domingo, 1 de febrero de 2009

Veintisiete horas de vuelo sobre el mar

A Angós y su perfecto Espíritu de San Luis.



Creo que nuestra atracción por el riesgo suele tener más de flirteo que de amor. Por eso nos arriesgamos deportivamente (puenting, rafting, singermorning) y conjuramos su auténtica naturaleza con fines de semana planificados al detalle, un equipo supertope guay y unas cuantas pólizas de seguros que aseguren la carencia de inseguridad. Es como buscar el orgasmo sin pasar por la aventura de contar con otro (lícito pero no igual, digo yo) como querer descubrir la cuadratura del círculo y arriesgar, pero reservándote el derecho de reclamación si, en el traicionero camino de la aventura, la suerte deja de estar de tu parte y te rompes la crisma. La mera posibilidad parece excitarnos, pero los atisbos de realidad no son bienvenidos. Por eso yo busco a mis arriesgados héroes en historias llenas de una rara pasión, la que no siempre entiendo, la que les elevó por encima del miedo y les llevó muy lejos.

A mister Lindbergh le llevó de Nueva York a París en 1927, a bordo de un avión con un solo motor. Un hombre de veinticinco años, una fe y unos cuantos pilotos previamente muertos que no consiguieron convertir esa fe en duda razonable. Pero su idea no tenía nada que ver con la locura, sino con la valentía, el deseo, la incertidumbre, la esperanza y la razón. Todos los mares procelosos sobre los que debe mantenerse a flote el convencimiento.

Su éxito se forjó lentamente, mientras abandonaba sus estudios para hacerse piloto, mientras se bautizaba de aire en pie sobre las alas, mientras agotaba el combustible de aviones que iban a estrellarse para que no se prendieran fuego y poder así, tal vez, salvar alguna de las cartas que llevaba como carga. Uno no bate el récord de salto al vacío desde aviones incontrolables porque sí. Uno lo bate para algo, para que en su momento la suerte le sonría con una sonrisa mucho más bella que la mueca de los incrédulos, los que aplauden sólo al final y sólo si no te matas.

Cuentan que durante el vuelo, que duró en total más de treinta y cinco horas, el cansancio le hizo hablar con sus fantasmas. Que sólo llevó cinco bocadillos y cinco litros de agua porque, si llegaba a París, no necesitaría más. Si no llegaba, tampoco. Que sólo podía llevar un hombre y un motor para evitar peso, que calculó y no sólo soñó. Que tenía razón.

Se equivocó seguramente en muchas otras cosas, y la suerte no le sonrió para siempre, pero esas veintisiete horas de vuelo sobre el mar son más valiosas que la vida entera de algunos hombres y su completa traición a sí mismos. Qué fácil era perderse en el Atlántico, qué sencillo no haber empezado a volar.

Por un sitio en el “Espíritu de San Luis” volando sobre el mar, por estar ahí dándole la mano, tan a salvo como una nunca está, tan encantada por el miedo y la alegría, tan sonámbula por el esfuerzo, regalaría mi reino si lo tuviera. Por decirle muy en serio, vamos, mister Lindbergh, no hay que pensar en pilotos muertos.

51 comentarios:

Juan Manuel Macías dijo...

Me parece tremendamente apasionante la figura de esos hombres que viven para cumplir una única hazaña, o para fracasar en el intento. Esa idea monotemática de tipos como Lindbergh, Shakelton, y tantos otros... Y luego, cumplda la hazaña, queda la vida plana por delante. Casi dan ganas hasta de morirse. Es como si la hazaña huiera sido de otro, ellos ya son la sombra de un héroe. Se parece mcho a escribir un poema. Ángel González decía que escribir un poema era para él como un orgasmo... Ay, pero el orgasmo, como la lluvia de Borges, siempre es algo que sucede en el pasado. El orgasmo siempre es de otro.
Me encanta esta entrada, y la sabrosa pulpa que percibo tras tu precioso y alado recuerdo del aviador. Genial eso de "(...) Que sólo llevó cinco bocadillos y cinco litros de agua porque, si llegaba a París, no necesitaría más(...)". Y el "singermornig", sublime. Moraleja para estos días de aventureros de "Coronel Tapioca".
Enhorabuena. Besos, Olga.

Máster en nubes dijo...

Uy, me ha encantado, Olga. Ay lo de los riesgos pero "seguros", qué razón tienes, todo milimetrado hasta en la sorpresa. Vaya aventureros que somos...



Brindemos por el Espírtu de San Luis y por cualquier espíritu que nos permita emprender vuelos. Yo me apunto (con miedo, pero ya lo venceré)

Aquí una apasionada de Shakelton, otro hombre que arriesgó, a los pies de la apasionada de Lindberg, otro que tal baila.

Aurora

Olga Bernad dijo...

Puede ser. Las auténticas hazañas no se cumplen más que una vez en la vida, ni siquiera una vez por cada hombre. Y luego, por comparación, la vida puede resultar plana. Queda dar conferencias, etc. Pero la pasión que te arrastra a cumplir una meta increíble, la entrega, la inteligencia, la voluntad y todo, hasta la suerte, todo a su servicio, ofrecen un espectáculo digno de verse y pensarse. Se puede parecer a escribir un poema, sí, el gran poema de tu vida, siempre que no los hagas como churros esperando que la máquina funcione y que pongas algo vital en él. Que el orgasmo no sea fingido. No es lo mismo recordado que fingido, supongo. Me ha hecho gracia eso de que es como la lluvia de Borges, que siempre sucede en el pasado. No sé:-) Lo pensaré. Quizá porque el presente es demasiado arrebatador como para usar la conciencia. Para cuando la usas, ya es del pasado y, por tanto, de otro. Puede ser.
Muchas gracias, Juan Manuel, siempre sacándoles jugo a mis entradas, eres genial:-)
Besos.

Víctor González dijo...

El piloto que os escribe, segundo de una compañía en la que sólo hay dos, ve cada día Olga y Juan Manuel a otros muchos compañer@s que emprenden la aventura señera de superar la jornada con y para sus familias, y que vuelven a emprender la hazaña al día siguiente y así. Algun@os empiezan a entrar en pérdida sin esperarlo, con un plan de vuelo correcto una revisión del aparato apropiada y unas indicaciones de la torre claras, pero cambiadas las condiciones climáticas ya nada es igual. Much@s remontan y concluyen el vuelo a duras penas alcanzando la pista de milagro, otr@s van sembrando las inmediaciones del aeródromo de desastres de fuselajes y lágrimas, cada vez más, la verdad sea dicha, y todos igual de dramáticos.
Abrazos a los dos.

Olga Bernad dijo...

Sí, Aurora, me temo que somos unos arriesgados de pacotilla, unos ¿fingidores de orgasmos? No me quiero meter en terreno pantanoso…
Yo también tengo miedo, pero brindo contigo por el Espíritu de San Luis. Ay, Shakelton, qué hombres, no me digas:-)
Me alegro mucho de que te haya gustado, Aurora.
Un besazo.

Olga Bernad dijo...

Piloto, te esperaba. Pero no nos asustes más de la cuenta, que no todos somos valientes:-)
Bueno, indudablemente, hay una heroicidad cotidiana en cada jornada de vuelo, como en cada jornada de un albañil o de un minero. Es una idea genial para otra entrada, pero déjame que hoy celebre a mister Lindbergh, su aventura y su empeño, su locura y también su sensatez, porque lo consiguió, llegó a París y tú puedes saber lo difícil que era, lo loco que lo consideraban cuando, además, despegó con niebla. Quería hacerlo ese día y desapareció en la niebla, con todos los consejos en contra. Sólo arriesgaba su vida, eso es verdad, no la de otros, quizá eso a un valiente le ayude a poder serlo.
Un beso, piloto. Buen vuelo siempre, siempre.

Víctor González dijo...

Estaba convencido que con nuestras madres lo de fingir se había terminado, jajaja claro que pantanoso.
No pretendía asustar a nadie querida amiga. Es sólo la visión de otros héroes cotidianos. Lo de Mr.Lindbergh será siempre memorable. Arriesgó su vida, es cierto, y culminó su propósito, y hoy algún maravilloso admirador del valor como lo ha hecho tú lo recuerda su hazaña para mayor gloria de la aviación y del ser intrépido. Lo que yo pretendía querida Olga, era mencionar a muchos de esos héroes que vamos viendo en Sevilla por muchos sitios ya, Renault es sólo un ejemplo, y constatar su valor también, ya que no está garantizado que otra bloguer maravillosa insisto, vaya a mencionar su aventura diaria dentro de ochenta años.
Un beso admirado.

Olga Bernad dijo...

Muy optimista te veo con respecto al tema del fingimiento de orgasmos (no es por preocupar.-)
Pero sí, tal y como están las cosas, en Sevilla y en Zaragoza, qué te voy a contar de la General Motors que tú seguramente no sepas, y de tantos otros sitios, se ha convertido la vida en un "ere que ere" peligroso a más no poder. Yo sufro directamente esa peligrosidad, y me parece muy bien que los héroes cotidianos acompañen a Lindbergh en mi entrada, de tu mano.
Gracias por el beso y por la admiración. Yo te mando otro volando:-)

Víctor González dijo...

A lo primero; por San Críspulo! No! No! y mil veces no!. Qué decís doncella? Acaso tendré que poner en mi tapiflex medidores de intesidad? o deslizar en el fragor, un testigo en el anular de mi amada conectado a un polígrafo? Por las canillas de San Epifanio, Epi para los amigos, que pulsaciones y murmullos no han de mentirme. Espero...
Una sonrisa vale más que risas fingidas.
Un beso verdadero.

Pedro dijo...

Los héroes. Seres que asocio con niños, quizás porque poblaron mi niñez, quizás porque solo la imaginación testaruda de uno de ellos puede alumbrar estas gestas sobrehumanas, inhumanas. ¿Ya no hay héroes -sigo mi razonamiento- porque no hay niños? ¿Porque solo se encuentran sucedáneos aquejados, todo lo más, de infantilismo agudo? No lo sé, ni siquiera sé si lamento su desaparición como especie. Pero hombres y mujeres valientes, eso sí existe, y cada día son más necesarios. Personas que se suben a su monomotor particular y cruzan la larga noche del miedo y la soledad con la esperanza de una victoria pequeña, silenciosa, sin fotógrafos ni champán, pero brillante y cálida como una mañana de mayo en los Campos Elíseos...
Gracias por tan hermoso texto, Olga.

Olga Bernad dijo...

Pues lo que faltaba, con lo complicado que puede ser el amor ya de por sí, meter a la máquina de la verdad por en medio. ¡No des ideas, que hay mucho loco suelto! Las cosas se hacen como Lindbergh: con lo imprescindible. Y a confíar tocan:-)
Y toda la culpa de esto, Juan Manuel, que se le ocurren unas cosas..;-)
Es también un tema muy interesante que daría para unas cuantas entradas.
En fin, Víctor, que no falte el buen humor (por si acaso, y sigo sin querer preocupar)jeje.

Olga Bernad dijo...

Hay muchas mujeres y hombres valientes, y muchos cobardes. Todos tienen mérito y todos son necesarios. Y la cobardía también tiene su canción, yo soy fan de Arquíloco, no lo puedo evitar. Pero a veces se echa de menos algún héroe y hasta algún santo, tenemos hambre de ellos y eso tiene una parte muy peligrosa (fíjate qué desastres han llegado a hacer en el último siglo hombres que eran seguidos por multitudes y considerados héroes en su momento), pero también tiene la otra cara hermosa. La del hombre con entusiasmo, no locura, no infantilismo, pero sí una ilusión cierta que a veces sale bien. Y el champán en los Campos Elíseos es una imagen de celebración de lo excepcional con lo excepcional. Esos momentos tienen su sitio en la historia y yo se lo he buscado también en una de mis entradas y sí, quería hacerle un hermoso texto.
No pienses, mira, alégrate por él, brinda conmigo. Que luego ya cogeremos nuestros monomotores particulares, de eso no nos libra nadie:-)
Gracias a ti por tus palabras, Pedro, siempre bienvenidas.

Juan Manuel Macías dijo...

Yo creo que el champán en los Campos Elíseos es el preámbulo de ese vacío llamado gloria. Es un champán más bien agridulce, hay una tremenda melancolía en la victoria, en terminar un poema y, sí, en dejar atrás ese precario momento del orgasmo. Contesto por alusiones orgásmicas :-). Ahora, bromas aparte, lo que dicen Víctor y Pedro me parece muy justo, evidetemente, hay una vida plana que hay que saber ganarse honradamente. Pero supongo que Lindbergh no pensaba en la gloria en el momento de su travesía. La gloria, más bien sería un castigo. Haber estado allí, y haber sabido ser el que volaba, ser el otro. En fin, eso es lo que extraigo de tu texto. Precioso, insisto. Besos.

Olga Bernad dijo...

Debe haber una tremenda melancolía en la victoria, y en esa copa de champán efímera y burbujeante. A mí también me parece muy justo todo lo que dicen Víctor y Pedro (menos el asunto del polígrafo, que lo encuentro extravagante.-)
Nadie que consigue un logro así puede hacerlo sólo pensando en la gloria, tiene que seguir una pasión y tener una capacidad de entrega imposible de mantener si las cosas se hacen sólo de cara a la galería. Debe haber algo muy auténtico de fondo, creo yo. Por eso digo en el texto que su victoria se fraguó muy lentamente, quizá durante toda su vida. Y después… no sé. Yo he querido quedarme suspendida en el brindis, y quiero que estéis ahí, porque las cosas hay que celebrarlas (y los orgasmos sentirlos, vale, es que ya no se me va de la cabeza, jo:-)
Luego no lo sé. No toca hoy.
Besos, Juan Manuel, tus comentarios son objetivamente un lujo.

José Miguel Ridao dijo...

Más que la hazaña de Lindberg, a mí me dejó boquiabierto leer la del explorador polar Fridtjof Nansen a bordo del Fram. Merece la pena ver las fotografías que hizo él mismo a finales del siglo XIX, y leer el reportaje que le dedica National Geographic en el número de enero.

Siento discrepar de la mayoría de las opiniones, espero no parecer un bicho raro. Para mí estas gestas, si bien no están exentas de grandeza, me parecen en cierto modo estériles, presididas por el afán de ser el primero en algo e impregnadas de un egoísmo supremo. Siempre que leo una de ellas no puedo evitar pensar en las familias que se quedan detrás, rezando por que un ser al que quieren no les deje desamparados y pueda compartir con ellos algunos días más antes de emprender una nueva aventura.

Un abrazo, Olga.

Olga Bernad dijo...

Creo que más que discrepancia es una matización que te agradezco. Sí, entiendo que el récord por el récord es un asunto vacío, pero hay que distinguir, pienso yo. Una gesta así no es ni mucho menos estéril: la aviación, la navegación, la historia, se ha movido a golpe de “fronterizos”, gente que explora el peligroso límite de lo posible y va un poco más allá. Con su riesgo, no es sólo él el que viaja, somos todos los demás los que avanzamos. Ahora, tomar un avión y cruzar el Atlántico es una cosa casi normal. Todo el mundo se reía de Leonardo da Vinci y sus preciosas alas, pero hace falta que alguien piense en esas cosas cuando parecen imposibles, que otro retome la idea, que otro quiera saber hasta dónde se puede llegar, que muchos fracasen y que, por fin, alguien de un pasito más… me parece muy injusto meter todo en el mismo rasero. Creo que quien sigue una pasión se olvida hasta de sí mismo. ¿Egoísmo? No hace falta hacer grandes gestas para ejercerlo, la mediocridad está llena de él. Y el concepto de riesgo es muy relativo. Piensa en un minero, en un conductor de autobús,… sus familias sufren igual, supongo, y eso no impide que hagan lo que tengan que hacer. Hay una foto de Lindbergh con su madre justo antes de partir que es preciosa, la buscaré. Querer a otro es dejarlo volar.
Un abrazo, José Miguel. Buen lunes.

Olga Bernad dijo...

Por cierto, la foto del barco en el hielo es maravillosa, tan antigua que parece un dibujo, tan increíble que parece mentira:-)
Gracias, José Miguel.

José Miguel Ridao dijo...

Yo pienso que Lindberg podía haberse esperado un poquito antes de cruzar el atlántico, igual que Nansen, Scott o Amundsen antes de llegar al polo sur (por cierto, sólo este último lo logró). En mi opinión los avances técnicos se deben a los inventores y a los empresarios emprendedores, y seguirían su curso sin necesidad de estos héroes, si bien reconozco que les dan un aura de leyenda.

A lo mejor soy un poco prosaico, pero estimo que la felicidad cabe en una vida "mediocre" con su poquito de egoísmo, entendiendo por "mediocres" a los individuos que no sienten la necesidad de bajar a explorar la fosa de las Marianas. Además, veo que los héroes como Lindberg tienen una existencia desgraciada, y no son capaces de adaptarse a la vida cotidiana.

Creo que ésta es la foto a la que te refieres. A mí me da pena de la madre, su hijo tenía muchas más papeletas de morir que un conductor de autobús.

Si te gustó la foto del barco, mira otra en el mismo enlace de los exploradores fuera del Fram. Nansen es el primero; parecen fantasmas intemporales.

Un abrazo, Olga.

Olga Bernad dijo...

Es que los inventores o los empresarios para mí pueden ser tan aventureros como Lindbergh. No estoy en desacuerdo, en principio, con lo que dices. Yo no hablaba exactamente de felicidad, ni de que la victoria consista en hacer una cosa concreta, sino de aquellos que siguen su pasión auténtica. La entrada no es más que una versión literaria de esa victoria, la cual tiene un brillo verdadero y hermoso, para mí. Que el momento es efímero, que convierte necesariamente la vida en una especie de cuesta hacia abajo… puede ser. Todo eso nos trae la conciencia de lo inaprensible que es el tiempo, que nunca se detiene. Aplíquese a cada momento glorioso de la vida de cada cual, publico o privado.
En cuanto a que podían haberse esperado; perfectamente, de hecho todos los demás esperaron, por eso ellos lo hicieron antes. Su madre me enternece, me conmueve su dignidad; y tu frase me hace pensar en lo misterioso del reparto de papeletas para morir, que es como dudar de la existencia de Dios, o afirmarlo, basado en lo probable.
Me encanta hablar contigo de esto. Y también esas fotos que me recomiendas… creo que este tema merecería una serie completa de entradas.
Un abrazo, José Miguel.

Andrei Rublev dijo...

La palabra "piloto" sugiere hermosura, exotismo, rutilantes aventuras y un amor en cada puerto. Por eso le viene bien el añadido del flirteo y la pasión con el que comienzas el texto...
Bromas aparte, nada hay más alejado de mí que este emprendedor que abrió brecha (quiero creer que con turbias circunstancias políticas y personales. No sé, habrá que releer a Philip Roth, o bien los libros de historia). Puesto que no tiene nada que ver conmigo, apenas diré nada salvo que representa esa meta a la que aspirar: la acción por la acción, el intentar el todo por el todo asumiendo que se está aquí para eso. ¿Acaso la vida no es un todo por el todo que al final acaba en nada?
Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Yo también regalaría mi reino si lo tubiera por un huequecito en el "espiritu de San Luis" porque desgraciadamente soy de las solo flirtea con el riesgo, mi valentía tiene muchos límites pero intento no dejar de soñar.

Otra hazaña de texto, mi querida heroína.

Besitos

Olga Bernad dijo...

Pues sí, Arsenio, la palabra piloto, el acto de volar, la hazaña convertida ya en leyenda…tiene ese aire atractivo, pero la diferencia entre flirteo y amor con respecto al riesgo, yo creo que marca la distancia entre el simple “triunfador” de anuncio y el seguidor de su propia senda, sea lo que sea lo que haya que jugarse.
En ese sentido no es tan distinto, como le he dicho a José Miguel, un investigador que se quema las pestañas y todo el tiempo de su vida detrás del fantasma de una neurona y no de ganar premios (pero tal vez al final los gane); el poeta que no sólo se dedica a decir “estoy triste” para ponernos tristes, sino que realmente consigue dejarnos en el pensamiento un color imborrable; el médico, el piloto… a veces sale; la “hazaña” planeada puede celebrarse. Y eso no garantiza la felicidad, ni significa que la vida completa sea un conjunto de aciertos. En el caso de Lindbergh, no fue así. Supongo que al final está la nada (o el cielo o el infierno, vaya usted a saber) pero lo que hemos hecho hasta llegar a ella es en parte cosa nuestra.
A veces veo en ese deseo que vence por un instante, una cierta limpieza, una pureza. Y en la celebración, un poco de justicia.
Pero lo que me importa es el momento, las veintisiete horas de vuelo sobre el mar.
Un beso, Arsenio. Ay, cómo me emociono con este tema (sorry).

Olga Bernad dijo...

¡Gema! Dándome paseos por Edimburgo y tú desaparecida (¿en combate?). Desde luego, yo tampoco hablo de mí, por eso le admiro tanto, porque admiramos lo que no somos:-)
Aunque a testaruda no me gana nadie, pero no sólo se trata de empeñarse, se trata de acertar. En fin.
Gracias, cariño, me encantaría estar ahí contigo. Tú eres valiente, valiente.
Besos, hermana.

Maria Luisa dijo...

Todo un acontecimiento.
Cuando piensas en este hombre dices: Que ilusión, que ímpetu, que valor y que inconsciencia.
Nosotros ahora con los viajes tan planificados, tan correctos y el con su pequeño avión desafiando como tu dices los mares procelosos, (como me gusta esta palabra)
Vamos a decir bien fuerte:
¡Bien por mister Lindbergh

Un beso.

Olga Bernad dijo...

Es una curiosa mezcla de inconsciencia, un toque de "locura", sí, pero también de rara conciencia de lo que puede ser. Garantías nunca hay, yo creo que eso le da más valor. Porque las hazañas del tipo que sean las hacen hombres y no dioses: sin saberlo todo, sin poder controlarlo todo, apostando la única vida que tienen... Yo creo que se merece un bien. Y, seguramente, cada persona con la que nos cruzamos merecerá al menos una sonrisa.
Yo te mando una bien sincera, María Luisa, porque tú siempre estás dispuesta a celebrar las cosas de los otros, desde una entrada en un blog a un acontecimiento en el aire:-)
Gracias, Reina.

Antonio Azuaga dijo...

“…Por decirle muy en serio, vamos, mister Lindbergh, no hay que pensar en pilotos muertos.”

Mira, Olga, yo estoy seguro de que por alguno de esos pliegues o túneles que flirtean con la curvatura de nuestro tetradimensional universo, le ha llegado a Lindbergh esa voz de aliento y confianza. Probablemente acaba de emprender su hazaña y te ha leído; posiblemente tienes algo que ver en aquélla. Porque las palabras, se diga lo que se diga desde fidelidades newtonianas, no llegan, desde el momento en que se escriben o dicen, sólo a los que están con nosotros, y luego, a los que estarán después. Su acción no es como la de la bola de billar que golpea antes en una y más tarde sobre otra; su efecto es parecido al de una piedra que cae en un estanque: un cono de infinitas ondas que conmueven el agua en todas sus posibles direcciones.

¡Palabras que se han dicho hoy oídas por quien ayer paseaba!... ¿Borgiano?... ¿Ficción peliculera?... No sé; lo único que pretendo decir es que tu entrada se merecía que Lindbergh la hubiera leído al pie de su hazaña. Porque no se habla así de los héroes todos los días. Y los héroes necesita muchísimo de la palabra antes de serlo. No después, que es lo fácil. Estoy completamente seguro de esta teoría, y si no se acomoda con la realidad, lo que hay que hacer es cambiar de realidad porque la nuestra es demasiado vulgar.

Un beso

Olga Bernad dijo...

Mira, querido Antonio, yo no sé si esos pliegues del universo son posibles, pero deberían serlo. A Borges le parecería bien, estoy segura. Pero el aliento y la confianza gratis son raros incluso “en directo”. Tampoco sé si Lindbergh los necesitaba, seguro que su alta figura tuvo que convertirse en muro de piedra contra la que chocaran miradas incrédulas, reticentes, cínicamente paternalistas, pretenciosamente superiores o directamente despreciativas. Tal vez ni se hubiera parado a leer mis palabras, pero lo que admiramos es nuestro de una manera innegable. Yo tengo más claro que el agua lo que admiro. Y admiro a Lindbergh aunque él nunca lo vaya a saber. Mala suerte, sí, pero eso no cambia nada.
Sin embargo, estoy segura de que, para llegar a volar sobre el mar, se agarró a algo. Alguna palabra de raro consuelo pronunciada cuando las cosas no estaban claras (no somos ángeles: esa hazaña la logró un hombre), mucho antes de conseguirlo. Seguro que esas palabras fueron las que le llevaron a volar, como a otros les llevan a ser médicos, a ser atletas, a escribir, a lo que sea. Palabras de otros que se funden con sentimientos profundos. Nadie nace sabiendo lo que quiere ser ni sabiendo qué parte de la victoria va a ser suya. Los demás siempre cuentan.
Para mí las tuyas son siempre agua de mayo, aun en pleno febrero.
Después, cuando llegó a París, ni siquiera tocaba el suelo. Tal era la muchedumbre que le esperaba al bajar del avión.
Un beso.

carmen jiménez dijo...

Volveré y leeré estas 27 horas de vuelo sobre el mar. Ahora sólo vengo para decirte que te he dedicado un reconocimiento especial en mi blog y quería hacértelo saber antes de irme a dormir.
Un abrazo.

Olga Bernad dijo...

Muchas gracias, Carmen. Ya fui ayer por la noche a verlo (a las tantas:-). Ese reconocimiento es bonito de sentir, y muy amable por tu parte.
Guardaré tu mención, para recordarlo, en las caricias ajenas.
Un abrazo.

Marta Fernández Olivera dijo...

Me gusta Olga, y no me cansare de decir que me bebo tus letras, lo haces muy facil... y me ha recordado a un documental que vi aqui en un canal autonomico, sobre los primeros escaladores de Cataluña, de esos que abrian vias, lo hacian a la aventura, sin mapa, sin reseñas, con zapatos o en su defecto espardeñas de suela de esparto, camisa, corbata y cuerda de cañamo nada flexible, se jugaban la vida por el amor a lo que fuera, la montaña, los aviones, el mar...digno de admirar!
un abrazo!

carmen jiménez dijo...

Supongo que gracias a hombres como Lindbergh, la humanidad progresa. Hombres valientes que calculan los riesgos y aún así se atreven con ellos. Mi espíritu aventurero no llega tan lejos. Si acaso me atrevería con un orgasmo:)) que con los tiempos que corren, también tienen su riesgo:)
Un abrazo a todos.

Olga Bernad dijo...

Gracias, Marta. Tu comentario le encantaría a mi hermano, si tuviese algún interés en los blogs literarios o lo que sea esto, que no lo tiene. Es montañero y se emociona con esa generación de aragoneses y catalanes (ay, los Pirineos, qué altos son;-) que escalaban con zapatillas de suela de esparto, abriendo vías y ayudando a que los mapas fuesen ciertos y no inventados. A mí Dios no me llama por esas sendas, que están muy en cuesta para una fumadora, pero en el fondo es todo lo mismo. Si lo importante no fuese la idea general, sino la anécdota, no creo que me hubiese fijado en mister Lindbergh. Que yo recuerde, nunca me han gustado los suecos, y volar me da miedo;-) Pero le quiero o algo así.
Un besazo, guapa. Bon día.

Olga Bernad dijo...

Carmen, oye, pues cada uno a lo suyo, a los riesgos que prefiera. Si tu corazón te dicta que a por ello, pues a por ello, mujer;-)))))
El que hace lo que puede, tampoco está obligado a más. Eso sí, nada de fingir, jeje.
En fin, un casto abrazo.

José Luis dijo...

Me gusta mucho el blog, aparte de escribir el post pertiente (y elocuentemente) "mimas" a tus seguidores.

Chapeau!

Anónimo dijo...

Olga, simplemente agradecerte tu felicitación de ayer.
Me permito hacerlo a mi manera.
Respondo a la pregunta: ¿Alguna relación entre el valor y la maternidad?

GAVIOTAS EN EL ACANTILADO

No eres la más sabia ni la más fuerte.
Simplemente tienes mucho que perder.
Por eso te arriesgas.

En las islas del mar Báltico las gaviotas anidan en los acantilados.
Es un sitio como otro cualquiera. El acantilado.
Somos muchas.
Unas creyentes, otras agnósticas.
Las hay incluso aconfesionales.
Pero todas somos aves.

Nuestra vida discurre en un devenir continuo entre la pesca y el nido.
Un día y otro también.

Los vientos de este mar son afables. Normalmente.

Aquel jueves de noviembre el viento roló al norte y se mezcló con la furia de las nubes grises.
...la tormenta estaba a punto de comenzar, ....el miedo se apoderó del alma de todas las gaviotas de la bandada,...no había ni una que supiera nada...nada de lo que había que hacer en una situación así;imposible contener al enemigo, la lluvia, el frío y el miedo.
El miedo.

¿De qué sirve vivir si te atenaza el miedo?

¿Qué pasará dentro de una hora?

Estábamos atrapadas entre el acantilado y la tormenta. Si te vas malo, si te quedas peor.

Sólo había un ave que intuía lo que había que hacer.

Una sola ave para tomar una decisión.

Un segundo de gloria o una eternidad en el infierno.

La señora miró de frente a la tormenta. Salió del nido espoleada por su instinto.
Sus ojos azules tenían la belleza de la edad y la determinación del genio.

Si hay que morir lo haremos con dignidad.

Desplegó sus alas y se dejó llevar por el viento del norte.
El primer envite del vendaval la arrojó contra las rocas.
Se lastimó en las alas pero su alma permaneció intacta.

Lo volvió a intentar con las alas pegadas al cuerpo.
Se dejó caer y sin planear entró en barrena.
Directa al vacío.

Y cuando estaba a punto de estrellarse, abrió súbita y dolorosamente su velamen, lo extendió con orgullo y arrogancia.

¡VAMOS!, -gritó-

Y la vieja ave logró encontrar la pirueta de salida, la acrobacia sentida para escapar de la trampa del viento del norte.

Marcó el camino para que el resto de la bandada la siguiera.

No eres la más sabia ni la más fuerte.
Simplemente tienes mucho que perder.
Por eso te arriesgas.

Gaviota madre.


Un segundo de gloria o una eternidad en el infierno.

enrique dijo...

Siempre me ha parecido admirable el arrojo de estas personas que se enfrentan a lo desconocido.
C
reo que luego Lindbergh se hizo más humano y tuvo episodios más oscuros, como el secuestro de su hijo y su apoyo al nazismo...

Olga Bernad dijo...

Bueno, José Luis, intento “mimar” a mis comentaristas de la única manera que sé: teniendo en cuenta sus comentarios (que no es siempre dándoles la razón, pero sí valorándolos, porque son un lujo). Aprendo mucho. Procuro no tratar mal a nadie gratuitamente, ni dejar que lo hagan.
Un saludo y bienvenido.

Olga Bernad dijo...

Driver, espero que ayer pasases un muy feliz día y que hoy sigas, por lo menos, igual. Ese texto me recuerda a un libro que leí en el cole, ¿me equivoco? Es muy cierto, entre la pesca y el nido se van todas las energías, pero siempre hay alguien que, aun dentro de “la manada”, intuye un poco más. Y arriesga, no porque tenga menos cargas, quizá porque tiene mucho que perder si las cosas van mal.
El valor y la maternidad van íntimamente unidos de una manera curiosa. Personalmente, tener mi primer hijo hizo que volvieran todos los miedos que creía superados y estrené alguno nuevo: inseguridad, temor a que me ocurra algo, miedo al futuro… el corazón siempre en vilo por otro. No sé, pero a pesar de todo repetí. Supongo que podemos llamarlo valentía;-) Los hijos son nuestra mejor hazaña. No pienso ya en la vida sin mis dos hijos, pa qué.
Un abrazo y muchísimas gracias, Driver.

Olga Bernad dijo...

Ay, Enrique. A Lindbergh la vida le dio luces y sombras muy profundas. El secuestro de su bebé es un tema que nunca se aclaró del todo, creo. Pero no sé cómo se debe vivir a partir de una cosa así. Tonteó con el nazismo, perdió a su hijo… una vida brillante y terrible a partes iguales. Durante esas veintisiete horas de vuelo sobre el mar, todo eso lo esperaba en el futuro, pero el futuro no debía ser nada ahí arriba.
(¿Qué tal se están portando esos cuarenta y uno? Si se desmandan, ponga orden:-)

Anónimo dijo...

Me ha encantado. Como ha dicho Azuaga,"tu entrada se merecía que Lindbergh la hubiera leído al pie de su hazaña. Porque no se habla así de los héroes todos los días. Y los héroes necesita muchísimo de la palabra antes de serlo".
No puedo decirlo mejor.

Olga Bernad dijo...

Este personaje lo admiro en parte por ti, ya lo sabes, que me contagiaste tu interés. Esa maqueta del espíritu de San Luis es la perfección hecha de cajas de leche del revés y remaches de alfileres. Una obra de arte.
La verdad es que pensé en ti al escribirla, pero me corta un poco eso de dedicar entradas.
Va, aunque sea tarde te la dedico. Lo debí hacer desde el principio:-)

Anónimo dijo...

Gracias, Olga.

Olga Bernad dijo...

Not at all.
A vos, por la inspiración:-)

Gemma dijo...

Supongo que la vida pocas veces tiene tanto sentido como cuando te arriesgas por algo y aciertas.

Se me antoja el mejor antídoto para hacer frente a toneladas de rutina por venir... ;-)

W-besos

Olga Bernad dijo...

Ay, con esto pasa como con lo de ser genial, que no vale con creérselo... hay que acertar. Falla cualquiera de las dos cosas y ya no es lo mismo:-)
Ante la duda, vamos a lo seguro, y que otros vayan saltando al vacío, si quieren. Cualquier opcion me parece bien, y cualquiera es respetable, pero cada pecado lleva su penitencia y la rutina es la más común, sí.
Besos, Mega.

Anónimo dijo...

Es importante que la gente haga cosas que nadie antes se atrevió a hacer, que descubra nuevos caminos, eso es lo que suele hacer avanzar a la humanidad, sobre todo si no se persigue tanto la gloria propia como el tirar del carro de la historia.

Otros nos quedamos “quietos paraos” y nos cuesta arriesgar un poquito. Soy poco aventurero, la verdad, y la aventura con máquinas todavía me seduce menos. A mí, que aventura me parece circular una noche de invierno por carreteras secundarias desconocidas.

Puestos a elegir no me atrae mucho Lindbergh (su ideología era un tanto oscura). Más estoy con Shackleton por la lucha por la supervivencia, él sí que tuvo que exponer su propia piel contra el frío durante dos años, sin máquinas (destruido el barco) ni perros y salvo a todo su equipo. Y desde luego, como ya te han comentado muchos, por cualquier héroe diario que lucha por su supervivencia aquí o en el tercer mundo, y en especial los que lideran a estos supervivientes en su lucha.

Un beso

Olga Bernad dijo...

Anda, que ya sé que la aventura con máquinas no es lo tuyo… pero tienes tu encanto, sobre todo si te pienso en una noche de invierno por carreteras secundarias desconocidas, angelico:-)
Lindbergh tiene una parte mucho menos brillante, sí; la historia de Shackleton es otra variante del heroísmo. Quizá su auténtica hazaña fue conseguir salvar a sus hombres que era, al final, lo único que le interesaba. A veces el valor hay que gastarlo fuera de los planes, los planes tienen la costumbre de desbaratarse.
Te dejo con otro grande, mister Battiato. Me mandaron esta canción al hilo de la entrada y no quiero quedármela para mí sola.
Besicos varios, Black.

Isabel Barceló Chico dijo...

A poco que pensemos, las hazañas extraordinarias de estas personas que se retan a sí mismas, nos estremecen y de algún modo nos devuelven también la fe en la capacidad humana para el sufrimiento, el entusiasmo, la voluntad y tantas otras cualidades. Recuerdo haber visto el "Espíritu de San Luis" en el Smithsonian museum de Washington y la fragilidad que desprendía. Casi más que un ser humano. Besos, querida amiga.

Olga Bernad dijo...

La fragilidad de ese avión, comparado con los actuales, nos pone de manifiesto mucho, más que cualquier otra cosa, la dimensión de ese viaje.
Un avión espiritual.
Siempre pensé que el nombre de ese avión era buena literatura.
Un beso, Isabel, espero que tu ordenata esté mejorcito:-)
Y muchas gracias por acercate, a pesar de todo.

Martín Martínez dijo...

Olga: me gustó mucho lo que escribiste en tu entrada. Pero el deleite mayor estuvo en el diálogo entre los comentadores y tú. En principio estoy más de acuerdo con lo que plantea Víctor, de la heroicidad de lo cotidiano, de pelearle a la rutina, al desgaste. Que la sumatoria de tantas batallas diarias durante años da mucho más que las veintisiete horas sobre el océano. Me viene a la cabeza el trabajo de ser madre como ejemplo sumo. A su champán y a sus Elíseos los calla, por pudor, o porque sabe que la vida es así, que la felicidad viene con poca campana.
PERO no escribo esto para establecer “una” postura. Lo hago porque, repito, me encantó el intercambio. Leer tus razones para exaltar su gloria, ver los cabos sueltos que van quedando y dan pie para otras entradas (felicidad para los que disfrutaremos de ellas).
Dijiste “Nadie que consigue un logro así puede hacerlo sólo pensando en la gloria, tiene que seguir una pasión y tener una capacidad de entrega imposible de mantener si las cosas se hacen sólo de cara a la galería. Debe haber algo muy auténtico de fondo, creo yo.”
Nunca lo sabremos, pero si eso sirve para inspirarnos, vale. No importa –en este momento- si posteriormente fue un filonazi. Alguien dijo que la historia es un género dentro de la literatura. La frase puede escandalizar a alguno, pero tiene su verdad. No podemos conocer la verdad de sus motivaciones para realizar el vuelo. No podemos juzgarlo a la luz de hechos posteriores. Eso nos regala un terreno amplio, fértil para especulaciones, donde todas son válidas, y más si nos sirven de inspiración. Si nos dan esperanza, si nos inoculan fortaleza.
Si hace que escribas un texto tan bonito, vale por dos. Y si arranca esta sinfonía de comentarios, fiesta. (Me gustó que me haya salido la figura de la sinfónica. Los instrumentos son disímiles, el conjunto puede dar algo muy bello. Escribir comentarios es un género menor del goce, pero lo es.)
Disculpa por haber andado perdido, pero volví de mis vacaciones y el reencuentro con el trabajo fue arduo. Saludos

Olga Bernad dijo...

Gracias por lo que dices del texto y también de los comentaristas. Estoy encantada con este vecindario;-)
Sí, esa “competencia” de heroicidades es un tema que salió al hilo de la entrada y que no contradice su esencia, si acaso la completa. Yo también estoy de acuerdo en que el desgaste cotidiano y la maternidad pueden ser circunstancias para la heroicidad, simplemente la entrada se había centrado en otro aspecto. Y no me parece escandaloso decir que la historia es un género dentro de la literatura, siempre lo ha sido. En cualquier caso, la entrada no pretende ser historia, sino recreación absolutamente subjetiva y personal sobre la sensación de un hecho concreto que sí fue histórico. Me fascina el personaje y el momento, como prototipo y como pieza singular de ese puzzle siempre incompleto que hemos dado en llamar historia.
“Vacaciones”, Martín, qué divina palabra. Por estas latitudes son una cosa de agosto, ese mes de nuestra nostalgia;-) Ánimo con la vuelta al trabajo, que sea por la puerta grande.
Un abrazo.