lunes, 16 de mayo de 2016

POST SCRIPTUM


 Ahora que es la hora del después, cuando después de publicar un libro todo empieza a desdibujarse y sólo queda (ay, Dios mío) hablar de él, y tú no sabes muy bien qué decir ni hacia dónde va lo siguiente, pero sabes que un proyecto terminado es siempre otro capítulo de la melancolía, es ayer, es no sé, es qué más da ya lo que sea si lo tuyo ya lo hiciste; ahora que las circunstancian mantienen el mar tan lejos, vuelvo al consuelo de las iglesias barrocas, esos muros en los que aún puedes confiar: la soledad sonora de la columnas salomónicas y los panes de oro. Aunque viejos profesores nos mostrasen el barroco desde su miopía (la cual deseaba ser clásica y sólo era torpe), algunos fuimos cayendo en toda esa verdad, el viaje del manierismo y el escorzo al sentimiento, la perspectiva rara, la belleza y el horror (vacui). Por eso nunca (jamais!) nos sentimos a gusto en las habitaciones minimalistas de nuestros ligues. Mobiliario indigno de personas adultas, todo como habitaciones para niños tontos que pudieran tal vez abrirse la cabeza contra alguna esquina. Y sí, podrían. Ese menos es más tan mentiroso. Esa simpleza, esa desolación. En la sombra barroca de San Carlos me abanica el talento, la precisión, la angustia y la paz de unos hombres complicados, atormentados, algo farsantes, tan humanos y divinos como el hombre del barroco y el de hoy. Esa sociedad sucia. La impostura del disfraz y esa terca verdad bajo sus muros. Todo junto. Y revuelto, como mi corazón. No sé qué capítulo nuevo escribirá mi ansiedad, pero estoy deseando instalarme en el futuro.