sábado, 25 de octubre de 2008

Andábata XXX: Corazón (A piece of my heart)



Es como si ya me supiese mi vida futura de memoria, como si me contasen la de otra, otra que no muerde las paredes ni pierde el oremus aunque sea por dentro. Pero por dentro no importa, decía el psicópata de American Psycho.

Nunca he sabido estar a la altura de mis ocurrencias, esa es la verdad; y tampoco he tenido valor para aceptar a los demás en cuanto se han pasado de la raya. ¿Te acuerdas de Koldo? Sí, aquel chico obsesivo de mirada intensa que tanto te quiso, que tanto lloró. Cómo me asustaba. Tengo que decir en mi favor que él estaba loco de verdad, de los que acaban necesitando un psiquiatra. Recuerdo bien lo que quedaba de él cuando por fin el tratamiento “acertó”. Tan sereno y apagado, tan funcionario probo, tan voy a formar una familia for ever and ever. Sus padres me odiaban. Achacaban su última y más terrible crisis a mi influencia, aunque aquello no era cierto. Puede que nos uniera una extraña conciencia de gremio (Dios los cría, etc.) pero él no necesitaba ayuda de nadie para desquiciarse, lo juraría sobre la Biblia de su madre; en fin, que me animaron a dejarle porque menos novia y más religión era el freno que su hijo necesitaba.

Pobres tontos, pobre de mí; yo no podía creerme que mi Koldo (también pobre), el que me asustaba y al que seguramente tampoco habría tenido el valor de amar hasta el final, se hubiera vuelto un zombi más o menos educado, más o menos tranquilizado, sin obsesiones ni dolores del alma. Me desesperaba la idea que toda aquella fatalidad y aquella fuerza, su especie de locura zambullida en un lago negro y romántico, toda su ansiedad pero también sus más auténticos deseos y por añadidura toda la pena, no fueran una verdad furiosa e insobornable, sino que se explicaran químicamente y se curaran con pastillas de color de rosa y con prácticas médicas que estaban entre la magia y la sospecha.

Koldo, aquel día eras como un animalito al que hubieran extirpado un tumor y el cirujano, avaro de descubrimientos, sicario leal de un gobierno muy legítimo, hubiese hurgado de paso en tu corazón y se hubiese quedado el trozo más sediento, más soñador y anhelante, el pedacito raro que todos tenemos y que tú simplemente no sabías disimular. Sí, creo que los tratamientos se llevaron un trozo de tu corazón y te mataron las ganas incontroladas de vivir y morir y el poder de emocionarme.

Aún te quería por lo que quedaba de ti en tu gesto tranquilo, ahora un poco alelado, de hombre agotado por el amor y la guerra imaginaria y las decepciones. Sólo que esa vez, la última que te vi, no habían acontecido el sexo y las peleas, únicamente existía un doctor de bata blanca y sensateces, un hombre tan prescindible como un asesino en un cementerio desierto, aquel que me sonreía con gesto razonable, tal vez comprendiéndome desde muy lejos pero sin querer oír que era yo la que lloraba por el hermano muerto mientras su amabilidad tranquilizaba a tus parientes. Yo sentía esa amabilidad comprada como una prostitución del amor, como una estrategia de tierra quemada que avanzaba, inclemente y amnésica, por todas las montañas que yo vi sembradas y verdes y a veces también fueron serenas y siempre, siempre habían sido hermosas.

Pero verme retrasaba tu supuesta recuperación, más bien recaptación, el doctor amablemente me instaba a abandonar mis combates y me convencía de que eso era lo mejor para todos. No me fui sin más, te prometo que sufrí. Quise decirle que tal vez un día se le apareciese el mago Merlín para recordarle que, cuando un hombre miente, mata una parte del mundo. Entiéndeme, perdóname, yo no quería acabar también siendo sospechosa de merecer tratamientos intensivos; y tú no respondías, y ya la comodidad y la esperanza se habían instalado en la paciencia y en las cuentas bancarias de tus padres. Años después supe que nada sirvió de nada, aunque ya lo sabía en aquel momento. Al menos yo te hubiese hecho feliz durante un tiempo. Pero entonces era muy joven para enfrentarme a todo eso, era más débil y tú habías dejado de ser tú. Y yo no tenía fuerza sin ti. No sabía qué hacer con toda aquella angustia.

Por eso me volví a casa sabiendo que no volvería a verte, indigna de mi propia historia, buscando la asfixia del aburrimiento y las mismas calles de esta ciudad. Preferí avanzar hacia atrás (hoy es ya costumbre), regresar para permitir que otra vez la vulgaridad sucediera a un tiempo encantado. Que mi perro me lamiera las manos, que algún chico más normal me besara la frente, que también mi médico me diese de vez en cuando pastillas de colores normalizadoras de lo desconocido, el latido desbaratado de todos los trozos de mi corazón y el vértigo gris de los días que se repiten y se repiten.

Olga Bernad

26 comentarios:

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Estupendo retrato de un amor perdido en medio del desvarío, Olga. Y la Joplin de fondo recordándonos que de amor enloquecido también se muere...
Da gusto leerte.

MªTeresa Gómez Puertas dijo...

Cuando un hombre miente mata una parte del mundo...que frase Olga,que rotunda y que acertada...siempre me sorprendes gratamente.

Olga Bernad dijo...

Gracias, Antonio. Es la primera vez que cuelgo en el blog un texto antiguo. Es un trozo (de mi corazón y)de una novelita corta que se llamaba "Andábata" y escribí hace mucho, aunque convenientemente revisado:-)
Me encanta Janis, es la banda sonora de mi vida.
Da gusto que vengas.

Olga Bernad dijo...

MªTeresa, esa frase (o algo parecido) se la dice Merlín a Uther Pendragon cuando está pensando en seducir a la prometida del Duque de Cornualles (creo), en cualquier caso estoy segura de que se dice en Excalibur,de John Boorman, una película que me encantó en la adolescencia. Me enamoré de Lanzarote y aún no se me ha pasado. Si no la has visto, te la recomiendo ahora que estamos ya casi en la tercera adolescencia...

Juan Manuel Macías dijo...

Uy, pues esa novela tuya ya me ha puesto los dientes largos. De momento, este texto es una fábula de tomo y lomo sobre la atracción del abismo, y una revisión apasionada del concepto de "normalidad". Me pregunto cuántas lobotomías hubieran saciado a aquellos que dictan quién tiene que entrar (o no) en la "república perfecta". Pero en este caso, lobotomías del corazón, más que de la cabeza. Qué bien suena Janis como contrapunto a tu elegía de Koldo. Parece que esa canción no me sonará igual después de leer esto. Dan ganas de echarse al monte de tan bien como escribes. Estoy con Antonio Serrano: da gusto leerte. Gracias, una vez más. besos admirados, Olga.

Olga Bernad dijo...

Anda, Juan Manuel, he copiado tu texto para contestarte tranquilamente y, luego, en vez de enviar mi contestación he enviado tu comentario (que, además aún no había publicado). Mil perdones. Es que Internet y yo…
Bueno, a lo qué íbamos, pensé en este texto ayer porque oí que están probando- de momento en animales- un nuevo tratamiento para borrar recuerdos dolorosos o desagradables, una especie de olvido en pastillas. Tiene que ver con un gen o no sé qué.
Con el olvido se irá el dolor pero también la sabiduría más sentimental, los remordimientos y millones de poemas de amor. Janis se agarraba a la botella y a las drogas, jugó con lo que tenía: la capacidad de olvidar que le tocó en suerte, su propia vida y su forma de ser. Como Koldo, como tú y yo. Como todos (hasta que vengan esas pastillas). Tal vez las pongan en un lote con viagra y trankimazin y a vivir que son dos días. Dios.
Besos, Juan Manuel.

Fernando Gonzalez Seral. fgseral dijo...

Me copio de los comentarios anteriores: ¡Da gusto leerte!

Olga Bernad dijo...

Lo que da gusto es tener como lector a un maestro en cielos y desiertos:-) Gracias, Fernando.
A ti da gusto mirarte (a tus fotos, quiero decir).

camaradeniebla dijo...

gracias a tí, Betty Olga.

Olga Bernad dijo...

De nada, Ana. Siempre un placer:-)

Marta Fernández Olivera dijo...

Preciosa historia, cinematografica y buena para fotografiar...
es curiosa esa sensacion de cuando te depides de alguien sabiendo que no lo veras mas, es un adios para siempre y sin palabras, un adios de camino a casa.
Besikos!
Marta

Olga Bernad dijo...

Tú siempre cámara en ristre:-) Algún precioso retrato hubieras sacado, seguro.
Sí, el adiós junto con el regreso a casa tiene mucho de triste, de fracaso y vuelta atrás. Pero una derrota es una forma de acabar, y a veces un final es un descanso.
Besikos, Marta. Muchas gracias.

Julio Castelló dijo...

Pues yo me he quedado en los arrepentimientos, en los "Nunca he sabido estar a la altura de mis ocurrencias". Cada loco con su tema. Cada día me arden las ganas de reventarme la tapa de los sesos y echarme al monte solo y puro instinto. Matar al gris que me habita y escapar con el que ha probado la tierra y sabe lo que es bueno. Gracias por el impulso.

Olga Bernad dijo...

Esa frase produce todo el texto. Me sorprende que hayas utilizado, como Juan Manuel, la expresión “echarse al monte” para comentar esta entrada. Es muy difícil llegar hasta el final y seguramente aún más duro. Creo que en el monte sólo se pasan temporadas.
Me alegro mucho de que hayas vuelto (del edén). Y, desde luego, has vuelto con todos los grillos y todos los oleajes:-)
Muchas gracias, Julio.

Maria Luisa dijo...

Creo que al pobre Koldo, le va la frase de Antonio Gala.
"Hay quien muere de amor y no lo sabe"
Estaba aturdido, perdido...

Un abrazo, grande, grande.

Olga Bernad dijo...

Sí, y la verdad es que hay muchas maneras de enterrar a un hombre. Ni siquiera hace falta esperar a que esté muerto. Yo creo que hay gente que no es de este mundo y nunca se acaba de encontrar bien aquí. Pero, si los quieres mirar, a veces te hacen sentir como nadie.
Un abrazo, María Luisa.

Marisa Peña dijo...

Reconstruir el pasado es siempre un ejercicio de entereza, y la literatura que, como decía Borges, es siempre fantástica, convierte nuestro pasado en un bello momento detenido y eterno, aunque nos duela. Un abrazo

fa mayor dijo...

Tu entrada me ha hecho pensar sobre la identidad, sobre lo auténtico de nuestra esencia, y me cuestiono si tal cosa existe. "Yo soy yo y mis circunstancias" decía Ortega.
Hoy la mente nos empieza a jugar malas pasadas, cada vez hay más y más gente que necesita pastillas para sedarse, para estimularse. Para "contener" las ganas excesivas de vivir o morir.
Se me ocurre que, si lo primero es vivir, sobrevivir, sí que a veces es necesario poner distancia con el amado. Creo que cuando sentimos que la integridad, física o mental, está en juego, no es momento de amar de cerca.
Después de todo, amar no es poseer. Varias veces en mi vida me he alejado de alguien a quien amaba. Los que amamos excesivamente, no siempre podemos simultanear nuestro amor con el ser amado, por mucho que se empeñe el instinto en mantener la unión.
Qué dolor intenso instinto y razón pugnando.

Que nunca nos falten los bosques, para olvidar entre la frescura de sus hojas, para esconder la razón en un hueco podrido o partido por el rayo, y ascender por senderos ocultos, trepar por los troncos hasta alzarse por encima de las copas y volar. Volar como un águila sin corazón. (Qué hermoso sueño!)

Los hechos del pasado no se pueden cambiar, pero es nuestro deber entender. Perdonar. Continuar. Vivir.

Buen día, Betty.

Olga Bernad dijo...

A veces hay que volar como un águila sin corazón, sí. Pero no deja de ser otra fantasía. Algún trozo del corazón se queda tocado por el impacto que causan las personas a las que amamos. Hoy, que todo son pastillas para estimular, para tranquilizar, para hacer el amor, para no sentirlo (y lo que te rondaré) y que todo el mundo pretende eso que llaman “originalidad” sin imaginar lo difícil que es soportarla, pensar un momento sobre la locura me pone los pelos de punta.
No sé cuánto soy capaz de entender, pero creo que para continuar hay que perdonarse. Quizá la piedad es más importante (y más posible) que la comprensión, aunque no se lleve. Hay que estar preparado para no entender.
Besos, Fa, y buen día. Qué serias nos hemos puesto ya por la mañana.

Olga Bernad dijo...

Gracias, Marisa.

Anónimo dijo...

Por fin leo algo de esas "novelitas cortas" que sé que existen pero nunca he leído. Olga, tienes una identidad al escribir que aunque la hemos descubierto hace poco ya veo que hace años ya estaba patente. No quiero destacar ninguna frase pero hay unas cuantas para poner en negrita, cursiva, fosforito... Lástima que no puedo oir la canción porque no tengo altavoces. Precioso. Te dejo que me reclaman. Muchos besicos.

Olga Bernad dijo...

¡Hola, Iseo! Yo sí que estoy marcando cosas en fosforito... estoy punteando quince cuentas:-(
Pero es bueno para olvidarse de la identidad propia y de algunas ajenas. El punteo como terapia desintoxicadora de palabras vanas:-)
Gracias por la lectura, me alegro mucho de que te haya gustado. Nos vemos.
Besicos.

Anónimo dijo...

Bueno ya sabes que no me gusta alagarte en exceso, siendo tan cercanos lo vería un poco falso.
El hecho de que cada entrada tuya me provoque la necesidad de contar algo, muestra más a las claras lo que valoro tus escritos.

La verdad es que tu texto me ha vuelto a cuestionar un tema en el que a veces pienso. Creo que soy un hombre demasiado formal, demasiado previsible, demasiado gris, con poco margen a la aventura, a la sorpresa. Sí, a veces doy saltos, pero con red.

Un poco en la línea de la canción de Supertramp: “Logical song”

...they send me away to teach me how to be sensible,
logical, responsible, practical. ...

Won't you sign up your name, we'd like to feel you're
acceptable, respectable, presentable, a vegetable!

Ya sabes, ser sensato, lógico, responsable, etc., en definitiva ¡un perfecto vegetal!

Luego ¿dónde ponemos la frontera de la normalidad? ¿dónde el genio? ¿dónde la hermosa y digna voluntad de ser lo que uno le de la gana ser? La cordura es un hilo muy débil y el temor a traspasarlo nos ahoga a todos. El desvarío no siempre es genio, las más de las veces sufrimiento.

Y sin embargo y a pesar de mi feroz autocrítica, no soy ni parecido a la media, dentro de mi “normalidad” aparente soy tremendamente distinto. No me resigno a ser una pieza del tablero. Y aunque sea en lugares casi ocultos que pocos conocen, todavía resisto.

Besicos Betty.

Lo siento he mezclado demasiados temas en una sola entrada.

Olga Bernad dijo...

No temas nunca la extensión de tus comentarios. Sé que piensas sobre las entradas y ése es el mejor halago. Hablas sencillamente de ti desde lo que te sugiere cada texto, y ésa es exactamente la comunicación que busco. Y lo mismo buscas tú. Creo que ser sensato (que tú lo eres) no significa ser un perfecto vegetal. Ni tampoco la locura significa genialidad siempre, sin embargo siempre genera sufrimiento. Yo no sé dónde está el límite, pero alguna vez está muy claro que ese límite se ha traspasado. Es una realidad muy dura. Tan dura como lo es ser una pieza del tablero, que eso sí que lo somos todos, hagamos lo que hagamos. La resistencia, ¿no será un mito? Me quedo pensando en ello, querido Black.
Besicos.

Máster en nubes dijo...

Me ha gustado mucho, Olga. Y me parece que retrata una experiencia que siendo tuya es a veces la de otros: al "extirpar" (o más bien sanar) cierta locura se cercena también algo maravilloso de algunas personas. En fin. Muchos recuerdos me ha tráido esto, pero muchos. Sigo con Andábata, un abrazo

Aurora

Olga Bernad dijo...

Aurora, en mayor o menor medida, todos nos encontramos con gente "diferente", pero no diferente en plan adolescente o quejica continuado que tanto nos aburre, no, diferentes de verdad. Al "curarlos" los matan un poco, eso está claro (suponiendo que los curen). Pero ¿quién tiene valor para aceptar las cosas como son, cuando son "como son"?
Qué es lo mejor. No lo sé. Tengo muchas preguntas sobre el tema y muy pocas respuestas.
Separa el grano de la paja de esos recuerdos, seguro que hay hasta algún grano de oro.
Un abrazo y gracias por ese recorrido hacia atrás de mi andábata. Ella te espera encantada;-)