betty, sólo que algunos son inexpugnables y otros bajan su pasarela en cuanto asoma un jinete en el horizonte. La vida consiste en ir aprendiendo qué asedios merecen la pena y cuáles no. Y quizás en ello se esconda también algo de felicidad, ese pájaro inconstante. Saludos.
Todos los castillos que construimos tienen algo de inútil, por mucho que aprendamos no siempre podemos decidir sobre nuestra inexpugnabilidad (qué palabra más fea). Mientras tanto, el miedo o la estupidez defienden almenas que seguramente nadie amenazaba, y nos perdemos cosas, estoy convencida. Pero bueno, también nos libramos de peligros, así que cada cual sabrá si lo suyo es ciencia o cobardía. Yo casi me conformo con seguir teniendo ganas de mirar al horizonte (porque a veces…). Saludos, Antonio.
Sigues con un estilo brillante, encendido, apasionado. Muy bien y con pleno acierto.
O casi pleno, porque el antepenúltimo párrafo no lo entiendo, o si lo entiendo, entonces no estoy de acuerdo. Dices que:
“Las arquitecturas más raras de la soledad y el miedo me producen a veces una sonrisa devastada de incomprensión y cansancio, con su absurda planta de fortalezas inexpugnables, y un dolor propio y ajeno que es mejor aprender a soportar.”
No sé cuáles son esas “arquitecturas más raras”, pero sobre la soledad sólo son posibles dos “arquitecturas”: que sea o no elegida. Si la soledad es elegida, entonces debe merecer todo el respeto del mundo porque es elección que no daña (o daña mucho menos que otras) y porque obedece a la libertad con que cada uno hace su vida. No pide reconocimiento ni aplauso ni nada. Si no lo es, si la soledad es consecuencia de una circunstancia inevitable, merece toda la comprensión y auxilio posibles. Sólo hay un caso que se acercaría a lo que entiendo de tu párrafo: la soledad elegida, pero proclamada y autocompasiva. Pero ésta no merece la pena, no hay que “aprender” a soportarla ni prestarle ninguna atención, basta con ignorarla porque es un lujo de patético narcisismo.
Con esa salvedad para mí, consecuencia probablemente de no haberte entendido, la reflexión es acertada.
Un saludo.
Ay, Antonio, es difícil explicar ese párrafo. La soledad elegida puede ser tan respetable como el suicidio, pero puede producirme tristeza, digo yo, (siempre con tu permiso, por supuesto) y dolor, porque da soledad también al que se acerca y convierte los pequeños milagros en cosas raras. Dudo de nuestra capacidad para ser veraces sobre los motivos de esa elección. Y no siempre lo entiendo, pero lo intento y de ahí la incomprensión y el cansancio. La sonrisa vuelve a ser un acto de fe. La otra, la inevitable, es la más atroz. No hay nadie sonriendo ni lamentándola.
Curiosamente, la elegida pero proclamada y autocompasiva me produce mucha más ternura, encuentro el narcisismo profundamente humano. Pero también me produce cansancio.
En fin, supongo que lo absurdo, lo estúpido y lo inocente, es mi actitud. Me lo han dicho muchas veces. Y yo he comprobado muchas más lo que otros me han dicho. De alguna manera, me niego a aprender. ¿Hasta cuándo? Hasta que aguante.
Gracias por venir, siempre te echo en falta.
Saludos.
Impresionante artículo. Sobre esta última discusión, no sé.¿Se puede elegir la soledad?¿No estamos siempre solos en última instancia?
Los castillos son indispensables, el problema es creérselos. Es bueno saber cuándo decirle a la cabeza que debe parar de hablar para poder escucharnos a nosotros.
AQUÍ VA UN REGALITO:
ESTÁS SOLO
Estás solo, lo mismo.
Yo no toco tu vida, tu soledad, tu frente,
yo no soy en tu noche más que un lago, una copa,
más que un profundo lago,
en que puedes beber aun cerrados los ojos,
olvidado.
soy para ti como otra oscuridad, otra noche,
anticipo de la muerte,
lo que llega en el día frío el hombre espera, aguarda,
y llega y él se entrega a la noche, a una boca,
y el olvido total lo ciega y lo anonada.
Sin límites la noche,
pura, despierta, sola,
solícita al amor, ángel de todo gesto...
Estás solo, lo mismo.
Ebrio, lúcido, azul, olvidado del alma,
concédete a la hora.
IDEA VILARIÑO
Santiago
Muchas gracias por tus palabras. Es indispensable un poco de protección y un poco de soledad (al final, sabemos que es inevitable), pero estoy convencida de que se pierde energía e inteligencia en protecciones innecesarias e inútiles; algo se puede hacer, algo valen alguna vez los demás, todos lo hemos sentido. Si no se puede, si de todas formas vamos a estar solos, con más razón “concédete a la hora”. “Ebrio, lúcido, azul”. Y saber distinguir a quién abrir la puerta, como decía Antonio Serrano, es otra aventura. Entre el todo vale y la “aristocracia mental” de la que habla un amigo mío (cosa que yo detesto) habrá alguna persona que merezca la pena. Y alguna traición, y alguna decepción, y mucha soledad y mucha gente... la vida, oye, qué más queremos.
No sabía de esta escritora, la conocí a través del blog de Juan Manuel.
Te agradezco mucho el regalo. Bienvenido, Santiago.
No siempre que alguien está sólo lo ha elegido y se ha construido sus castillos para serlo.
Muchas veces la soledad elige a la persona, o más bien son los otros (culpa social) los que no le han encontrado lo suficientemente original o destacado para merecer su atención o su afecto.
Esa legión de perdedores existe y no necesita construirse castillos. Aunque muchas veces al final los haga para no avergonzarse de ser ignorado por los demás y justificar que su situación viene de su propia elección personal, que siempre es más elegante y bohemio.
Somos animales sociales y no podemos evadirnos de ello: el roce, el comentario ocasional, el gesto cómplice... nos alimentan y si nos faltan nos hundimos.
Vaya, hay variados modelos de castillos y de culpas (y castigos) sociales e individuales, pero es verdad que no viene mal reconocer de vez en cuando hasta qué punto necesitamos el gesto cómplice. O lo queremos. O lo necesitamos y lo queremos.
Si nos falta, no sé si nos hundimos del todo, porque yo creo que soportamos la desdicha hasta límites insospechados; pero se llama desdicha, yo creo que sí.
Gracias, Blackbird, saludos.
Betty, qué lujo leer tus entradas y vuestros comentarios. Es como colarse en un lugar privilegiado. Es como subir montañas y asomarse a las alturas. Sí, querida, sí.
¿Me dejas mirar?
(Estoy escuchando el Ave María de Schubert, en un vídeo de Youtube, y me pongo solemne. Es lo que tiene el arte religioso)
Por cierto, no sé yo hasta qué punto somos conscientes de lo elegido o no de nuestras soledades. Otra vez las paradojas: uno se engaña acompañándose físicamente de otro con el que mantiene una distancia real insalvable, y quienes necesitamos poner distancia con las personas a veces para poder seguir acompañándolas más tarde.
He pasado el día hoy con mi hermana y mi sobrino adolescente y me doy cuenta de lo difícil que es la convivencia y cuán frágil es nuestro pretendido equilibrio de solitarios.
También pienso que hay mucha patología en esas fortalezas construidas por algunos, que por mucho valor que se le eche es terriblemente difícil echar abajo.
Y bueno, particularmente hoy por hoy no me siento terapeuta. Y la verdad es que hay gente que se hace muy difícil de acompañar.
Un abrazo, Betty.
Ay, Fa Mayor, yo sólo escribo una entrada y luego me dedico a aprender de los comentarios y a contestar con la mayor sinceridad posible, y a veces tengo la sensación de haber hecho algo mal. Así que quédate a vivir y tráete el Ave María. Yo tampoco sé hasta qué punto somos conscientes de lo elegido de nuestras soledades, pero mejor no insistir. Hay fortalezas inexpugnables, claro, es como si alguien te dijese que no te quiere cerca, no se puede ni tal vez se debe hacer nada contra eso. Yo tampoco soy buena terapeuta. Y todos marcamos territorio. Creo que debería escribir otra entrada defendiendo todo lo contrario de lo que defiendo en ésta. A veces me canso de que me consideren una ilusa (por decirlo agradablemente), aunque siempre acabo reincidiendo debido a mi confuso o inexistente concepto de inteligencia. Pero a estas horas estoy cansada de verdad.
Un abrazo, Fa.
"y aún me gustaría mirar a los ojos de la gente y saber de verdad qué hay dentro. Ya sé que es imposible"
¿Porqué imposible? Yo lo hago todo el tiempo. no sabes cómo ayuda a entender, comprender mejor todo. Con respecto a tu posteo, me parece IMPRESIONANTE!!
Estoy muy de acuerdo con los dos. Antonio. ¡Qué más puedo agregar...
Nunca estamos solos y creo que siempre necesitamos el gesto
cómplice. Un beso y seguí construyendo castillos. Vale la pena.
Gracias, Anónimo, por tu impresionante con mayúsculas, y también por tu fe en los ojos de la gente y en la capacidad de discernimiento. Es agradable de contemplar (aunque tal vez imposible). No quisiera construir ni encontrar demasiados castillos, pero bueno, supongo que tú lo dices en un sentido más fantasioso que militar. No sé qué tiene más peligro. Bienvenido.
Hay cosas del blog que aun no has aprendido, a las técnicas me refiero según decías, las otras las llevas innatas. Te felicito.
Un beso.
Posdata. No me equivoqué al ponerte en los enlaces de mi radiobaliza.
Tengo muchos problemas con las técnicas en general. ültimamente no puedo ni publicar entradas cuando quiero, ni editarlas, y me cuesta un verano publicar los comentarios por medio de un correo interpuesto (yo no me lo he interpuesto, ni sé ni tengo tiempo). No me hace caso ni mi propia página, sólo voy a hacer reflexiones tristes.
Gracias, de todas maneras, por las felicitaciones y el beso. Lo importante sigue siendo lo importante.
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