jueves, 15 de enero de 2009

Andábata XVII: Mariposas a sus órdenes

Acababa de cumplir trece años y empezaba la primavera. En ese preciso instante, aún no sabía qué cruel es abril. Fue un abril frío, pero yo estaba jugando a baloncesto y tenía calor. El baloncesto es un juego rápido y te envuelve, te hace pensar y, a la vez, no te lo permite. Sigues sin pausa el balón deseado, te enreda la voluntad si sabes entregarte: fuerza y reflejos, aguante y rapidez, engaños, las ágiles cinturas, el salto hacia delante, el lanzamiento y esa gloriosa manera de acertar, el ruido del balón venciendo el hueco de la red y, luego, el breve aplauso que es como una tregua. El balón para el otro y continuar; más lucha, diversiones, enfados, el dolor del cansancio y la alegría del partido. Yo me concentraba tanto que me olvidaba de mí misma. Alguna vez paré y me di cuenta de que el agotamiento estaba a punto de hacerme vomitar, pero nunca le oía acercarse porque siempre jugaba con los cinco sentidos, porque íbamos perdiendo y eso puede cambiarse, porque íbamos ganando y eso es frágil hasta el final.

Llevaba aquellos pantalones de las niñas de antes, los azules de espuma, cortos y ajustados, la camiseta blanquísima, las medias largas hasta la rodilla y las John Smith que me daban suerte. Llevaba el pelo suelto y la sangre alborotada, y el esfuerzo hacía que me ardiesen los ojos y los labios y la punta de los dedos. Tenía mucho calor.

Logré rozar el balón en un pase muy torpe, la mano surca el aire y lo consigue, rompe la voluntad del contrario; toqué la piel rugosa de aquel balón pero no pude atraparlo. El silbido del árbitro sonó a la vez que mi fastidio, y yo corrí a recuperar el balón perdido, lo lancé con rabia contra el suelo antes de devolverlo con un golpe violento hasta la pista. Entonces le miré. Y él me miraba. Me miraba desde hace mucho tiempo, estaba claro. Aquel hombre me miraba de cerca y desde lejos. Me miraba. Era alto y me miraba en silencio, con una calma rara, quieto y callado en el margen de la cancha. Recuerdo la cazadora verde con la cremallera subida hasta arriba, las manos en los bolsillos, la tensión felina que sostenía sus hombros completamente inmóviles. Mirada interceptada. Fue como una exigencia y una súplica, y un ejército de mariposas a sus órdenes se metió en mis pulmones y llegó hasta mi estómago, un golpe de sangre me inundó las mejillas y no tenía nada que ver con el rubor, pero también, y también con un extraño orgullo. El corazón me latió debajo del ombligo. Me incliné ante él, apoyé las manos en las rodillas como una jugadora más, lo que ya no era, y recé por mi aliento.

No sabía entonces que en los breves segundos que pasaron mientras mi respiración se recuperaba y yo volvía a levantar la cabeza, se me estaba escapando la inocencia. Seguí jugando a baloncesto, seguí jugando en las conversaciones de mis amigas a tenerles miedo a ellos, y seguía temiéndoles, pero ya sabía que el deseo se iba a burlar del miedo cualquier tarde y que yo era capaz. Esa mirada llamó a todas las puertas, con su ritmo nuevo de selva antigua aparecida en medio de un campo de baloncesto. Tambores para mí, vibraciones sin ruido, olor de pólvora, y yo con un sabor metálico en la boca de boticaria inquieta que acaba de chuparse un dedo envenenado. Supe lo que quería: quería más. Esa conciencia clara, y la conciencia de que no podía decirlo, me hizo sentir mayor y sucia. Fuerte y débil. La fuerza que nos da lo que aprendemos, la que nos quita una pureza que nunca tiene dos oportunidades en la misma persona.

Después fueron cayendo las miradas de los hombres como la lluvia sobre un campo mojado.

Dejé de jugar a baloncesto, niñas nuevas formaron el equipo del colegio mientras yo paseaba, camino al Instituto, con novios y carpetas. Luego la Facultad y las oficinas y todas esas cosas que nos pasan. Alguna vez le veo caminar por el barrio. Me observa y me recuerda, pues ya nos conocíamos. Pasará los cincuenta. Yo subo al autobús con mis dos hijos, uno en los brazos, el otro de la mano. Hola, guapa.

Creo que no sabe nada.

Olga Bernad

54 comentarios:

Juan Manuel Macías dijo...

El descubrimiento del deseo trae consigo la certidumbre de nuestro propio cuerpo. Ni siquiera el ejercicio físico y la agonía de un partido de baloncesto pueden darnos esa certidumbre. Genial el contraste de escenarios y el ritmo de la narración. Por cierto, esto me recuerda aquella entrada de los amores platónicos y la discusión que se suscitó. En griego antiguo existe la misma palabra para definir el amor y el deseo, eros. El deseo que descubre el peso del cuerpo y la ley de la gravedad, la gravedad de las mariposas. Inmenso relato. Enhorabuena, Olga. Besos admirados.
P.D.: Oye, por cierto, genial también la etiqueta. Toda una declaración de intenciones :-) Así me gusta, transgrediendo los géneros...

Olga Bernad dijo...

Ay, la gravedad de las mariposas. Dura lex, sed lex.
Muchas gracias, Juan Manuel. Tenía dudas con la nueva etiqueta, pero me apetecía separar los relatos del resto de las prosas. Sigue siendo un cajón de sastre (o desastre) para un montón de cosas: cuentos de verdad, cuentos de mentira y, sí, eso que llaman microrrelatos y yo quiero hacer alguna vez, pero siempre se me alargan;-)
Me alegro de que hayas disfrutado del partido, yo lo hice.
El deseo descubre el peso del cuerpo, da contenido preciso a la idea de amor, o de eros, o de lo que sea (no me quiero meter en un berenjenal ya:-). Pero, cuando lo sientes, sabes lo que quieres. Y sabes que lo querías hace tiempo, y que seguirá siendo así.
Besos, Juan Manuel.

Alfaraz dijo...

Ay los 13 años! Es que es son esos, ni uno más ni uno menos.
Y muy bien contado, claro.

Aunque hubiera sido una buena ocasión para incluir foto.
Es una idea, vaya

;-)

.

Olga Bernad dijo...

Pues claro que son esos, no me iba yo a equivocar, que soy la cuenta cuentos:-)
Es cierto, es una edad mágica y terrible. Lo fue para mí. "Y es doloroso y triste haber dejado atrás la Venecia en que todos, para nuestro castigo, fuimos adolescentes" Corríjame si me equivoco.
Bueno, que está la foto de siempre y la que colgué con la felicitación de DVD muy reciente... tenga paciencia:-)
Un saludo, Alfaraz. Muchas gracias.

Alfaraz dijo...

Perfecto!

Ademas de todo lo anterior veo que también coincidimos... en nocturnidad.

.

Olga Bernad dijo...

A mí no me queda más remedio, si quiero escribir. Y quiero.
Creo que coincidimos en Venecia y la nocturnidad. Será el "Monitor", que imprime caracter:-)

Andrei Rublev dijo...

Lo que tiene la literatura (como el recuerdo) es vivir aquel partido tantas veces como se desee. ¿Se ha dado usted cuenta de que ha arracimado en torno a sí a un montón de hombres que la admiramos en silencio mientras se esfuerza en ganar el partido? Con la misma gracilidad, idénticas medias, los pantaloncitos... (con perdón)? Pero prefiero callarme para continuar admirándola desde la grada, circunspecto, con las manos en los bolsillos. Adiós, guapa.

Olga Bernad dijo...

De lo que me he dado cuenta es de que me acuesto muy tarde para escribir, me levanto muy pronto para trabajar y, aun con el cansancio y el frío, la literatura me hace sonreír. Como usted:-)
Vienen muchas chicas también, hombre, y eso es un buen pago para el tiempo perdido, recordado,inventado que intento poner en marcha en cada entrada.
Muchas gracias por venir a leer, Arsenio, y por participar. Y por esa admiración inmerecida.

Juan Antonio González Romano dijo...

Qué buena conjunción de narración y reflexión, Olga; has construido un relato impecable. Sería más que interesante conocer la otra perspectiva, la del cincuentón que te ve pasar todas las mañanas con tus hijos y recuerda lo que no fue (no sólo recordamos lo que ha pasado, sino también lo que no quiso o pudo pasar).

enrique dijo...

El baloncesto siempre me ha encantado, desde la NBA a las canchas de los institutos...

Olga Bernad dijo...

Muchísimas gracias, Antonio. Eso de “relato impecable”, viniendo de todo un “profe”, me suena muy bien:-)
Tienes razón, sería interesante. Y sería un reto para mí poner en palabras la otra parte de la parte contratante. No sé si lo colgaré como entrada, pero te aseguro que escribiré esa otra perspectiva.
Un saludo.

Olga Bernad dijo...

Esta cancha era la del colegio todavía, pero sí, viva el baloncesto:-)
Saludos, Enrique, le veo parco en palabras últimamente. Se han echado de menos sus caminos.

Anónimo dijo...

El descubrimiento del deseo nos hace grandes,hace que tengamos el control en muchos casos y que lo perdamos en tantos otros.Esa experiencia también la viví,pero con la diferencia de que la otra parte con el paso de los años me lo recordó.Perfecto relato,tiene mucha fuerza.Besos.

Máster en nubes dijo...

Qué bien escribes y titulas, Olga. Aunque, quizás, para ponerse a las órdenes de alguien, a algunas mariposas no les basta una mirada. Sino que ellas vean que las ven.
Me ha encantado.

Olga Bernad dijo...

Es como encontrarte en la mano un cuchillo de doble filo, y muy afilado, un arma potente con la que no sabes muy bien qué hacer. Tienes que aprender a controlar esa fuerza, es verdad. Ay, los recuerdos… ¿tú crees que también son verdad? Llevar a los demás hacia allí por medio de la palabra es un ejercicio un poco loco. Me pregunto si veis lo mismo que yo.
Un beso, Selene, y muchas gracias.

ONDA dijo...

!!!TRIPLE !!!

Existían en tu época? Cuando yo tenía esa edad creo que no.
Recuerdo aquel mítico Madrid de Luyck, Corbalan, y aquel rubio de pelo rizado... alero que era además el capitan.. Ahora no recuerdo el nombre y yo sentado a la vuelta del colegio disfrutando de aquellas retransmisiones con mi colacola en vaso de duralex de medio litro, con hielo y limón (en eso no perdono) y mi inmenso bocadillo de salchichón del bueno5, como el de antes.

Tu relato digno de tí.
Un abrazo...
Menudo comienzo de año...Vaya racha!

Olga Bernad dijo...

"Que ellas vean que las ven". Qué apreciación tan femenina, Aurora.
Pero todavía no, esas mariposas estaban aún sin vacunar:-)y entonces sorprenden seriamente y avergüenzan y alegran y entristecen, y... (sigue tú, seguro que sabes).
A mí me ha encantado tu visita.

Olga Bernad dijo...

Oh, triple!, sí, por supuesto que existían, niño, que tengo treinta y tantos (treinta y casitodos, pero en fin:-)
Con aquel Madrid era muy pequeña, pero los recuerdo, ya lo creo, me parece que el rubio al que te refieres era Bravender (así se pronunciaba), si no te refieres a él, da igual, me encantaba ese hombre. Un partido de aquellos… yo entonces no tomaba coca cola, pero ahora soy adicta, y con hielo y limón, precisamente. Y esos bocatas… Esas cosas fueron el escenario de la inocencia.
Ay, Ignacio, qué tiempos;-)
Y qué afortunada soy por tener comentaristas como vosotros, que hacen suyo el texto y su momento. Muchas gracias y un abrazo.

Antonio Azuaga dijo...

Gran relato, Olga (¡qué raro que tenga que emplear de nuevo epítetos grandes!). Lo mejor, la elegante invasión que hace la intimidad de la exterioridad y viceversa. La descripción de lo que pasa fuera y su trasunto en lo que ocurre dentro. Porque el partido, su tensión, su calor, su apnea agobiante tienen su correlato en el cúmulo de sensaciones, emociones y deseos que juegan en el interior de esa niña la gran final de la infancia. Un relato de la vida contado con deportiva belleza: el partido interminable entre el ayer y el mañana que siempre estamos jugando hoy.

Enhorabuena, una vez más, y un beso.

MªTeresa Gómez Puertas dijo...

También yo he disfrutado de ese partido, quizás similares a los míos, pero yo más bruta jugaba al fútbol con los chicos....
me hace pensar en como pasa la vida...rápidamente, hace poco con los trece y un poco mas tarde arrastrando un par de chiquillos por el mundo.
Que decirte de tu micro-maxirelato, lo hablábamos en persona el otro día...que has estado como siempre no defraudas y que te voy a seguir leyendo siempre....un abrazo amiga.

Olga Bernad dijo...

Antonio, ojalá una parte de mí fuese siempre un lienzo en blanco en el que se recibe con tanta precisión y tanta sensibilidad lo que pasa fuera; se recibe, se dibuja y se refleja con claridad. Pero no, con el tiempo es como si tuviese que escribir sobre papel rayado. Escribir, como leer entre líneas, puede ser inteligente pero no es igual. Siempre echaré de menos la inocencia. El mundo es nuevo hasta que se pierde.
En fin, si no es eso. Lo que pasa es que tu comentario es tan bonito que me pongo triste.
Muchas gracias porque ya sabes, sí, siempre me importa que me digas que lo he escrito bien.
Un beso.

Olga Bernad dijo...

Teresa, yo también jugaba al fútbol. Pero sólo por pasearme por el campo, creo:-) Y para que ellos escucharan cosas que nunca habían oído antes, “¡ay, no no me pases, no me pases!”, por poner un ejemplo.
La que pasa rápido es la vida, eso es verdad. Hace cuatro días que queríamos ser mayores y, mira, ya lo hemos conseguido… Pero estamos estupendas , oye, este microrrelato largo se está pasando conmigo y no, no.
Eres un encanto en persona y un encanto sobre el papel.
Un abrazo, compa.

Pedro dijo...

Te dejo una breve señal de humo en este apresurado crepitar de obligaciones que es mi vida cotidiana últimamente: magnífico relato, de verdad; lo volveré a leer con calma en un para de días, tomándome el tiempo necesario, dejándome llevar por su ritmo inocente, suavemente acelerado como un buen partido que se calienta y dejándome remansar por ese final reflexionado como una bajamar que deja al descubierto los cadáveres de la memoria. Lo mejor: no es literatura, es vida. Vida que vuelve a vivir en tus palabras.

Olga Bernad dijo...

Bienvenida esa señal de humo. Dices cosas preciosas sobre el texto, me haces verlo así. Vida que vuelve a vivir. No hay sustituto más potente de la realidad que la palabra. Pero es un sustituto. De todas formas a veces vives más intensamente algo que te cuentan bien que algo que te ocurre. El que cuenta el cuento es el dueño de la baraja, ay. Quizá de ahí mi afición a leer, a elegir los dueños que quiera.
Muchas gracias, Pedro.

Fernando dijo...

ese es un fluido que nunca se pierde...un río interno que a veces hay que dejar salir y otras no...es definitivamente parte sustancial de la vida...hermosamente dicho..te beso.

Maria Luisa dijo...

Precioso texto Olga:
"Se me estaba escapando la inocencia".
Tienes razón, cuantas mariposas han revoloteado en nuestro estómago y nos hemos sonrojado, aquella sensación se recuerda siempre...
El leve roce en la mano sin querer, aquellos ojos azules que nos miraban y creíamos ver todo el Mediterráneo.

Ellos nunca se enteraron.

Un beso.

Olga Bernad dijo...

"Definitivamente", esa es la palabra, Fernando. Era, como ha dicho Antonio, la gran final de la infancia la que se estaba jugando en el interior de esa niña. Y un río nuevo el que nacía.
Un beso.

Olga Bernad dijo...

Ah, guapa, él parece que se enteraba muy bien de su propia hoguera (que tal vez no era provocada) pero puede que no fuese consciente de la que originó. Ella aún no sabía que quería ser mirada. Eso es la inocencia.
Un besazo, Reina.

Javier dijo...

Visito tu blog rebotando desde el de Alfaraz.

Me ha impresionado la perfección sentimental y formal de tu relato.

Felicidades, es una mirada muy hermosa sobre el descurimiento de la carne.

Un saludo

Anónimo dijo...

Me hace gracia: después de leer este relato me doy cuenta de que tienes razón. Miro atrás y yo, será la patita que le falta a nuestro otro cromosoma, no tengo ni la menor idea de cuándo y cómo ocurrió.

(Por cierto, apunta uno a balonmano ;))

Besos

Olga Bernad dijo...

Pues muy bienvenido, Javier, y muchas gracias por acercarte “rebotando”.-).
“La perfección sentimental y formal de tu relato” es una frase para pensar. Perfección sentimental (y formal). “Perfección sentimental” me parece un título estupendo para algo:-) La parte más física de nosotros no camina sola, en este caso va de la mano del recuerdo y la nostalgia de la inocencia.
Un saludo.

Olga Bernad dijo...

Supongo que es un proceso más o menos extenso que podría ocuparnos muchos microrrelatos largos:-) Pero en éste, concentramos la mirada y las palabras en el momento de la conciencia, aunque sea una conciencia de futuro. Y en la “ayuda” que nos prestaron desde fuera. Benditos cromosomas, a mí me gustan.
Ves, balonmano, cada uno a su manera:-)
Un beso, Spender.

José Luis Garrido Peña dijo...

Aunque ya paso de los cuarenta, también tengo muy vivo un recuerdo parecido al tuyo, el cual expresas muy bien. Delicia y tormento, a veces, para repetirlo con Cernuda, “con una prudencia triste evitaste sus paraísos”. Lo curioso es que a esa edad, la mujer mayor se me aparecía como el ser más hermoso y misterioso, imagina la fascinación. Bueno, felicidades Olga.

Olga Bernad dijo...

Delicia y tormento. Esa fascinación contraria, la del chico joven por la mujer mayor, la misteriosa… Creo que cada comentario tiene detrás una historia parecida y distinta. Me las voy a imaginar todas:-) Y en todas hay un paraíso que alguna vez habremos evitado y otras habremos buscado con menos prudencia y tal vez sin tristeza.
Mil gracias, Luis, un beso y muy buen fin de semana.

Anónimo dijo...

Ay cariño, qué recuerdos. El equipo de baloncesto, las "John Smith"; inseparables e indispensables botas de un número o dos mas grande si era necesario porque no encontrabas tu talla, la adolescencia y todas sus aceleraciones del corazón.
Como dice Juan Manuel "Genial contraste de escenarios". Siempre me sorprendes con tus micro-relatos largos y tus tan especiales, cuentos normales.

Muchos besazos

Olga Bernad dijo...

Las "aceleraciones del corazón"... es verdad. Qué difícil se va haciendo que te toquen el corazón. Yo creo que todo el mundo lo lleva protegido, yo también. Pero a veces bajamos la guardia, como has hecho tú, recordando aquellas botas de la suerte, el equipo de baloncesto... y el contraste con el escenario actual, sea cual sea. De la pista donde se juega el partido a la parada de autobús del final, hay apenas unos metros, tú lo sabes, más de veinticinco años y mil lecciones en el corazón.
Un beso que vuele hasta Edimburgo, hermana.

Anónimo dijo...

Nadie pierde del todo lo que posee y es: belleza.

Olga Bernad dijo...

Oh, Angós. Cómo me sorprendes a veces con esas sentencias.
La belleza, como el cielo, para quien sepa tocarla.
Que no se nos escape.

Fernando Gonzalez Seral. fgseral dijo...

...mi cría tiene trece años, ...que alegría, ...y que miedo.
Un abrazo, Olga.

Olga Bernad dijo...

Ay, Fernando, qué pinchazo en el estómago... y qué distinto de aquél.
Esa perspectiva nos faltaba, la del padre de la niña que, probablemente, también asistió al partido.
Reconozco ahora ese miedo en el tuyo y recuerdo gestos que seguramente entonces no supe interpretar.
Que la alegría supere al miedo, Fernando, aunque las dos cosas son el mismo amor.
Un abrazo.

Pedro dijo...

Hoy la ha vuelto a ver, llevaba a sus hijos, uno en brazos y el otro de la mano mientras esperaba el autobús. "Hola, guapa". Ella ha girado la cabeza levemente sorprendida, y sus cabellos revolotearon un momento como una bandada de gaviotas remontando el vuelo; fue solo un trazo rojizo en el aire, una mancha empañada en la mañana que murió repentina absorbida por la explosión silenciosa del verde, "Qué pasa, Javier", su mirada fijándome apenas un segundo de más, lo suficiente para volver a levantar mariposas en mi pecho y hacerme sentir el mismo calor de aquella primera vez, "Ya ves, como siempre, pal curro, y tú", hace tanto tiempo ya pero el sudor en las palmas de las manos sigue siendo el mismo, y el calambre que arranca del estómago y crece como una yedra venenosa, lentamente, con sus patitas de ciempiés, y el temblor que quiere empezar en los hombros se ve de pronto ahogado por este rigor verde trepador, "Pues igual, dejo a los niños en la guardería y luego a la oficina, qué quieres" y de nuevo tengo su respiración ante mí, aquel jadeo que solo yo era capaz de distinguir entre los gritos de pásala, pásala, y los chillidos de las zapatillas sobre el parqué y los gritos y cánticos de la grada, solo yo percibía y respiraba a través de esos labios intensamente rojos, brillantes de humedad, solo yo contaba las gotas de sudor que se deslizaban por su cuerpo, remansándose en la costura de un sujetador que no tenía apenas más que sujetar que mi mirada ciega para todo lo que no fueran esas medias blancas que tallaban unas piernas largas, delgadas, culminadas en unas caderas que dibujaban para mí un ballet armonioso que solo el contrapunto de sus manos omnipresentes podían acallar, unas manos que perseguían ansiosas la pelota esquiva, "Bueno, pues que tengas un buen día, saluda a Carlos de mi parte", que se estiraban más allá de los brazos para alcanzarla, rozarla apenas, una caricia que yo sentía quemando mi cuello mientras la pelota venía a remansarse por sorpresa a mis pies y era esa misma llamarada alborotada que ahora me acaba de golpear en los ojos la que se acercaba a recogerla y levantaba la vista y me miraba, seria, quizás un segundo de más, un maldito segundo desde entonces siempre ahí, imposible de borrar del mundo, perseguido cada mañana mientras la veía crecer, dejar de jugar al baloncesto y empezar a jugar con chicos, riendo su turbación con otras chicas por las aceras camino del instituto mientras yo cambiaba de bar para desayunar ahora en esa acera en la que esperaba volver a atraparlo, aquel primer segundo agitado y sudoroso que se detuvo sobre mí y encendió un deseo primitivo que nada tiene que ver con posesión, si acaso con protección, una necesidad asfixiante de preservar tanta belleza, tanta fragilidad e inocencia, "Gracias, se lo digo, tú también, ahí está mi autobús", una hermosa inocencia de la que he sido su máximo guardián, su único adorador todos estos años con el único objetivo de que no se perdiera, viéndola cambiar con el paso de las estaciones pero guardando ese segundo puro, para nosotros dos, solo para nosotros, todavía hoy, cuando la veo subirse con sus hijos y alejarse sin volverse a mirar cómo lo recojo de nuevo en mi estómago revoloteado y echo a andar agotado y tembloroso, feliz y arrobado, si ella supiera... Pero no, no puede ser, creo que no sabe nada.

Olga Bernad dijo...

Pedro, recuerdo que la primera vez que entraste a estas caricias, me dijiste que te habían sorprendido los comentarios y nombrabas una cita de Amos Oz en la que decía que todo autor crea un lugar que es encuentro entre el texto y su lector. Es vano intentar encontrar al autor mismo en él, somos nosotros los que estamos ahí, en este caso, al margen de la pista, al otro lado de los ojos de esa niña.
El texto es precioso y, al traerlo, creo que le has dado vida a ese maldito (o bendito) segundo de más que pasa de vez en cuanto y puede llenar nuestro tiempo de sentido y nostalgia. Pero cada autor, en el fondo, se desnuda no tanto en lo que cuenta, sino en la forma de hacerlo y en las sensaciones que es capaz de transmitir.
Gracias, gracias, gracias por estar “en esa acera en la que esperaba volver a atraparlo, aquel primer segundo agitado y sudoroso que se detuvo sobre mí y encendió un deseo primitivo que nada tiene que ver con posesión, si acaso con protección, una necesidad asfixiante de preservar tanta belleza, tanta fragilidad e inocencia”.
De todas formas, no me extraña nada; si hay un gallego en la luna, por qué no iba a haber otro, aquel mismo día, en el margen de la pista de mi imaginación, viéndolo todo:-)
Un beso, Pedro.

Pedro dijo...

Tienes razón, Olga, las palabras de Amos Oz estaban de alguna forma detrás de mi intento de ver el encuentro desde la perspectiva del hombre. Soy un hombre, pensé, y quizás puedo dejar salir al pervertido y obseso que llevo en mí, dejarlo pensar y sentir con independencia de mis sentimientos. Totalmente fallido: como dices, el autor (inocente) se desnuda en cómo cuenta, se traiciona sin desearlo... Total, mi intento de escritura automática, sin plan concebido para destapar al perverso solo condujo a esa pena de nostálgico romanticoide, enfermo de infantilismo e irrealidad. Solo espero que no sea un reflejo (Amos Oz no lo permita) del autor que lo creó ;-)
Un beso y un buen comienzo de semana (¡Argg, lunes, Tell me why...!)

Olga Bernad dijo...

Yo tengo razón muchas veces, ya te acostumbrarás:-) En serio, esa manera de recoger el guante y el texto y continuarlo es, como te decía, darle vida al momento, al único lugar de encuentro entre el texto y su lector. Que el lector se convierta en autor de otra parte del puzle es algo muy bonito. Mentalmente, yo creo que lo hacemos siempre. El personaje me parece un perfecto caballero y un buen hombre.
You don´t like mondays, parece ser:-)
Ánimo con toda esa semana por delante.

Paco dijo...

el tiempo... me has recordado algo que paso recientemente, me encontre a una antigua amiga de la niñez, quizás llevabamos bastantes años sin vernos... y no creo que nadie me haya mirado nunca con unos ojos tan abiertos como los que ella me miro en ese momento como digo despues de tantos años.

saludos

Olga Bernad dijo...

Bueno, bueno, pues a lo mejor hubo algo de lo que no te enteraste del todo en su momento, Paco.
Es que a veces somos muy, muy tímidas, sobre todo de jóvenes, la verdad es que hay mucha mitología con el tema de las lolitas (lo que no quiere decir que la realidad no pueda superar la ficción, claro:-). Yo creo que a todos nos pasan cosas parecidas, lo distinto es lo que hacemos con eso que nos pasa. Cómo lo vivimos e incluso cómo lo recordamos.
Saludos.

Marta Fernández Olivera dijo...

Que buen relato Olga, me haces beber tus letras, haciendo que me entre mas sed, enganchas.
Yo asi a lo pronto no me acuerdo de mi primer deseo, de ese subidon de sangre que te estalla en la cara y como tu bien dices notas tu corazon debajo del ombligo...pero si mi primer beso...si llego mas atras me acordare!
Un beso

Olga Bernad dijo...

Oh, me encanta esa sed, Marta, espero estar a la altura:-)
Bueno, pues tras el primer beso, te dejo recordando y recordando hasta que llegues a notar el corazón debajo del ombligo.
Te he puesto unos deberes muy agradables, creo:-)
Un beso, guapa.

Anónimo dijo...

Tenías razón cuando me dijiste que me leyese esta entrada, que me iba a gustar. ¿Gustar? Es increible cómo escribes. Mi novio jugaba a baloncesto en el CAI y alguna vez iba a verlo. Me aburría como una ostra. Te puedo decir que en este partido no me he aburrido. Se me ha hecho corto, cortísimo. El tema que has elegido y cómo lo has contado, impresionante. Enhorabuena por tu talento. Eres genial. Besitos.

Olga Bernad dijo...

Deduzco que te gusta más el amor que el baloncesto:-) Comparto tu tendencia aunque todo tiene su gracia, no te creas.
Muchas gracias por leer también hacia atrás, te habías dejado las mariposas y no hay que olvidarlas nunca, nunca.
Besitos. Buen finde, guapa.

Julio Castelló dijo...

Si es real, es valiente; si ficción, atrevido (podríamos malpensar que es real), jajaja. En todo caso, PERFECTO.

Olga Bernad dijo...

Yo lo presento como lo que es, parte de un relato que estoy revisando. ¿Real o ficticio? Es cierto.
Aunque no sé si es perfecto:-)
Gracias, Julio, ¿dónde estabas?

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